Comentario
Capítulo XLIX
Cómo los tres cristianos que fueron al Cuzco llegaron a aquella ciudad y lo que les sucedió, y de cómo salió de Caxamalca por mandado de Pizarro su hermano Hernando Pizarro, para ir por el tesoro del templo de Pachacama
Conté en los capítulos de atrás cómo de la provincia de Caxamalca salieron Martín Bueno, con los otros dos cristianos, para traer el oro y plata del templo de Curicancha; los cuales anduvieron por sus jornadas camino del Cuzco; servíanles los indios por do quiera que pasaban; no faltaba sino adorarles por dioses, según los estimaban; creían que había en ellos encerrada alguna deidad; espantábanse los cristianos de ver la razón tan grande de los indios, el mucho proveimiento que tenían de todas cosas, la grandeza de los caminos, cuán limpios y poblados de aposentos estaban. Llegó al Cuzco nueva de cómo iban y a qué. Mandaban la ciudad los que tenían la opinión de Atabalipa; por entonces no sabían Guascar ser muerto, de quien también había muchos valedores y servidores de secreto, porque en público no se osaba nombrar su nombre; mas tanto fue el placer que recibieron cuando supieron que los cristianos venían a su ciudad que alzaron clamor tan grande, de alabanza que hacían a Dios, porque, en tiempos tan calamitosos se acordaba de ellos; esperaban por manos de los españoles ser vengados de Atabalipa y sus caciques. Mandaron a las vírgenes de su linaje que estaban en el templo, llamadas mamaconas, se estuviesen arreadas y acompañadas de su gravedad y autoridad para servir a los que venían, porque los tenían por hijos de Dios. Y, como llegasen al Cuzco, hiciéronles solemne recibimiento a su modo, aposentándolos, tan honradamente como a ellos fue posible, derribándose todos por tierra; haciéndoles la mocha. Eran éstos tres de poco saber; no supieron conservar con prudencia su estado, para que la salida fuera tan honrosa como la entrada; mas ellos, teniendo por extrañeza tal novedad, se reían conociéndose por no dignos de honra tan alta. Espantáronse de ver la riqueza del solemne templo del sol y de la hermosura de las muchas señoras que en él estaban. Los que traían cargo de parte de Atabalipa, hicieron saber a los gobernadores y mandones de la ciudad y al sumo sacerdote Vilaoma, cómo por verse libre de la cadena de la prisión, el gran señor Atabalipa había tratado con el capitán de los cristianos de dar por su rescate una casa llena de oro y plata, con que los que lo tenían en poder se contentaban; por tanto, que por el sol alto y poderoso y por la mar y tierra, con todos los otros dioses, les pedía y amonestaba diesen lo que bastase de aquel metal para cumplir su promesa, pues había bien de donde sacar mucho más que ello; sin que se tomase nada del servicio de los incas sus padres, ni de sus sepulturas, sino sólo del templo y de lo que tuviese por suyo Guascar; de quien también vino nueva en este tiempo a Cuzco de ser muerto. Y lamentaron caso tan triste los que le tenían amor, mas viendo que gente extraña estaba en tierra, no intentaron novedad en los despachos de los cristianos, antes se procuró de que llevasen buen recaudo del Cuzco; de donde es público que se había llevado más de mil quintales de oro en piezas conocidas; mucho de lo cual hubo después, Mango Inca, y lo más se está perdido en las entrañas de la tierra; y tanto oro fue lo que había en el Cuzco, y plata, que muchos particulares enterraron grandes sumas y llevaron a Caxamalca lo que oiréis, y robó el Quizquiz lo que más tengo dicho; y con todo esto halló Pizarro más que repartir: que repartió en Caxamalca: grandeza, no vista ni oída ni entendida, por gentes en ninguno de los siglos pasados. En esto los cristianos se dieron maña a recoger oro solamente del templo, donde hubo este metal, a mi creer, más que en ninguno de cuantos han sido en el mundo. Estaban muchas casas del templo enforradas las paredes con planchas de oro; comenzaron a desconcharlas tirando la cinta que lo ceñía a la redonda, y de lo que había escondido, comenzaron a hacer cargas de ello con muchos cántaros de gran peso de plata y de oro, argentería, chaquira y otras cosas extrañas. Las mamaconas sagradas servían a los tres cristianos con mucha reverencia y acatamiento, ellos mirándolo mal, es público que teniéndose por seguros, con la prisión de Atabalipa, escogiendo de aquellas mujeres del templo las más hermosas, usaban con ellas como si fueran mancebas; teniendo en poco lo que ellos tuvieron en mucho, las corrompieron sin ninguna vergüenza ni temor de Dios. Los indios orejones, como son tan entendidos, conocieron luego cómo los cristianos no eran santos ni hijos de Dios, como ellos los intitulaban, sino peores que diablos; aborrecieron luego su lujuria y codicia; lloraban que tal gente hubiese señoreado su tierra; creían que habían de venir muchos más en los navíos, que habían de tomarles sus mujeres e hijas, pues osaron los tres ya dichos, estando solos, desenfrenarse a lo que hacían. Platicaron de los matar; no osaron hacerlo, por el mandato de Atabalipa; antes dieron prisa en su salida del Cuzco, haciéndose unas como angarillas para llevar el tesoro a Caxamalca; donde se comenzaba allegar oro y plata, y sabíase ya cierto cómo Almagro con su gente venía muy cerca de allí; y de cómo había hecho justicia de su secretario Rodrigo Pérez, de que Pizarro se holgó diciendo: "¡plega a Dios que malos hombres no sean parte para que Almagro y yo nos perdamos!". Había muy gran noticia de mucho tesoro en el templo de Pachacama, que fue en los yuncas, cuatro leguas más allá de la ciudad de los Reyes, según tengo escrito en mi Primera parte. Determinó don Francisco Pizarro de enviar al general Hernando Pizarro, su hermano, con algunos españoles, para que fuesen por él, comunicándolo con Atabalipa, el cual fue contento con tanto que había de entrar en la casa que se había de henchir para su rescate lo que viniese; y mandó mensajeros que envió, que por todas partes por donde pasase Hernando Pizarro con los que con él fuesen, los sirviesen y proveyesen de mantenimientos y guías sin les hacer enojo ni les dar guerra; y luego que se hubo esto ordenado, se partió Hernando Pizarro, yendo con él sus hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, que mucho trabajaron en aquella conquista, con otros españoles que el gobernador mandó. El capitán general de Atabalipa estaba en Xauxa, donde había hecho harto daño a los guancas, y no había querido haber movimiento ninguno hasta ver lo que su señor le mandaba; y cómo mediante el gran rescate que había prometido pensaba ser libre, deseando ver a Chalacuchima le envió a mandar a Xauxa, que luego viniese a Caxamalca; y no embargante que Atabalipa estuviese preso y él fuese jubilado, por ser tan grande capitán, entró a le hablar descalzo y con una carga, llevando tanta humildad como si Atabalipa estuviese en el Cuzco en toda la libertad y él fuera un hombre bajo. Y pasando por ahora en esto, trataré cómo entró en Caxamalca don Diego de Almagro.