Comentario
El apuro en que los mexicanos pusieron a los españoles
En oír esto, en mirar la casa y preparar lo necesario se pasó aquella noche, y luego, a la mañana siguiente, por saber qué intención tenían los indios con su llegada, dijo Cortés que hiciesen mercado, como acostumbraban, de todas las cosas, y ellos estar quietos. Entonces le dijo Albarado que hiciese como que estaba enojado con él, y como que le quería prender y castigar por lo que hizo, pues le remordía la conciencia, pensando que así Moctezuma y los suyos se aplacarían y hasta rogarían por él. Cortés no hizo caso de aquello, antes bien, muy enojado, dijo, según dicen, que eran unos perros, y que con ellos no había necesidad de cumplimiento, y mandó luego a un principal caballero mexicano que allí estaba, que de todas maneras hiciesen mercado. El indio comprendió que hablaban mal de ellos, teniéndolos en poco más que bestias, y se enojó también él, y desdeñado, fue como que a cumplir lo que Cortés mandaba, y no fue sigo a vocear libertad y a publicar las palabras injuriosas que había oído, y en poco tiempo revolvió la feria, porque unos rompían los puentes, otros llamaban a los vecinos, y todos a una dieron sobre los españoles y les cercaron la casa con tanta gritería que no se oían. Tiraban tantas piedras, que parecía pedrisco; tantas flechas y dardos, que llenaban paredes y patio hasta el punto de no poder andar por él. Salió Cortés por una parte, y otro capitán por otra, con doscientos españoles cada uno, y pelearon con ellos los indios fuertemente, y les mataron cuatro españoles, hirieron a otros muchos de los nuestros y no murieron de ellos sino pocos, por tener la guardia cerca o en las casas, o detrás de los puentes y albarradas. Si arremetían los nuestros por las calles, les cortaban los puentes; si a las casas, recibían mucho daño de las azoteas, con los cantos y piedras que de ellas arrojaban. Al retirarse, les persiguieron terriblemente. Prendieron fuego a la casa por muchos lados, y por uno de ellos se quemó un buen pedazo sin poderlo apagar hasta derribar sobre él unas cámaras y paredes, por donde hubieran entrado a escala vista, si no hubiese sido por la artillería, ballestas y escopetas que se pusieron allí. Duró la pelea y combate todo el día, hasta ser de noche, y ni aun entonces los dejaban con gritería y combates. No durmieron mucho aquella noche, teniendo que reparar los portillos de lo quemado y debilitado, curar los heridos, que eran más de ochenta, reparar los aposentos y ordenar la gente para pelear al otro día si fuese menester. En cuanto fue de día, cayeron sobre ellos más indios, y más fuerte que el día anterior, tanto que los artilleros, sin asestar, jugaban con los tiros. Ninguna mella hacían en ellos ballestas ni escopetas, ni trece falcones que siempre disparaban, porque aunque se llevaba el tiro diez, quince y hasta veinte indios, en seguida cerraban por allí, que parecía no haber hecho daño. Salió Cortés con otros tantos, como el día anterior; ganó algunos puentes, quemó algunas casas, y mató en ellas a muchos que se defendían dentro; mas eran tantos los indios, que ni se descubría el daño ni se sentía; y eran tan pocos los nuestros, que aun peleando todos durante las horas del día, no bastaban a defenderse, cuanto más a ofender. No fue muerto ningún español; mas quedaron heridos sesenta, de piedra o saeta, que hubo que curar aquella noche. Para remediar que de las casas y azoteas no recibiesen daño ni heridas, como hasta entonces, hicieron tres ingenios de madera, cuadrados, cubiertos y con sus ruedas, para llevarlos mejor. Cabía en cada uno veinte hombres con picas, escopetas y ballestas, y un tiro. Detrás de ellos habían de ir los zapadores para derrocar casas y albarradas, y para conducir y ayudar a andar el ingenio.