Comentario
Conquista de Utlatlan que hizo Pedro de Albarado
Se habían dado por amigos, tras la destrucción de México, los de Cuahutemallan, Utlatlan, Chiapa, Xochnuxco, y otros pueblos de la costa del Sur, enviando y aceptando presentes y embajadores; mas, como son mudables, no perseveraron en la amistad, antes bien, hicieron guerra a otros porque perseveraban; por lo cual, y pensando hallar por allí ricas tierras y extrañas gentes, envió Cortés contra ellos a Pedro de Albarado; le dio trescientos españoles con cien escopetas, ciento setenta caballos, cuatro tiros, y algunos señores de México con alguna gente de guerra y de servicio, por ser el camino largo. Partió, pues, Albarado de México a seis días del mes de diciembre, el año 1523. Fue por Tecoantepec a Xochnuxco, para allanar algunos pueblos que se habían rebelado. Castigó a muchos rebeldes, dándolos por esclavos, después de haberlos requerido muy bien y aconsejado. Peleó muchos días con los de Zapatullan, que es un pueblo muy grande y fuerte donde fueron heridos muchos españoles y algunos caballos, y muertos infinidad de indios de entrambas partes. De Zapatullan fue a Quezaltenanco en tres días; el primero pasó dos ríos con mucho trabajo; el segundo, un puerto muy áspero y alto, que duró cinco leguas; en una de cuyas pendientes halló una mujer y un perro sacrificados, que según los intérpretes y guías dijeron, era desafío. Peleó en un barranco con unos cuatro mil enemigos, y más adelante en llano con treinta mil, y a todos los desbarató. No paraba hombre con hombre en viendo junto a sí algún caballo, animal que jamás habían visto. Volvieron luego a pelear con él junto a unas fuentes, y los volvió a romper. Se rehicieron en la falda de una sierra, y revolvieron sobre los españoles con gran grita, ánimo y osadía; pues muchos de ellos hubo que esperaban a uno y hasta a dos caballos, y otros que por herir al caballero se asían a la cola del caballo. Mas, en fin, hicieron tal estrago en ellos los caballos y escopetas, que huyeron graciosamente. Albarado los siguió gran rato, y mató a muchos en el alcance. Murió un señor, de cuatro que son en Utlatlan, que venía por capitán general de aquel ejército. Murieron algunos españoles, y quedaron muchos heridos, y muchos caballos. Otro día entró en Quezaltenanco, y no halló persona dentro; refrescóse allí, y recorrió la tierra; al sexto vino un gran ejército de Quezaltenanco, muy en orden, a pelear con los españoles. Albarado salió a ellos con noventa de a caballo y con doscientos de a pie y un buen escuadrón de amigos, se puso en un llano muy grande a tiro de arcabuz del campamento, por si necesitase socorro. Ordenó cada capitán su gente, según la disposición del lugar, y luego arremetieron entrambos ejércitos, y el nuestro venció al otro. Los de a caballo siguieron el alcance más de dos leguas, y los peones hicieron una increíble matanza al pasar un arroyo. Los señores y capitanes y otras muchas personas señaladas se refugiaron en un cerro peleando, y allí fueron apresados y muertos. Cuando los señores de Utlatlan y Quezaltenanco vieron la destrucción, convocaron a sus vecinos y amigos, y dieron parias a sus enemigos para que les ayudasen, y así volvieron a juntar otro campo muy grueso, y enviaron a decir a Pedro de Albarado que querían ser sus amigos y dar de nuevo obediencia al Emperador, y que se fuese a Utlatlan. Todo era cautela para coger dentro a los españoles, y quemarlos una noche, pues la ciudades fuerte por demás, las calles angostas, las casas espesas, y no tiene más que dos puertas: una, con treinta escalones de subida, y la otra con una calzada, que ya tenían cortada por muchas partes, para que los caballos no pudiesen correr ni servir. Albarado lo creyó, y fue allá, mas como vio deshecha la calzada, la gran fortaleza del lugar y la falta de mujeres, sospechó la ruindad y se salió fuera; pero no tan de prisa que no recibiese mucho daño. Disimuló el engaño, trató con los señores, y fue, como dicen, a un traidor dos alevosos; pues con buenas palabras y con dádivas los aseguró y prendió; pero no por eso cesaba la guerra, antes bien andaba más dura, porque tenían a los españoles casi cercados, pues no podían ir por hierba ni leña sin escaramuzar, y mataban todos los días indios y hasta españoles. Los nuestros no podían recorrer la tierra para quemar y talar los panes y huertas, por los muchos y hondos barrancos que alrededor de su fuerte había. Así es que Albarado, pareciéndole más corta vía para conquistar la tierra, quemó a los señores que tenía presos, y publicó que quemaría la ciudad; y para esto y para saber qué voluntad le tenían los de Cuahutemallan, les envió a pedir ayuda, y ellos se la dieron de cuatro mil hombres, con los cuales, y con los demás que él tenía, dio tal prisa a los enemigos, que los lanzó de su propia tierra. Vinieron luego los principales de la ciudad y la gente baja a pedir perdón y a entregarse; echaron la culpa de la guerra a los señores quemados, la cual también ellos habían confesado antes de que los quemasen. Albarado los recibió con juramento que hicieron de lealtad; soltó dos hijos de los señores muertos, que tenía presos, y les dio el estado y mando de los padres, y así se sujetó aquella tierra y se pobló Utlatlan como antes estaba. otros muchos prisioneros se herraron y se vendieron por esclavos, y de ellos se dio el quinto al Rey, y lo cobró el tesorero de aquel viaje, Baltasar de Mendoza. Es aquella tierra rica, de mucha gente, de grandes pueblos, abundante en mantenimientos; hay sierras de alumbre y de un licor que parece aceite, y de azufre tan excelente que sin refinar ni otra mezcla hicieron nuestros arcabuceros muy buena pólvora. Esta guerra de Utlatlan se acabó a principios de abril del año 1524. Se vendió en ella la docena de herraduras en ciento cincuenta castellanos.