Comentario
CAPÍTULO IX
La matanza del templo mayor en la fiesta de Tóxcatl
Establecidos ya los españoles en México-Tenochtitlan Motecuhzoma se convirtió prácticamente en prisionero de Cortés. Varios textos indígenas como el Códice Ramírez, la XIII relación de Ixtlilxóchitl, el Códice Aubin etcétera, se refieren de manera directa a la matanza preparada por don Pedro de Alvarado, durante la fiesta de Tóxcatl, celebrada por los nahuas en honor de Huitzilopochtli.
Hernán Cortés se había ausentado de la ciudad para ir a combatir a Pánfilo de Narváez, quien había venido a aprehender al conquistador por orden de Diego Velázquez, gobernador de Cuba. Alvarado "el Sol", como lo llamaban los mexicas, alevosamente llevó a cabo la matanza, cuando la fiesta alcanzaba su mayor esplendor. Aquí se ofrecen dos testimonios, conservados en náhuatl y que pintan con un realismo comparable al de los grandes poemas épicos de la antigüedad clásica, los más dramáticos detalles de la traición urdida por Alvarado.
Primeramente oiremos el testimonio de los informantes indígenas de Sahagún, que nos narran los preparativos de la fiesta, el modo como hacían los indios con masa de bledos la figura de Huitzilopochtli y por fin, cómo en medio de la fiesta, de pronto los españoles atacaron a traición a los mexicas. Los informantes nos habían en seguida de la reacción de los indios, del sitio que pusieron a los españoles refugiados en las casas reales de Motecuhzoma. El cuadro se cierra, cuando llega la noticia de que ya vuelve Cortés. Los indios "se pusieron de acuerdo en que no se dejarían ver, que permanecerían ocultos, estarían escondidos# como si reinara la profunda noche#".
Después de transcribir el texto de los informantes de Sahagún, se ofrecerá también en este capítulo la breve pintura que de la misma matanza de la fiesta de Tóxcatl nos da el autor indígena del Códice Aubin. Se trata de un pequeño cuadro acerca del cual Garibay ha escrito: "Literariamente hablando, a ninguna literatura le viene mal tal forma de narración, en que vemos, viviendo y padeciendo, al pueblo de Tenochtitlan ante la acometida del Tonatiuh (Alvarado), tan bello como malvado".
Los preparativos de la fiesta de Tóxcatl
Luego pidieron (los mexicanos) la fiesta de Huitzilopochtli. Y quiso ver el español cómo era la fiesta, quiso admirar y ver en qué forma se festejaba.
Luego dio orden Motecuhzoma: unos entraron a la casa del jefe, fueron a dejarle la petición.
Y cuando vino la licencia a donde estaba Motecuhzoma encerrado, luego ya se ponen a moler la semilla de chicalote las mujeres que ayunaban durante el año, y eso lo hacen allá en el patio del templo.
Salieron los españoles, mucho se juntaron con sus armas de guerra. Estaban aderezados, estaban armados. Pasan entre ellas, se ponen junto a ellas, las rodean, las están viendo una por una, les ven la cara a las que están moliendo. Y después que las vieron, luego se metieron a la gran Casa Real: como se supo luego, dizque ya en este tiempo tenían la intención de matar a la gente, si salían por allí los varones.
Hacen la figura de Huitzilopochtli
Y cuando hubo llegado la fiesta de Tóxcatl, al caer la tarde, comenzaron a dar cuerpo, a hacer en forma humana el cuerpo de Huitzilopochtli, con su semblante humano, con toda la apariencia de hombre.
Y esto lo hacían en forma de cuerpo humano solamente con semilla de bledos: con semilla de bledos de chicalote. Lo ponían sobre un armazón de varas y lo fijaban con espinas, le daban sus puntas para afirmarlo.
