Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ



Comentario

Capítulo XXIV


De cómo el capitán tomó posesión en aquellas tierras y lo que más hizo hasta que salió de ellas



Como el capitán Francisco Pizarro hubo comido y holgado con aquellos señores que por le honrar se habían juntado, les habló con las lenguas que tenían, diciéndoles cuánto cargo le habían echado en la honra que le habían hecho, que él confiaba en Dios algún día se lo pagar, y que de presente, por el amor que les habían cobrado, les quería avisar de lo que tanto les convenía, que era que olvidasen su creencia tan vana y los sacrificios que hacían tan sin provecho, pues a solo Dios convenía honrar y servir con sacrificios de buenas obras y no con derramar sangre de hombres ni de animales, afirmándoles que el sol a quien adoraban por Dios, no era más que cosa criada para dar lumbre al mundo y para la conservación de él; que Dios todopoderoso tenía su asiento en el más eminente lugar del cielo, y que los cristianos adoraban a este Dios, a quien llaman Jesucristo, y que si ellos hacían lo mismo les daría gloria del cielo, y no haciéndolo, les echaría en el infierno para siempre jamás. Concluyó con ellos con decirles que procuraría la vuelta con brevedad y traería religiosos para que los bautizasen y les predicasen la palabra del santo, evangelio. Y luego les dijo que supiesen que todos ellos habían de reconocer por señor y rey al que era de España y de otros muchos reinos y señoríos; y que en señal de obediencia alzasen una bandera que les puso en las manos; la cual los indios la tomaron y la alzaron tres veces riéndose, teniendo por burla todo lo que les había dicho, porque ellos no creían que en el mundo hubiese otro señor tan grande y poderoso como Guaynacapa; mas como lo que les pedía no les costaba nada, concedieron en todo con el capitán, riéndose de lo que les decía. Esto pasado, el capitán se despidió de los indios para se volver al navío; y como fuesen en una balsa, se trastornó de tal manera, que aína se ahogaran. Como entró en el navío, se acostó en una cama. Halcón, como vio que se apartaba de la cacica, fue a le rogar que lo dejasen en aquella tierra entre aquellos indios; no quiso, porque era de poco juicio y no los alterase, lo cual sintió tanto Halcón, que luego perdió el seso y se tornó loco, diciendo a grandes voces: "Xora, xora, bellacos, que esta tierra es mía y de mi hermano el rey y me la tenéis usurpada", y con una espada quebrada se fue para ellos. El piloto, Bartolomé Ruiz, le dio con un remo un golpe, de que cayó en el suelo, y metiéronlo debajo de cubierta, echándole una cadena. Volviendo con el navío por donde habían venido, llegaron a otro puerto de la costa, donde hallaron muchos indios en balsas para recibirlos con mucha alegría, y como el navío surgió fueron a él con grandes presentes que los caciques enviaban al capitán, y llegó un indio con una espada y un jarro de plata que, al tiempo que el capitán cayó (en el puerto donde estuvo) en el agua, se perdió; mas los indios le buscaban tanto y con tanta diligencia, que lo hallaron y por tierra se lo enviaron y llegó, a este tiempo; los ricos hombres de aquella comarca con algunos caciques fueron al navío muy alegres en verlo surto en el puerto, y hablaron con el capitán rogándole, que pues había saltado en la tierra de sus vecinos, que hiciese en la suya lo mismo, porque dejarían en rehenes, de ellos mismos, los que él mandase. Respondió que no quería que quedasen en la nao ninguno de ellos sino salir como mandaban, por les hacer placer, porque su deseo era de les dar todo contentamiento, quedaron con oír esto los principales muy contentos, y así lo estuvieron hasta que se volvieron a tierra, donde mandaron aparejar bastimento para les dar de comer y que se hiciese una ramada semejante a la que tuvieron donde primero habían estado. Francisco Pizarro estaba espantado cuando veía tanta razón en aquellas gentes, y cómo andaban vestidos y los principales bien tenidos. Y por la mañana fue a tierra, donde fue recibido de la manera que lo hicieron los otros; y así le dieron de comer a él y a sus compañeros; y como estuviesen juntos muchos principales, les hizo otro parlamento sobre que les convenía dejar sus ídolos y ritos que tenían y tomar nuestra fe y adorar por Dios a nuestro redentor y señor Jesucristo, y que habían de entender que presto serían sujetos al emperador don Carlos, rey de España, y les hizo alzar la bandera ni más ni menos que a los otros; mas también lo tuvieron todo por burla y se reían, muy de gana de lo que le oían. Como se quisiese recoger al navío, rogó a los principales que allí estaban que le diese cada uno de ellos un muchacho para que aprendiese la lengua y supiesen hablar para cuando volviesen. Diéronle un muchacho a quien llamaron Felipillo, y a otro que pusieron don Martín. Un español marinero llamado Ginés, pidió licencia al capitán para se quedar entre los indios, y lo mismo hizo Alonso de Molina, el cual dijo que se quería quedar en Túmbez