Comentario
La gran fiesta de Tlaxcallan
Casi las mismas fiestas de México y ritos de sacrificar hombres tenían en Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Tepeacac, Zacatlan y otras ciudades y repúblicas, sino que variaban los nombres a la mayoría de los días y dioses del agua Tlaloc, Matlalcuie y Xuchiquezatl, y que en una fiesta asaeteaban un hombre puesto en una cruz, y en otra acañavereaban a otro en una cruz baja, y en otra desollaban a dos mujeres en sacrificio; se vestían los cueros dos sacerdotes mozos y ligeros; corrían por el patio, y por las calles de la ciudad tras los caballeros y bien vestidos; y al que alcanzaban le quitaban las mantas, plumajes y joyas que para honrar la fiesta se había puesto. Empero la gran fiesta suya era de cuatro en cuatro años, que llaman Teuxiuitl, y que quiere decir año de Dios, y que cae al principio de un mes correspondiente a marzo. Al dios en cuyo honor se hacía le llaman Camaxtle, y por otro nombre Mixcouath. Trae la fiesta ciento sesenta días de ayuno para los sacerdotes, y para los legos ochenta. Antes de comenzar el ayuno predicaba el achcahutli mayor a sus hermanos, esforzándolos al trabajo venidero, amonestándoles fuesen los criados de Dios que debían, pues habían entrado allí a servirle; y en fin, les decía que había llegado el año de su dios para hacer penitencia; por tanto, el que se sintiese flaco o indevoto saliese al patio de Dios dentro de cinco días, y no sería culpado ni menoscabado por ello; mas que si después se salía, habiendo comenzado el ayuno y penitencia, sería tenido por indigno del servicio de los dioses y de la compañía de sus siervos, y privado del oficio y honra clerical, y sus bienes confiscados. Pasado el quinto día de plazo, les preguntaba si estaban todos, y si querían ir con él. Respondían que sí; y con tanto iban con el achcahutli doscientos, trescientos y más clérigos a una sierra, a cuatro leguas de Tlaxcallan, muy áspera y alta. Se quedaban todos los tlenamacaques, antes de acabarla de subir, orando, y el achcahutli subía solo, entraba en un templo de Matlalcuie, y ofrecía al ídolo con grandísima reverencia esmeraldas, plumas verdes, incienso y papel, y se volvía a la ciudad. Ya para entonces estaban en el templo todos los servidores de ídolos que había en el pueblo, con muchos haces de palos. Comían todos muy bien y bebían no poco; pues aún el ayuno estaba por entrar. Llamaban luego a muchos carpinteros, que también hubiesen ayunado y rezado cinco días, para alisar y aguzar aquellos palos. Se iban los carpinteros después de haber hecho su oficio, y venían los navajeros, ayunos asimismo. Sacaban y afilaban muchas navajas y lancetas de azabache, y las ponían sobre mantas limpias y nuevas. Si alguna de ellas se rompía antes de que se acabase, vituperaban al maestro, diciendo que no había ayunado. Los sacerdotes perfumaban aquellas nuevas navajas, y las ponían al sol en las mismas mantas. Cantaban unos cantares regocijados al son de algunos atabalejos. Callaban los atabales, y cantaban otro cantar triste, y luego lloraban muy fuerte. Iban entonces todos, unos tras otros, como quien toma ceniza, a un sacerdote que estaba en la grada más alta; el cual horadaba, como hombre diestro en el oficio, la lengua de cada uno por medio con su navaja, que para eso hacían tantas. Se arrodillaban ante Camaxtle, y comenzaban a pasar palos por las lenguas. Cada uno pasaba según su estado, o tiempo que servía al ídolo; quien ciento, quien doscientos; pero el achcahutli y los viejos metían aquel día cada uno cuatrocientos cinco palos de los más gruesos por el agujero de las lenguas. Cuando acababan este sacrificio era más de medianoche. Cantaba luego el achcahutli, y respondían los otros farfullando; pues la sangre y el dolor no les dejaba libre la voz. Ayunaban veinte días, comiendo muy poquito, y hacían de manera que no se les cerrase el agujero de la lengua, porque a los veinte días, y a los cuarenta, y a los sesenta, y a los ochenta habían de