Cuando ya estaba formado en esta figura, luego lo emplumaban y le hacían en la cara su propio embijamiento, es decir, rayas que atravesaban su rostro por cerca de los ojos. Le ponían sus orejas de mosaico de turquesa, en figura de serpientes, y de sus orejeras de turquesas está pendiente el anillo de espinas. Es de oro, tiene forma de dedos del pie, esta elaborado como dedos del pie.
La insignia de la nariz hecha de oro, con piedras engastadas; a manera de flecha de oro incrustada de piedras finas. También de esta nariguera colgaba un anillo de espinas de rayas transversales en el rostro. Este aderezo facial de rayas transversales era de color azul y de color amarillo. Sobre la cabeza, le ponían el tocado mágico de plumas de colibrí. También luego le ponían el llamado anecúyotl es de plumas finas, de forma cilíndrica, pero hacia la parte del remate es aguzado, de forma cónica.
Luego le ponían al cuello un aderezo de plumas de papagayo amarillo, del cual está pendiente un fleco escalonado de semejanza de los mechones de cabello que traen los muchachos. También su manta de forma de hojas de ortiga, con tintura negra: tiene en cinco lugares mechones de pluma fina de águila.
Lo envuelven todo en él también con su mano de abajo, que tiene pintadas calaveras y huesos. Y arriba le visten su chalequillo, y éste está pintado con miembros humanos despedazados: todo él está pintado de cráneos, orejas, corazones, intestinos, tóraces, tetas, manos, pies.
También su maxtle. Este maxtle es muy precioso y su adorno es de puro papel, es decir, de papel de amate, de ancho una cuarta, de largo veinte. Su pintura es de rayas verticales de color azul claro.
A la espalda lleva colocada como una carga su bandera de color de sangre. Esta bandera de color de sangre es de puro papel. Está teñida de rojo, como teñida de sangre. Tiene un pedernal de sacrificio como coronamiento, y ése es solamente de hechura de papel. Igualmente está rayado con rojo color de sangre.
Porta su escudo: es de hechura de bambú, hecho de bambú. Por cuatro partes está adornado con un mechón de plumas finas de águila: está salpicado de plumas finas; se le denomina tehuehuelli. Y la banderola del escudo igualmente está pintada de color de sangre, como la bandera de la espalda. Tenía cuatro flechas unidas al escudo.
Su banda a manera de pulsera está en su brazo; bandas de piel de coyote y de éstas penden papeles cortados en tiras cortas.
El principio de la fiesta
Pues cuando hubo amanecido, ya en su fiesta, muy de mañana, le descubrieron la cara los que habían hecho voto de hacerlo. Se colocaron en fila delante del ídolo, lo comenzaron a incensar, y ante él colocaron todo género de ofrendas: comida de ayuno (o acaso comida de carne humana) y rodajas de semilla de bledos apelmazada.
Y estando así las cosas, ya no lo subieron, ya no lo llevaron a su pirámide.
Y todos los hombres, los guerreros jóvenes, estaban como dispuestos totalmente, con todo su corazón iban a celebrar la fiesta, a conmemorar la fiesta, para con ella mostrar y hacer ver y admirar a los españoles y ponerles las cosas delante.
Se emprende la marcha, es la carrera: todos van en dirección del patio del templo para allí bailar el baile del culebreo. Y cuando todo el mundo estuvo reunido, se dio principio, se comenzó el canto, y la danza del culebreo.
Y los que habían ayunado una veintena y los que habían ayunado un año, andaban al frente de la gente: mantenían en fila a la gente con su bastón de pino. Al que quisiera salir lo amenazaban con su bastón de pino.
Y si alguno deseaba orinar, deponía su ropa de la cadera y su penacho partido de plumas de garza.
Pero al que no más se mostraba desobediente, al que no seguía a la gente en su debido orden, y vela como quiera las cosas, luego por ello lo golpeaban en la cadera, lo golpeaban en la pierna, lo golpeaban en el hombro. Fuera del recinto lo arrojaban, violentamente lo echaban, le daban tales empellones que cala de bruces, iba a dar con la cara en tierra, le tiraban con fuerza de las orejas: nadie en mano ajena chistaba palabra.
