Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ



Comentario

Capítulo XXII


De cómo el capitán Francisco Pizarro prosiguió el descubrimiento y lo que le sucedió



Más deseo le dio al capitán y a los españoles de ver aquella tierra que habían descubierto, cuando Pedro de Candía les contaba lo que había visto; mas, como siendo tan pocos no bastasen para descubrir por tierra ni hacer ningún hecho, aguardaban a cuando siendo Dios servido, revolviesen con potencia; y por alcanzar enteramente lo que había, determinaron de pasar adelante en el navío; y así luego, desplegando las velas, partieron de aquel lugar, llevando un muchacho que les dieron para que les mostrase el puerto de Payta; y como fuesen navegando, descubrieron el puerto de Tangarara, y allegaron a una isla pequeña de grandes rocas, donde oyeron bufidos o bramidos temerosos; saltaron en el batel algunos y como fuesen a ver lo que era, vieron que los daban infinidad grande de lobos marineros, de los cuales hay muchos y muy grandes por aquella costa. Volvieron al navío y anduvieron hasta que llegaron a una punta, a quien pusieron por nombre del Aguja; más adelante entraron en un puerto, a quien llamaron Santa Cruz, por ser tal día en él. Habíase extendido por toda la costa de la tierra que llamamos Perú, de cómo andaban los españoles por ella en el navío y que eran blancos y con barbas, que ni hacían mal ni robaban, antes daban de lo que traían, y eran muy piadosos y humanos y otras cosas de las que juzgaron por lo que veían que había en ellos. Esta fama engrandecíalo más que el hecho, y cómo los hombres, aunque sean bárbaros, huelgan de ver cosas, aunque sean más peregrinas a entender, muchos había que deseaban ver los españoles y a su navío y al negro y ver el arcabuz cómo lo soltaban. Y como fuesen en el paraje que he dicho, salieron algunas balsas con indios para venir donde estaban, trayendo mucho pescado, frutas, con otros mantenimientos para les dar. El capitán lo recibió todo con grande agradecimiento, mandando que diesen a los indios de las balsas algunos peines y anzuelos y cuentas de las de Castilla. Un principal venia entre aquellos indios, que dijo al capitán cómo una señora que estaba en aquella tierra a quien llamaban "la capullana", como oyese decir lo que de él y sus compañeros se contaba, le había dado gran deseo de los ver; por tanto, que le rogaba saltase en tierra y que serían bien proveídos de lo que hubiesen menester. El capitán respondió que mucho agradecía lo que había dicho de parte de aquella señora, que él volvería breve y por le hacer placer saltaría en tierra a verla. Con esto se volvieron los indios y el navío se partió, y por hacerles impedimento el viento austro, anduvieron barloventeando más de quince días; y a la verdad, pocas veces reina el levante en aquella parte. La leña les faltó; por proveerse de ella tomaron puerto porque iban de luengo de costa. No estaban echadas las áncoras, ni aferradas las velas, cuando estaban junto al navío muchas balsas que venían con pescado y otras comidas y frutas para ellos. Mandó el capitán a Alonso de Molina que fuese a tierra con los indios que habían venido en las balsas para traer leña para el navío, y como volviese con recaudo, alteróse tanto la mar, que andaban las olas tan altas y ella tan brava, que no pudo llegar. El capitán aguardó tres días para lo tomar, mas por temor de que las amarras no se quebrasen y el navío se perdiese en la costa, alzaron áncoras para salir de allí, creyendo que el cristiano estaría con los indios seguramente, pues que él de ellos se conocía tan buena voluntad y tan poca malicia. Navegaron de allí hasta que llegaron a Colaque, que está entre Tangara y Chimo, lugares donde se fundaron las ciudades de Trujillo y San Miguel. Los indios salieron a ellos a recibirlos con mucha alegría, trayéndoles de comer de lo que había en su tierra; proveyéronles de agua y leña; diéronles cinco ovejas. Un marinero llamado Bocanegra, viendo que eran tan buena tierra la que veía, salióse del navío con los indios y con ellos envió a decir al capitán, que lo tuviesen por excusado y no le aguardasen, porque él se quería quedar entre tan buena gente como eran aquellos indios. Para saber si era verdad, mandó el capitán a Juan de la Torre que fuese, y volvió al navío afirmando al capitán como estaba bueno y alegre sin tener ganas de volver al navío; Porque los indios, muy contentos cuando le oyeron decir que se quería quedar entre ellos, lo tomaron en sus hombros y sentado en andas lo llevaron la tierra adentro. Vio Juan de la Torre manadas de ovejas, grandes sementeras, muchas acequias verdes y tan hermosas, que parecía la tierra ser tan alegre, que no había con que compararla. A estos animales, que llaman los indios como yo conté en mi primera parte, pusieron los españoles ovejas, porque les vieron lana y ser tan mansos y domésticos. Partiéndose de allí el capitán navegó por su camino, descubriendo hasta que llegó a lo de Santa, con gran deseo de ver si podría descubrir la ciudad de Chincha, de quien contaban los indios grandes cosas; mas como llegase donde digo, los mismos españoles le hablaron para que se volviese a Panamá para buscar gente con que pudiesen poblar y señorear la tierra, de la cual no había que pensar, sino que era la mejor del mundo y más rica, según lo veían por la muestra. Buen consejo le pareció a Francisco Pizarro, y como no veía ya la hora que estar de vuelta con pujanza de españoles, mandó arribar el navío por donde habían venido, habiendo descubierto de aquella vez toda la costa hasta Santa.