Comentario
Encerramiento de mujeres
A espaldas de los templos grandes de cada ciudad había una sala muy grande y aposento por sí, donde comían, dormían y hacían su vida muchas mujeres; y aunque tales salas no tenían puerta, porque no las usan, están seguras. Bien que nuestros españoles decían lo que pensaban de aquella abertura y libertad, sabiendo que aun donde hay puertas saltan los hombres las paredes. Diversas intenciones y fines tenían las que dormían en casa de los dioses; pero ninguna de ellas entraba para estar allí toda la su vida, aunque había entre ellas mujeres viejas. Unas entraban allí por enfermedades, otras por necesidad, y otras por ser buenas. Algunas para que los dioses les diesen riquezas, muchas para que les diesen larga vida, y todas para que les diesen buenos maridos y muchos hijos. Prometían servir y estar en el templo un año, dos, tres, o más tiempo, y después se casaban. Lo primero que hacían al entrar era trasquilarse, a diferencia de las otras, o porque los ministros del mismo templo llevaban cabellos. Su oficio era hilar algodón y pluma, y tejer mantas para sí y para los ídolos, barrer el patio y salas del templo; que las gradas y capillas altas los ministros las barrían. Tenían algunas sangrías del cuerpo con que agradar al diablo; iban las fiestas solemnes, o siendo menester, en procesión con los sacerdotes, ellos por una fila y ellas por otra; pero no subían las gradas ni cantaban; vivían de por amor de Dios, pues sus parientes, y los ricos y devotos, las sustentaban, y les daban carne cocida y pan caliente, que ofreciesen a los ídolos, pues siempre se ofrecía así para que subiese el olor y vaho en alto, y gustasen los dioses. Comían en comunidad, y dormían juntas en una sala, como monjas, o por mejor decir, como ovejas; no se desnudaban, dicen, por honestidad, y por levantarse más pronto a servir a los dioses y a trabajar; aunque no sé qué se habían de desnudar las que andaban casi en cueros; bailaban en las fiestas ante los dioses, según el día. La que hablaba o se reía con algún hombre seglar o religioso, era reprendida, y la que pecaba con alguno la mataban, juntamente con el hombre; creían que se les habían de pudrir las carnes a las que perdían allí su virginidad, y por el miedo del castigo e infamia eran buenas mujeres estando allí; y las que hacían aquel mal recado de su persona, hacían grandísima penitencia y permanecían en la religión.