Eran muy dignos de veneración aquellos que por un año habían ayunado; se les temía; por título propio y exclusivo tenían el de "hermanos de Huitzilopochtli".
Ahora bien, iban al frente de la danza guiando a la gente los grandes capitanes, los grandes valientes. Pasaban en seguida los ya jovenzuelos, aunque sin pegarse a aquéllos. Los que tienen el mechón que caracteriza a los que no han hecho cautivo, los mechudos, y los que llevaban el tocado como un cántaro: los que han hecho prisioneros con ayuda ajena.
Los bisoños, los que se llamaban guerreros jóvenes, los que ya hicieron un cautivo, los que ya cogieron a uno o dos cautivos, también los iban cercando. A ellos les decían:
-¡Fuera allá, amigotes, mostradlo a la gente (vuestro valor), en vosotros se ve!
Los españoles atacan a los mexicas
Pues así las cosas, mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra.
Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas: La Entrada del águila, en el palacio menor; la de Acatl iyacapan (Punta de la Caña), la de Tezcacoac (Serpiente de espejos). Y luego que hubieron cerrado en todas ellas se apostaron: ya nadie pudo salir.
Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para matar a la gente. Van a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan de metal y sus espadas.
Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada.
Al momento todos acuchillan alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza.
Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra. Y había algunos que aun en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde dirigirse.
Pues algunos intentaban salir: allí en la entrada los herían los apuñalaban. Otros escalaban los muros; pero no pudieron salvarse. Otros se metieron en la casa común: allí sí se pusieron en salvo. Otros se entremetieron entre los muertos, se fingieron muertos para escapar. Aparentando ser muertos, se salvaron. Pero si entonces alguno se ponía en pie, lo veían y lo acuchillaban.
La sangre de los guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado, y el hedor de la sangre se alzaba al aire, y de las entrañas que parecían arrastrarse.
Y los españoles andaban por doquiera en busca de la casa de la comunidad: por doquiera lanzaban estocadas, buscaban cosas: por si alguno estaba oculto allí; por doquiera anduvieron, todo lo escudriñaron. En las casas comunales por todas partes rebuscaron.
La reacción de los mexicas
Y cuando se supo fuera, empezó una gritería:
-Capitanes, mexicanos# venid acá. ¡Qué todos armados vengan: sus insignias, escudos, dardos!# ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros!# Han sido aniquilados, oh capitanes mexicanos.
Entonces se oyó el estruendo, se alzaron gritos, y el ulular de la gente que se golpeaba los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados: traen sus dardos, sus escudos.
Entonces la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con harpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera capa amarilla, las cañas sobre los españoles se tienden.
Los españoles se refugian en las casas reales
Por su parte los españoles inmediatamente se acuartelaron. Y ellos también comenzaron a flechar a los mexicanos, con sus dardos de hierro. Y dispararon el cañón y el arcabuz.
Inmediatamente echaron grillos a Motecuhzoma.
Por su parte, los capitanes mexicanos fueron sacados uno en pos de otro, de los que habían sucumbido en la matanza. Eran llevados, eran sacados, se hacían pesquisas para reconocer quién era cada uno.
El llanto por los muertos
Y los padres y las madres de familia alzaban el llanto. Fueron llorados, se hizo la lamentación de los muertos. A cada uno lo llevan a su casa, pero después los trajeron al Patio Sagrado: allí reunieron a los muertos; allí a todos juntos los quemaron, en un sitio definido, el que se nombra Cuauhxicalco (Urna del águila). Pero a otros los quemaron sólo en la Casa de los Jóvenes.
