Comentario
Diligencia de Cuahutimoccín y de Cortés
Al día siguiente muy de mañana, y después de haber oído misa, volvió Cortés a la ciudad con la misma gente y orden, para que los contrarios no tuviesen lugar de limpiar los puentes ni hacer baluartes. Mas por mucho que madrugó, fue tarde, pues no se durmieron en la ciudad; sino que así que tuvieron fuera al enemigo, cogieron palas y picos y abrieron lo cegado, y con lo que sacaban hacían trincheras; y así se fortificaron como estaban antes. Muchos desmayaban, y bastantes perecían en la obra, del sueño y hambre que, además de cansados, pasaban. Mas no podían hacer otra cosa, porque Cuahutimoccín andaba presente. Cortés combatió dos puentes con sus trincheras; y aunque fueron difíciles de tomar, las ganó. Duró el combate de ellas desde las ocho a la una después de mediodía; y como hacía grandísimo calor y hubo mucho trabajo, padecieron infinito. Se gastó toda la pólvora y balas de las escopetas, y todas las saetas y almacén que los ballesteros llevaban. Bastante tuvieron con tomar y cegar estos dos puentes aquel día. Al retirarse recibieron algún daño, porque cargaron los enemigos como si los nuestros fueran huyendo. Venían tan ciegos y engolosinados, que no advertían las celadas que les ponían los de a caballo, en las cuales morían muchos, y los delanteros, que debían de ser más esforzados, y aun con todo este daño, no cesaban hasta verlos fuera de la ciudad. Pedro de Albarado tomó también este día dos puentes de su calzada y quemó algunas casas con ayuda de los tres bergantines, y mató muchos enemigos. Algunos españoles culpaban a Cortés porque no iba mudando su real conforme iba ganando tierra; y las causas que para ello había eran grandes, porque cada día tenía un mismo trabajo, y hasta cada vez mayor, en ganar de nuevo y cegar otra vez los puentes y caños de agua. El peligro que pasaban en ello era grande y notorio, porque les era forzoso echarse a nado todas las veces que ganaban un puente; y unos no sabían nadar, otros no se atrevían y otros no querían, porque los enemigos no les dejaban salir, a cuchilladas y botes de lanza; y así, se volvían heridos o se ahogaban. Otros decían que ya que no pasaba el real adelante, debía sostener los puentes, poniendo en ellos gente que los guardase. Mas él, aunque bien reconocía esto, no lo quería hacer por ser mejor; pues estaba seguro de que si pasaba el real a la plaza, les podían cercar los contrarios, por ser grande la ciudad y muchos los vecinos; y así el cercador quedaría cercado, y a cada hora del día y de la noche tendría ataques y sería duramente combatido, y ni podría resistir ni tendría qué comer si perdía la calzada; y conservar los puentes era imposible, o al menos dudoso, por dos razones: la una, porque eran pocos españoles, y quedando cansados del día, no podían pelear por la noche; la otra, que si los encomendaba a los indios era incierta la defensa y cierta la pérdida o desorden, de que se podría seguir gran mal. Así que por esto, como porque se confiaba en el buen corazón de sus españoles, que cayéndose o levantándose habían de hacer como él, seguía su parecer y no el ajeno.