Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE MEXICO



Comentario

Gente que Cortés llevó a las Higueras


Así que Cortés despachó a Gonzalo de Salazar y a Peralmíndez desde la villa del Espíritu Santo con poderes para gobernar en México, hizo saber a los señores de Tabasco y Xicalanco que estaba allí y quería ir por cierto camino: que le enviasen algunos hombres prácticos de la costa y de la tierra. Entonces aquellos señores le enviaron diez personas de las más honradas de sus pueblos, y mercaderes, con el crédito que de costumbre tienen; los cuales, después de haber entendido muy bien el intento de Cortés, le dieron un dibujo de algodón tejido, en que pintaron todo el camino que hay de Xicalanco hasta Naco y Nito, donde estaban los españoles, y aun hasta Nicaragua, que está en el mar del Sur, y hasta donde residía Pedrarias, gobernador de Tierra Firme; cosa digna de ver porque tenía todos los ríos y sierras que se pasan y todos los grandes pueblos y las ventas a donde hacer jornada cuando van a las ferias; y le dijeron como, por haber quemado muchos pueblos los españoles que andaban por aquella tierra, habían huido los naturales a los montes; y así, no se hacían las ferias como solían en aquellas ciudades. Cortés se lo agradeció, y les dio algunas cosillas por el trabajo y por las noticias de lo que buscaba, y se maravilló de la noticia que tenían de tierra tan lejana. Teniendo, pues, guía y lengua, pasó revista y halló ciento cincuenta caballos y otros tantos españoles a pie muy en orden de guerra, para servicio de los cuales iban tres mil indios y mujeres. Llevó una piara de puercos, animales para mucho camino y trabajo, y que se multiplicaban en gran manera. Metió en tres carabelas cuatro piezas de artillería que sacó de México, mucho maíz, judías, pescado y otros mantenimientos, muchas armas y pertrechos, y todo el vino, aceite, vinagre y cecinas que tenía traídas de Veracruz y de Medellín. Envió los navíos a que fuesen costa a costa hasta el río de Tabasco, y él tomó el camino por tierra, con pensamiento de no desviarse mucho del mar. A nueve lenguas de la villa del Espíritu Santo pasó un gran río en barcas, y entró en Tunalan; y otras tantas leguas más adelante pasó otro río, que llamó Aquiauilco, y los caballos a nado. Tropezó después con otro tan ancho, que para que no se le ahogasen los caballos hizo un puente de madera, no media legua del mar, que tenía novecientos treinta y cuatro pasos. Fue obra que maravilló a los indios, y aun que los cansó. Llegó a Copilco, cabeza de la provincia; y en treinta y cinco leguas que anduvo atravesó cincuenta ríos y desaguaderos de ciénagas y casi otros tantos puentes que hizo, pues no hubiese podido pasar de otra manera la gente. Es aquella tierra muy poblada, aunque muy baja y de muchos cenagales y lagunajos, a causa de ser muy alta la costa y ribera; y así, tienen muchas canoas. Es rica en cacao, abundante en pan, fruta y pesca. Sirvió muy bien este camino, y quedó amiga y depositada a los españoles vecinos de la villa del Espíritu Santo. De Anaxaxuca, que es el último lugar de Copilco para ir a Ciuatlan, atravesó unas montañas muy cerradas y un río, llamado Quezatlapan, bien grande, el cual entra en el de Tabasco, que llaman Grijalva; y por él se proveyó de comida a los carabelones con veinte barquillas de Tabasco, que trajeron doscientos hombres de aquella ciudad, con las cuales pasó el río. Se le ahogó un negro, y se perdieron hasta cuatro arrobas de herraje, que hicieron mucha falta. Creo que aquí se casó Juan Jaramillo con Marina, estando borracho. Culparon a Cortés, que lo consintió teniendo hijos con ella. Huyeron; y en veinte días que estuvo allí Cortés ni vieron ni halló quién le mostrase camino, si no fueron dos hombres y unas mujeres que le dijeron que el señor y todos estaban por los montes y esteros, y que ellos no sabían andar más que en barcas. Preguntados si conocían Chilapan, que estaba en el dibujo, señalaron con el dedo una