El mensaje de Motecuhzoma
Y cuando el sol iba a ocultarse, cuando apenas había un poco de sol, vino a dar pregón Itzcuauhtzin, desde la azotea gritó y dijo:
-Mexicanos, tenochcas, tlatelolcas: os habla el rey vuestro, el señor, Motecuhzoma: os manda decir: que lo oigan los mexicanos:
-Pues no somos competentes para igualarlos, que no luchen los mexicanos. Que se deje en paz el escudo y la flecha.
Los que sufren son los viejos, las viejas, dignas de lástima. Y el pueblo de clase humilde. Y los que no tienen discreción aún: los que apenas intentan ponerse en pie, los que andan a gatas. Los que están en la cuna y en su camita de palo: los que aún de nada se dan cuenta.
Por esta razón dice vuestro rey:
-"Pues no somos competentes para hacerles frente, que se deje de luchar". A él lo han cargado de hierros, le han puesto grillos a los pies.
Cuando hubo acabado de hablar Itzcuauhtzin le hicieron una gran grita, le dijeron oprobios. Se enojaron en extremo los mexicanos, rabiosos se llenaron de cólera y le dijeron:
-¿Qué es lo que dice ese ruin de Motecuhzoma? ¡Ya no somos sus vasallos!
Luego se alzó el estruendo de guerra, fue creciendo rápidamente el clamor guerrero. Y también inmediatamente cayeron flechas en la azotea. Al momento los españoles cubrieron con sus escudos a Motecuhzoma y a Itzcuauhtzin, no fuera a ser que dieran contra ellos las flechas de los mexicanos.
La razón de haberse irritado tanto los mexicanos fue el que hubieran matado a los guerreros, sin que ellos siquiera se dieran cuenta del ataque, el haber matado alevosamente a sus capitanes. No se iban, ni desistían.
Los mexicas sitian a los españoles
Estaban sitiando la casa real; mantenían vigilancia, no fuera a ser que alguien entrara a hurtadillas y en secreto les llevara alimentos. También desde luego terminó todo aportamiento de víveres: nada en absoluto se les entregaba, como para que los mataran de hambre.
Pero aquéllos que aún en vano trataban de comunicarse con ellos, les daban algún aviso; intentaban congraciarse con ellos dando en secreto algunos alimentos, si eran vistos, si se les descubría, allí mismo los mataban, allí acababan con ellos. O ya les quebraban la cerviz, o a pedradas los mataban.
Cierta vez fueron vistos unos mexicanos que introducían pieles de conejo. Ellos dejaron escaparse la palabra de que con ellos entraban otros a escondidas. Por esto se dio estricta orden de que se vigilara, se cuidara con esmero por todos los caminos y por todas las acequias. Había grande vigilancia, había guardas cuidadosos.
Ahora bien, los que introducían pieles de conejo eran trabajadores enviados de los mayordomos de los de Ayotzintepec y Chinantlan. Allí no más rindieron el aliento, allí se acabó su oficio: en una acequia los acogotaron con horquillas de palo. Aún contra sí mismos se lanzaron los tenochcas: sin razón alguna aprisionaban a los trabajadores. Decían: --"¡Este es!" Y luego lo mataban. Y si por ventura veían a alguno que llevara su bezote de cristal, luego lo atrapaban rápidamente y lo mataban. Decían:
Este es el que anda entrando, el que le está llevando de comer a Motecuhzoma.
Y si veían a alguno cubierto con el ayate propio de los trabajadores, también lo cogían rápidamente. Decían:
-También éste es un desgraciado, que trae noticias infaustas: entra a ver a Motecuhzoma.
Y el que en vano pretendía salvarse, les suplicaba diciendo:
-¿Qué es lo que hacéis, mexicanos? ¡Yo no soy! Le decían ellos:
-¡Sí, tú, infeliz! # ¿No eres acaso un criado? Inmediatamente allí lo mataban.
