Comentario
Lo que hizo Cortés cuando supo las revueltas de México
Dos oidores de Santo Domingo, teniendo todos los días noticias, aunque dudosas, de que Cortés había muerto, enviaron a saber si era cierto, en un navío que venía a Nueva España, de mercaderes, con treinta y dos caballos, muchos aderezos de la jineta, y otras muchas cosas para vender. Este navío, sabiendo que estaba vivo y en Honduras, pues así se lo habían dicho los del bergantín en la Trinidad de Cuba, dejó la ruta de Medellín y se vino a Trujillo, creyendo vender mejor su mercadería. Con este navío escribió el licenciado Alonso Zuazo a Cortés que en México había grandes males, y bandos y guerra entre los mismos españoles y oficiales del Rey que dejó como tenientes suyos, y que Gonzalo de Salazar y Peralmíndez se habían hecho pregonar como gobernadores, y echado fama de que él había muerto; y otros le habían hecho las honras por tal. Que habían prendido al tesorero Alonso de Estrada y contador Rodrigo de Albornoz, ahorcado a Rodrigo de Paz, y que habían puesto otros alcaldes y alguaciles; y que le enviaban preso a Cuba, a tener residencia del tiempo que allí fue juez, y que los indios estaban para levantarse; en fin, le relató cuanto en aquella ciudad pasaba. Cuando estas cartas leía Cortés, reventaba de pesar y dolor, y dijo: "Al ruin dadle el mando, y veréis quien es; yo me lo merezco, que hice honra a desconocidos, y no a los míos, que me siguieron toda su vida". Se retiró a su cámara a pensar, y aun a llorar aquel triste caso, y no se determinaba si era mejor ir o enviar, por no dejar perder aquella buena tierra. Hizo hacer tres días procesión y decir misas del Espíritu Santo, para que le encaminase a lo mejor y a lo que fuese más en servicio de Dios. Al fin pospuso todo lo demás por ir a México a remediar aquel revuelto. Dejó allí en Trujillo a Hernando de Saavedra, primo suyo, con cincuenta peones españoles y treinta y cinco de a caballo. Envió a decir a Gonzalo de Sandoval que se fuese de Naco a México, por tierra, con los de su compañía, por el camino que llevó Francisco de las Casas, que era yendo por el mar del Sur a Cuahutemallan, camino hecho, llano y seguro; y él se embarcó en aquel navío que le trajo tan tristes nuevas, para ir a Medellín. Estando sobre un ancla nada más, muy a pique de partir, no hizo tiempo. Volvió al pueblo para apaciguar cierta revolución entre los vecinos. Los aplacó castigando a los revoltosos, y pasados dos días, se volvió a la nao. Llevó anclas y velas, y navegando con buen tiempo, se rompió la antena mayor, a menos de dos leguas del puerto; le fue forzoso volver a donde partió. Estuvo tres días en adobarla. Salió del puerto con viento muy próspero. Anduvo cincuenta leguas en dos noches y un día. Aumentó un norte tan fuerte y contrario, que rompió el mástil del trinquete por los tamboretes. Le convino, aunque pasó trabajo y peligro, volver al mismo puerto. Volvió a decir misas y hacer procesiones, y pensó que Dios no quería que dejase aquella tierra ni que fuese a México, pues tantas veces, saliendo con buen tiempo, se había vuelto al puerto. Así que determinó quedarse, y enviar a Martín Dorantes, su lacayo, en aquel mismo navío, que había de ir a Pánuco con cartas para los que le pareció y bastantes poderes para Francisco de las Casas, con revocación de todos cuantos poderes hasta allí había dado y hecho de la gobernación. Envió asimismo algunos caballeros y otras personas principales de México para dar crédito de que no estaba muerto, como publicaban. Martín Dorantes, como en otro lugar dije, llegó a México, aunque por muchos peligros, y a tiempo que Francisco de las Casas había ido preso a España; pero bastó su llegada para que los de la ciudad creyesen que Cortés estaba vivo.