sierra a unas diez leguas de allí. Cortés hizo un puente de trescientos pasos, en el que entraron muchas vigas de treinta y de cuarenta pies, y pasó un gran cenagal; pues sin pasar sobre el agua no se podía salir de aquel pueblo. Durmió en el campo alto y enjuto, y al otro día entró en Chilapan, gran lugar y bien asentado; mas estaba quemado y destruido. No halló en él más que dos hombres, que lo guiaron a Tamaztepec, que por otro nombre llaman Tecpetlican. Antes de llegar allí pasó un río, que tiene por nombre Chilapan, como el lugar que dejaron atrás. Se ahogó allí otro esclavo, y se perdió mucho fardaje. Tardó dos días en andar seis leguas, y casi siempre fueron los caballos por agua y cieno hasta las rodillas, y aun hasta la barriga por muchas partes. El trabajo y peligro que pasaron los hombres fue excesivo, y por poco se ahogaron tres españoles. Tamaztepec estaba sin gente y desolado. Todavía reposaron en él los nuestros seis días. Hallaron fruta, maíz verde en lo labrado, y maíz en grano en silos, que fue mucho remedio y refrigerio, según iban hombres y caballos; y hasta cómo pudieron llegar los puercos fue maravilla. De allí fue a Iztapan en dos jornadas por ciénagas y tremedales espantosos, donde se hundían los caballos hasta la cincha. Los de aquel pueblo, cuando vieron hombres a caballo, huyeron, y también porque les había dicho el señor de Ciuatlan que los españoles mataban a cuantos tropezaban; y hasta prendieron fuego a muchas casas. Llevaron su ropilla y mujeres a la otra parte del río que pasa por el pueblo, y muchos de ellos, por pasar deprisa, se ahogaron. Se prendió a algunos, que dijeron cómo por el miedo que les había metido el señor de Ciuatlan habían hecho aquello. Cortés, entonces, llamó a los que traía de Ciuatlan, Chilapan y Tamaztepec, para que dijesen el buen tratamiento que se les daba; y les dio luego en presencia de aquel preso algunas cosillas, y permiso para que se volviesen a sus casas, y cartas para que las mostrasen a los cristianos que viniesen por sus pueblos, porque con ellas estarían seguros. Con esto se alegraron y aseguraron los de Iztapan, y llamaron al señor, el cual vino con cuarenta hombres, y se dio por vasallo del Emperador; y dio largamente de comer a nuestro ejército aquellos ocho días que allí estuvo. Pidió veinte mujeres, que fueron apresadas en el río, y en seguida se las dieron. Acaeció estando allí que un mexicano se comió una pierna de otro indio de aquel pueblo, que fue muerto a cuchilladas. Lo supo Cortés, y lo mandó entonces quemar en presencia del señor; el cual quiso saber la causa, y le fue dicha, y aun le hizo Cortés un largo razonamiento y sermón, con intérprete, dándole a entender cómo había venido a aquellos lugares en nombre del más bueno y poderoso príncipe del mundo, a quien toda la tierra reconocía como a monarca, y que así debía hacer él; y que también venía a castigar a los malos que comían carne de otros hombres, como hacía aquel de México, y a enseñar la ley de Cristo, que mandaba creer y adorar un solo Dios y no tantos ídolos; y notificar a los hombres el engaño que les hacía el diablo para llevarlos al infierno, donde los atormentase con terrible y perdurable fuego. Le declaro asimismo muchos misterios de nuestra santa fe católica. Le cebó con el paraíso, y le dejó muy contento y maravillado de las cosas que le dijo. Este señor dio a Cortés tres canoas para enviar a Tabasco por el río abajo con tres españoles y la instrucción de lo que habían de hacer los carabelones, y de cómo tenían que ir a esperarle a la bahía de la Ascensión, y para llevar con ellas y con otras carne y pan de los navíos a Acalan por un estero. Le dio asimismo otras tres canoas y hombres, que fueron con unos españoles río arriba a apaciguar y allanar la tierra y camino, que no fue poca amistad. De aquí comenzaron a ir ruines nuevas a México, y que nunca más volvería Cortés, por lo cual mostraron entonces sus dañosas intenciones Gonzalo de Salazar y Peralmíndez.