De este modo estaban fiscalizando a las personas, andaban cuidadosos de todos: no más examinaban su cara, su oficio: no más estaban vigilando a las personas los mexicanos. Y a muchos por fingido delito los ajusticiaron, alevosamente los mataron pagaron un crimen que no habían cometido.
Pero los demás trabajadores se escondieron, se ocultaron. Ya no se daban a ver a la gente, ya no se presentaban ante la gente, ya no iban a casa de nadie: estaban muy temerosos, miedo y vergüenza los dominaba y no querían caer en manos de los otros.
Cuando hubieron acorralado a los españoles en las casas reales, por espacio de siete días les estuvieron dando batalla. Y los tuvieron en jaque durante veintitrés días.
Durante estos días las acequias fueron desenzolvadas; se abrieron, se ensancharon, se les puso Maderos, ahondaron sus cavidades. Y se hizo difícil el paso por todas partes, se pusieron obstáculos dentro de las acequias.
Y en cuanto a los caminos, se les pusieron cercos, se puso pared de impedimento, se cerraron los caminos. Todos los caminos y calles fueron obstruccionados.
La versión de la matanza según el Códice Aubin
En Tóxcatl subían al ídolo. Mataron a los cantores cuando comenzaban el baile. No más lo vio Motecuhzoma y dijo a Malintzin:
-Favor de que oiga el dios: ha llegado la fiesta de nuestro dios: es de ahora a diez días. Pues a ver si lo subimos. Harán incensaciones y solamente bailaremos cuando se usaban los panes de bledos. Aunque haya un poco de ruido, eso será todo.
Dijo entonces el capitán:
-Está bien. Que lo hagan. Ya lo oí.
Luego partieron, fueron a encontrar a otros españoles que llegaban. Sólo El Sol se quedó aquí.
Y cuando llegó la hora en la cuenta de los días, luego dijo Motecuhzoma a éste:
-Favor de oír: aquí estáis vosotros. Pronto es la fiesta del dios; se ha aproximado la fiesta en que debemos festejar a nuestro dios.
Dijo aquél:
-¡Qué lo hagan; De algún modo ahora estaremos! Luego dijeron los capitanes:
-Favor de llamar a nuestros hermanos mayores:
Y dijeron los hermanos mayores:
Cuando éstos hubieron venido, luego les dan órdenes; les dicen:
-Mucho en esto se ponga empeño para que se haga bien.
Y dijeron los hermanos mayores.
-Que con fuerte impulso se haga.
Entonces dijo Tecatzin, el jefe de la armería:
-Favor de hacerlo saber al señor que está ante nosotros. ¡Así se hizo en Cholula: no más los encerraron en una casa! También ahora nosotros se nos han puesto difíciles las cosas. ¡Que en cada pared estén escondidos nuestros escudos!
Dijo entonces Motecuhzoma:
-¿Es que estamos acaso en guerra? ¡Haya confianza!
-Está bien.
Luego comienza el canto y el baile. Va guiando a la gente un joven capitán; tiene su bezote ya puesto: su nombre, Cuatlázol, de Tolnáhuac. Apenas ha comenzado el canto, uno a uno van saliendo los cristianos; van pasando entre la gente, y luego de cuatro en cuatro fueron a apostarse en las entradas.
Entonces van a dar un golpe al que está guiando la danza. Uno de los españoles le da un golpe en la nariz a la imagen del dios. Entonces abofetean a los que estaban tañendo los atabales. Dos tocaban el tamboril, y uno de Atempan tañía el atabal. Entonces fue el alboroto general, con lo cual sobrevino completa ruina.
En este momento un sacerdote de Acatl iyacapan, vino a dar gritos apresurado; decía a grandes voces:
-Mexicanos, ¿no que no en guerra? ¡Quién tiene confianza! ¡Quién en su mano tiene escudos de los cautivos!
Entonces atacan solamente con palos de abeto. Pero cuando ven, ya están hechos trizas por las espadas.
Entonces los españoles se acogieron a las casas en donde están alojados.