hasta que, siendo Dios servido, volviese con gente para poblar aquella tierra. Francisco Pizarro encomendó mucho a los indios a Ginés, que entre ellos se quedó; respondieron que mirarían por él. Pasado esto se partió de allí y como se embarcó, arribó la vuelta de Túmbez. Como llegó la nao a cabo Blanco, saltó en tierra para tomar posesión en nombre del emperador, y como fuese en una canoa para lo hacer, poco faltó para se perder, porque era pequeña y zozobró. Como se vio en la costa, dijo en presencia de los que iban con él: "Sedme testigos cómo tomo posesión en esta tierra con todo lo demás que se ha descubierto por nosotros, por el emperador nuestro señor y por la corona real de Castilla". Como esto dijo, dio algunos golpes, poniendo su señal como se suele hacer. Volvió al navío, anduvieron hasta que llegaron a la playa de Túmbez, donde lo estaban aguardando muchos principales y caciques; fueron luego en balsas algunos de ellos llevando refresco. El capitán les habló como había hecho a los demás, y les dijo que para que por ellos fuese conocido que su amistad era verdadera y de amigo, que él quería dejarles un cristiano, para que le mostrasen su lengua y le tuviesen entre ellos, Holgáronse en extremo en lo saber, prometieron de lo mirar y guardar, como él vería cuando volviesen; y así Alonso de Molina con su hato se quedó en Túmbez. De estos cristianos dicen unos que se juntaron a cabo de algunos días todos tres, y que llevando a Quito al rey Guaynacapa los dos de ellos, supieron que era muerto y los mataron a ellos. Otros dicen que fueron viciosos en mujeres y que los aborrecieron tanto, que los mataron. Lo más cierto, y que yo creo, es lo que también he oído, que juntos salieron con los de Túmbez a la guerra que tenían con los de la Puná, donde después de haber los tres cristianos peleado mucho, fueron vencidos los de Túmbez; y como ellos no pudieron huir tanto, los enemigos los alcanzaron y mataron. Cierto si quedaran hombres sabios o religiosos que pretendieran aprovechar las ánimas de estos infieles, no hay que dudar sino que Dios fuera con ellos; pero eran mancebos de poco saber, criados en la mar, y que se apocarían tanto que los indios los matarían como ellos dicen, como se ha contado. Como el capitán hubo estado hablando con los de Túmbez, que se ha dicho, y entendido de ellos grandes cosas que decían de Chincha, se partió, metiendo primero algunas ovejas que los indios les dieron, las cuales mandó el capitán que se curasen y guardasen para llevar por muestra, y no quiso pasar en la isla de la Puná, y al tiempo que pasaban por la punta que pusieron por nombre de Santa Elena, donde se habían juntado muchos principales para ver el capitán y hablarle, creyendo que los cristianos eran favorecidos de Dios y cosa suya, pues así andaban por la mar siendo tan pocos; y como vieron al navío, fueron a él; hablaron con Francisco Pizarro, diciendo que estaban todos muy alegres con ver que eran tan buenos y amigos de verdad; y que tomasen puerto en su tierra, donde serían servidos. El capitán no quiso salir del navío, mas por complacer, mandó que surgiesen; y como volvieron los que habían ido a tierra, dieron cuenta a los otros de cómo habían visto al capitán, y determinaron de le hacer un presente de lo que ellos más estimaban que eran mantas de su lana y algodón, y unas cuentas de hueso menudas a que llaman chaquira, que es gran rescate; oro, bien pudieran lastrar el navío con lo que había en aquella tierra, mas como el capitán había mandado que no preguntasen por oro ni plata ni hiciesen caso de él, aunque más de ello viesen, no les dieron ninguno; mas fueron a la nao treinta y tantos principales, y cada uno en señal de amor y de gran voluntad le dio una manta y le echó al cuello una sarta de la chaquira dicha, y las mantas se las ponían junto a las espaldas, porque así es su costumbre. Al ruido que tenían los indios, subió Halcón arriba, pidiendo primero licencia, teniendo como tenía sus prisiones; y mirando contra el capitán, a grandes voces dijo: "Quien vio asno enchaquirado ni albardado como ése". Lo cual dijo por él, y dio grandes voces a los indios, diciendo que los cristianos le tenían usurpado el reino, que eran unos traidores, tales por cuales. El capitán les hizo entender como estaba loco, y les agradeció el presente, rogándoles ya que se querían partir, que les diesen un muchacho, para que aprendiese la lengua, diéronselo, el cual murió después en España. De aquí navegaron, y en Puerto Viejo salieron muchas balsas con mantenimientos, mostrando todos mucha alegría con ver y hablar con los españoles; y le dieron otro muchacho, a quien pusieron por nombre don Juan. No saltaron más en tierra ni pararon hasta la Gorgona, donde habían dejado los españoles, con quien mucho se holgaron, aunque hallaron al uno que llamaban Trujillo muerto. A los demás abrazaron y contaron lo que habían visto y lo que dejaban descubierto; y recogiéndose todos al navío, se hicieron a la vela con determinación de no parar hasta llegar a Panamá.