sacar por él cada uno otras tantas varas cuantas el primero. Así que se sacrificaban cinco veces de esta misma manera en ochenta días, y montaban las varas, que solo el achcahutli ensangrentaba dos mil veinte. Al cabo de los ochenta días ponían un ramo en el patio, que todos lo viesen, para que todos ayunasen los otros ochenta días que quedaban hasta la Pascua. Y no dejaba nadie de ayunar, como era su costumbre, comiendo poco y bebiendo agua. No podían comer chili, que es manjar caliente, ni bañarse, ni tocar a mujer, ni apagar el fuego; y en casa de los señores, como Maxixcacín y Xicotencatl, si el fuego se moría, mataban al esclavo que lo atizaba, y derramaban la sangre en el hogar. Aquel mismo día que ponían el ramo hincaban ocho varales grandes en el patio, como bolos, y echaban en medio de ellos todas sus varas ensangrentadas, para quemar después; pero antes las presentaban a Camaxtle como ofrenda. En los segundos ochenta días se metían asimismo pajas aquellos sacerdotes por las lenguas; mas no tantas como antes, ni tan gruesas, sino como cañones. Cantaban siempre, y respondían con voz lastimera. Salían a pedir por las aldeas con ramos en las manos, y les daban como en limosnas mantas, plumas y cacao. Encalaban y lucían muy bien todas las paredes del templo, patio y salas; y tres días antes de la fiesta se pintaban los sacerdotes, unos de blanco, otros de negro, otros de verde, otros de azul, otros de colorado, otros de amarillo, y otros de otro color; en fin ellos estaban rarísimos, porque además de los muchos colores, se hacían mil figuras en el cuerpo, de diablos, sierpes, tigres, lagartos y cosas semejantes. Bailaban todo el día de la víspera sin parar; venían algunos clérigos de Chololla con las vestiduras de Quezalcoatlh, y vestían a Camaxtle y otro diosecillo junto a él. Camaxtle era tres estados de alto, y el otro ídolo parecía niño; pero le tenían tanto respeto, que no le miraban a la cara. Ponían a Camaxtle muchas mantillas, y sobre ellas una tecuxicoalli grande, y abierta por delante, a manera de sotana, con aberturas para los brazos, y con un forro muy bien bordado de hilo de pelos de conejo, que llaman tochomitl, y luego una capa sin capilla, como allá usan. Una máscara que dicen que trajeron de Puyahutla, a veintiocho leguas de allí, los primeros pobladores, de donde fue natural el mismo Camaxtle. Le ponían un grandísismo penacho verde y colorado, una muy gentil rodela de oro y pluma en el brazo izquierdo, y en la mano derecha una gran saeta con la punta de pedernal. Le ofrecían muchas flores, rosas e incienso. Le sacrificaban muchos conejos, codornices, culebras, langostas, mariposas y otras cazas. A medianoche se revestía un sacerdote, y sacaba lumbre nueva, y la santificaba con la sangre de un cautivo principal, que degollaba, a quien decían hijo del Sol, por haber muerto en tan bendito día. Se iban los sacerdotes cada uno a su templo con aquella nueva lumbre, y allá sacrificaban hombres a sus ídolos. En el templo de Camaxtle, que está en el barrio de Ocolelulco, mataban cuatrocientos cinco presos de guerra, que tantas varas se pasó por la lengua el gran achcahutli. En el barrio de Tepeticpac mataban ciento, y casi otros tantos en cada uno de los barrios de Tizatlan y Quiahuyztlan; y no había pueblo, de veintiocho que tiene, donde no matasen algunos. En fin, dicen que mataban y comían los de Tlaxcallan y su provincia aquel día y fiesta de Camaxtle, que celebraban de cuatro en cuatro años, novecientos y hasta mil hombres. Los sacerdotes se desayunaban con aquella bendita carne, y los legos hacían grandes banquetes y borracheras. Eran grandísimos carniceros estos de Tlaxcallan, y muy valientes en la guerra. Tenían por valentía y honra haber prendido y sacrificado muchos enemigos, como quien dice haber vencido muchos campos, o tener muchas heridas por la cara, recibidas en batalla. Tlaxcalteca había cuando Cortés entró allí, que tenía muertos en sacrificio cien hombres, presos con sus propias manos.