Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE MEXICO



Comentario

Los niños


Es costumbre en esta tierra saludar al niño recién nacido diciendo: "¡Oh, criatura! ¡Ah, chiquito! Venido eres al mundo a padecer; sufre, padece y calla". Le ponen luego un poco de cal viva en las rodillas, como quien dice: "Vivo eres, pero morir tienes, o por muchos trabajos has de ser tornado polvo como esta cal, que piedra era". Se regocijan aquel día con bailes, cantares y colación.

Era general costumbre no dar leche las madres a sus hijos el primer día todo entero que nacían, para que con el hambre cogiesen después la teta de mejor gana y apetito; pero mamaban ordinariamente cuatro años consecutivos, y tierras había que doce. Las cunas son de cañas o palillos muy livianos, por no hacer pesada la carga. También se los echan las madres y amas al cuello sobre la espalda, con una mantilla que les coge todo el cuerpo, y que se atan ellas al pecho por las puntas, y de aquella manera los llevan caminando, y les dan la teta por el hombro; huyen de quedarse preñadas criando, y la viuda no se casa hasta destetar el hijo, pues les estaba mal mirado que hiciesen lo contrario.

En algunas partes zambullen los niños en albercas, fuentes o ríos, o en tinajas, el primer día que nacen, para endurecerles el cuero y carne, o quizá por lavarles la sangre, hedor y suciedad que sacan del vientre de las madres; cuya costumbre algunas naciones de por acá la tuvieron. Hecho esto, les ponen, si es varón, una saeta en la mano derecha, y si hembra, un huso o una lanzadera, significando que se habían de valer, él por las armas, y ella por la rueca.

En otros pueblos bañaban a las criaturas a los siete días, y en otros a los diez de nacer; y allí ponían al hombre una rodela en la izquierda y una flecha en la derecha. A la mujer le ponían una escoba, para entender que el uno ha de mandar y la otra obedecer, En este lavatorio les ponían nombre, no como querían, sino el del mismo día en que nacieron; y a los tres meses suyos, que son dos de los nuestros, los llevaban al templo, donde un sacerdote que llevaba la cuenta y ciencia del calendario y signos les daba otro sobrenombre, haciendo muchas ceremonias, y declaraba las gracias y virtudes del ídolo cuyo nombre les ponía, pronosticándoles buenos hados. Comían en tales días muy bien, bebían mejor, y no era buen convidado el que no salía borracho. Además de estos nombres de los días siete y sesenta, tomaban algunos señores otro, como era Tecuitli y Pilli; mas esto acontecía raras veces.

El castigo de los hijos toca a los padres, y el de las hijas a las madres. Los azotan con ortigas, les dan humo en las narices, estando colgados de los pies; atan a las muchachas por los tobillos, para que no salgan fuera de casa; las hieren en el labio y punta de la lengua, por la mentira; son muy apasionados por mentir todos estos indios, y por enmienda y por quitarlos de este vicio ordenó Quezalcoatl el sacrificio de la lengua. Caro les costó a muchos el mentir al principio que nuestros españoles ganaran la tierra; porque, al preguntarles dónde había oro y sepulturas ricas, decían que en tal y tal sitio; y como no se hallase por más que cavaban, los descoyuntaban a tormentos y golpes, y hasta los aperreaban.

Los pobres enseñaban a sus hijos sus oficios, no porque no tuviesen libertad para mostrarles otro, sino porque los aprendiesen sin gastar con ellos. Los ricos, especialmente los caballeros y señores, enviaban a los templos a sus hijos cuando tenían cinco años, y por esta causa había tantos hombres en cada templo, cuantos en otra parte dije. Allí había un maestro para adoctrinarlos; tenía esta congregación de mancebos tierras propias en que coger pan y fruta; tenían sus estatutos, como decir, ayunar tantos días en cada mes, sangrarse las fiestas, rezar, y no salir sin licencia.