Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE MEXICO



Comentario

Determinación de Cortés en asolar a México


Chichimecatl, señor tlaxcalteca, que trajo la tablazón de los bergantines y que estaba con Pedro de Albarado desde el principio de la guerra, viendo que ya no peleaban los españoles como solían hacerlo antes, entró con los de su provincia solamente, cosa que no se había hecho, a combatir la ciudad. Acometió un puente con mucha gritería, y nombrando su linaje y ciudad, le ganó. Dejó allí cuatrocientos flecheros, y siguió a los enemigos que intencionadamente, para cogerle a la vuelta, huían. Revolvieron sobre él y se trabó una buena escaramuza, pues unos y otros pelearon duramente y por igual. Pasaron grandes razones. Muchos heridos y muertos de una y otra parte, con lo que todos cenaron muy bien. Le dieron carga, y pensaron cogerle al paso del agua; mas él lo pasó con seguridad con la ayuda de los cuatrocientos flecheros, que detuvieron a los contrarios y les hicieron perder la soberbia. Quedaron los de México corridos de aquella entrada y espantados de la osadía de los tlaxcaltecas, y hasta los españoles se maravillaron del ardid y destreza. Como no combatían los nuestros según acostumbraban, pensaban en México que por cobardes o enfermos, o por ventura de hambrientos; y un día, al cuarto del alba, dieron en el real de Albarado un buen ataque. Lo sintieron los centinelas, tocaron alarma, salieron los de dentro a pie y a caballo, y a lanzadas les hicieron huir. Muchos de ellos se ahogaron, muchos fueron heridos, y todos escarmentaron. Dijeron tras esto los de México que querían hablar a Cortés. Él se llegó a un puente alzado a ver qué decían. Ellos una vez pedían treguas y otra paces, y siempre hacían hincapié en que los españoles se fuesen de toda su tierra. Era todo esto para descubrir qué ánimo tenían los nuestros y para tomar algunos días de tregua a fin de abastecerse; que su voluntad siempre fue la de morir defendiendo su patria y religión. Cortés les respondió que las treguas ni a él ni a ellos convenían; pero que la paz, puesto que en todo tiempo era buena, no se perdería por él, aunque era el sitiador y tenía mucho qué comer. Que mirasen ellos cómo la querían, antes de que se les acabase el pan, no se muriesen de hambre. Estando así platicando con el faraute, se puso en el baluarte un anciano, y a la vista de todos sacó muy despacio de una mochila pan y otras cosas, que se comió, dando a entender que no tenían necesidad; y con tanto se acabó la plática. Muy largo se le hacía a Cortés el cerco, porque en cerca de cincuenta días no había podido tomar a México; y se maravillaba que los enemigos durasen tanto tiempo en las escaramuzas y combates, y de que no quisiesen paz ni concordia sabiendo cuántos millares de ellos habían muerto a manos de los contrarios y cuántos de hambre y dolencias. Les rogaba fuesen sus amigos; si no, que los mataría a todos y los tendría cercados por agua y tierra, para que no les metiesen fruta, pan ni agua y se comiesen unos a otros. Ellos decían que antes se morirían los españoles; y cuanto más miedo les metían más valor mostraban, y más reparos y ardides; pues llenaron la plaza y muchas calles de piedras grandes, para que no pudiesen correr los caballos; y cortaron otras calles a piedra seca, para que no entrasen los españoles. Cortés, aunque no hubiese querido destruir tan hermosa ciudad, decidió derribar por el suelo todas las casas de las calles que ganase, y con ellas cegaron muy bien los canales de agua. Lo comunicó a sus capitanes, y a todos les pareció bien, aunque trabajoso y largo. Lo dijo también a los señores indios del ejército, los cuales se alegraron con aquella nueva, y después hicieron venir a muchos labradores con huictles de palo, que sirven de pala y azada. En esto se pasaron cuatro días. Cortés, cuando tuvo gastadores, preparó a su gente y comenzó a combatir la calle que va a la plaza Mayor. Los de la ciudad pidieron paz fingidamente. Cortés se detuvo y preguntó por el rey. Respondieron que le habían ido a llamar. Esperó una hora, y al cabo le tiraron muchas piedras, flechas y varas, y le insultaron. Arremetieron entonces los españoles, tomaron una gran trinchera y entraron en la plaza. Quitaron las piedras que estorbaban a los caballos, cegaron el agua de aquella calle de tal manera, que nunca más se abrió; derrocaron todas las casas, y dejando la entrada llana y abierta, se volvieron al real. Seis días consecutivos hicieron los nuestros otro tanto como aquél, sin recibir mucho daño, excepto que el último les hirieron dos caballos. Cortés les hizo entonces al siguiente día una emboscada. Llamó a Gonzalo de Sandoval que viniese con treinta caballos suyos y de Albarado para juntarlos con otros veinticinco que él tenía. Envió los bergantines delante y toda la gente, y él se metió con treinta caballos en unas casas grandes de la plaza. Pelearon en muchas partes con los de la ciudad, y se retiraron. Al pasar por aquella casa soltaron un tiro de escopeta, que era la señal de salir la celada. Venían con tanto hervor y grita los contrarios ejecutando el alcance, que pasaron bien adelante de la emboscada. Salió Cortés con sus treinta caballos, diciendo: "San Pedro y a ellos; Santiago y a ellos"; e hizo gran estrago, matando a unos, derrocando a otros, y cortando el paso a muchos, que en seguida prendían allí los indios amigos. En esta emboscada, sin contar los de los combates, murieron quinientos mexicanos y quedaron presos otros muchos. Tuvieron bien de cenar aquella noche los indios nuestros amigos. No se les podía quitar el comer carne de hombres. Algunos españoles subieron a una torre de ídolos, abrieron una sepultura, y hallaron hasta mil quinientos castellanos en cosas de oro. De esta hecha cobraron en México tanto temor, que ni gritaban ni amenazaban como antes, ni se atrevieron de allí adelante esperar en la plaza hasta ver que los nuestros se retiraban, por miedo de otra. Y en fin, esto fue causa para ganar más pronto México.