Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE MEXICO



Comentario

Lo que dijo a Cortés el señor de Cempoallan


Al día siguiente por la mañana vino el señor a ver a Cortés con una honrada compañía, y le trajo muchas mantas de algodón que ellos visten y anudan al hombro, como las que cubren y llevan las gitanas, y algunas joyas de oro que podían valer dos mil ducados. Le dijo que descansase y tomase placer él y los suyos, que por eso no quería darle pesadumbre ni hablarle de negocios; y así, se despidió entonces como había hecho el día anterior, diciendo que pidiesen lo que hubiesen menester o quisiesen. Cuando él se fue, entraron con mucha comida guisada más indios que españoles eran, y con grande abundancia de frutas y ramilletes. Y así, de esta manera, estuvieron allí quince días, provistos abundantísimamente. Otro día envió Cortés al señor algunas ropas y vestidos de España, y muchas cosillas de rescate, y a rogarle que le dejase ir a su casa a verle y hablar allí, pues era mala crianza permitir que su merced viniese y que él no le fuese a visitar. Respondió que le placía y que se alegraba de ello, y con esto tomó hasta cincuenta españoles con sus armas para que le acompañasen, y dejando a los demás en el patio y aposento con su capitán, y apercibidos muy bien, se fue a palacio. El señor salió a la calle, y se metieron en una sala baja; pues allí, como tierra calurosa que es, no construyen en alto, aparte que por sanidad levantan con tierra llena y maciza el suelo alrededor de un estado, adonde suben por escalones, y sobre aquello arman la casa y cimientan las paredes, que o son de piedra o de adobe, pero enlucidas de yeso o con cal, y el tejado es de paja u hoja tan bien y extrañamente puesta, que hermosea, y defiende de las lluvias como si fuese teja. Sentáronse en unos banquillos como tajoncillos, labrados y hechos de una pieza pies y todo. El señor mandó a los suyos que se desviasen o se fuesen, y en seguida comenzaron a hablar de negocios por medio de los intérpretes, y estuvieron muy largo rato con preguntas y respuestas, porque Cortés deseaba mucho informarse muy bien de las cosas de aquella tierra y de aquel gran rey Moctezuma, y el señor no era nada necio, aunque gordo, en demandar puntos y preguntas. La suma del razonamiento de Cortés fue darle cuenta y razón de su venida, y de quién y a qué le enviaba, según y como la había dado en Tabasco a Teudilli y a otros. Aquel cacique, después de haber oído con atención a Cortés, comenzó muy de raíz una larga plática, diciendo cómo sus antepasados habían vivido en gran quietud, paz y libertad; mas que de algunos años acá estaba aquel pueblo suyo y tierra tiranizado y perdido, porque los señores de México Tenuchtitlan, con su gente de Culúa, habían usurpado, no solamente aquella ciudad, sino aun toda la tierra, por la fuerza de las armas, sin que nadie se lo hubiese podido estorbar ni defender, mayormente que al principio entraban por vía de religión, con la cual juntaban después las armas. Y así, se apoderaban de todo antes de que se percatasen de ello; y ahora, que han caído en tan gran error, no pueden prevalecer contra ellos ni desechar el yugo de su servidumbre y tiranía, por más que lo han intentado tomando armas; antes bien, cuanto más las toman, tanto mayores daños les vienen, porque a los que se les ofrecen y dan, con ponerles cierto tributo y pecho, o reconociéndolos por señores con algunas parias, los reciben y los amparan, y tienen como amigos y aliados; mas empero si les contradicen o resisten y toman armas contra ellos, o se rebelan después de sujetos y entregados, los castigan terriblemente, matando muchos, y comiéndoselos después de haberlos sacrificado a sus dioses de la guerra Tezcatlipuca y Vitcilopuchtli, y sirviéndose de los demás que quieren por esclavos, haciendo trabajar al padre y al hijo y a la mujer, desde que el Sol sale hasta que se pone; y además de esto, les toman y tienen por suyo todo lo que a la sazón poseen; y aun además de todos estos vituperios y males, les enviaban a casa los alguaciles y recaudadores, y les llevaban lo que hallaban, sin tener misericordia ni compasión de dejarlos morir de hambre; siendo, pues, dijo, de esta manera tratados por Moctezuma, que hoy reina en México, ¿quién no se alegrará de ser vasallo, cuanto más amigo, de tan bueno y justo príncipe, como le decían que era el Emperador, siquiera por salir de estas vejaciones, robos, agravios y fuerzas de cada día, aunque no fuese por recibir ni gozar otras mercedes y beneficios, que un tan gran señor querrá y podrá hacer? Paró aquí, enterneciéndosele los ojos y corazón; mas, volviendo en sí, encareció la fortaleza y asiento de México sobre el agua, y engrandeció las riquezas, corte, grandezas, huestes y poderío de Moctezuma. Dijo asimismo cómo Tlaxcallan, Huexocinco y otras provincias de por allí, además de la serranía de los totonaques, eran de opinión contraria a los mexicanos, y tenían ya alguna noticia de lo que había pasado en Tabasco, que si Cortés quería, trataría con ellos una liga de todos que no bastase Moctezuma contra ella. Cortés, alegrándose de lo que oía, que hacía mucho a su propósito, dijo que sentía aquel ruin tratamiento que se le hacía en sus tierras y súbditos, mas que tuviese por cierto que él se lo quitaría y aun se lo vengaría, porque no venía sino a deshacer agravios y favorecer a los presos, ayudar a los mezquinos y quitar tiranías, y aparte esto, él y los suyos habían recibido en su casa tan buena acogida y obras, que quedaba en obligación de hacerle todo placer y espaldas contra sus enemigos, y lo mismo haría con aquellos amigos suyos; y que les dijese a lo que venía, y que por ser de su parcialidad sería su amigo y les ayudaría en lo que mandasen. Se despidió con tanto Cortés, diciendo que había estado allí muchos días, y tenía necesidad de ver la otra gente suya y navíos que le aguardaban en Aquiahuiztlan, donde pensaba tomar asiento por algún tiempo, y donde se podrían comunicar. El señor de Cempoallan dijo que si quería estar allí, fuese muy en buen hora, y si no, que los navíos estaban cerca para tratar sin mucho trabajo ni tiempo lo que acordasen. Hizo llamar ocho doncellas muy bien vestidas a su manera y que parecían moriscas, una de las cuales llevaba mejores ropas de algodón y más bordadas, y algunas piezas y joyas de oro encima; y dijo que todas aquellas mujeres eran ricas y nobles, y que la del oro era señora de vasallos y sobrina suya, la cual dio a Cortés, con las demás, para que la tomase por mujer, y las diese a los caballeros de su compañía que mandase, en prenda de amor y amistad perpetua y verdadera. Cortés recibió el don con mucho contento, por no enojar al dador; y así, partió, y con él aquellas mujeres en andas de hombres, con muchas otras que las sirviesen, y otros muchos indios que le acompañasen a él y le guiasen hasta el mar, y le proveyesen de lo necesario.