Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA GENERAL DEL PERÚ



Comentario

INTRODUCCIÓN




Hace mucho tiempo que deseaba hacer una nueva edición de la Historia General del Perú, del mercedario Fr. Martín de Murúa, pues estaba convencido de que la edición que preparé y se editó en la colección de Joyas Bibliográficas, que dirige el eminente académico Carlos Romero de Lecea, hecha en Madrid entre los años 1962 y 1964 -verdadera edición príncipe, pues las anteriores, como se dirá, eran fragmentarias- de sólo 500 ejemplares, no se había difundido, por esta razón, suficientemente y no había llegado a manos de muchos investigadores interesados en el tema. La ocasión de esta colección de Crónicas de América brinda la oportunidad de que salga la primera edición crítica, aunque el estudio preliminar sea menos extenso que en la primera edición.

La conquista del Perú por los españoles abrió un campo inmenso de curiosidades. Pese a la magnitud de lo que se había visto en México y Yucatán, admirando el esplendor bárbaro de aquellas civilizaciones, lo incaico les asombró por su orden, su disciplina y sus enormes realizaciones materiales. Dentro del aspecto bárbaro que ofrecía a los ojos del europeo todo lo indígena, el caso peruano mostraba algunos aspectos que recordaban las estructuras civilizadas del Viejo Mundo. Esta misma severa y jerárquica organización peruana había permitido la conservación oral de gran número de tradiciones y una verdadera historia, que se explicaba en las escuelas para funcionarios y mandos del Tahuantinsuyu. Esta abundancia de informaciones tuvo unas consecuencias extraordinarias para la historiografía: que muchos escritores improvisados se convirtieran en historiadores y desearan dejar para el futuro memoria de lo que ellos habían sabido de boca de los indios, o encontrado en manuscritos de los primeros llegados a la tierra.

La lista de la producción historiográfica peruanista es verdaderamente asombrosa y no es ahora la ocasión de repetirla1, sino sólo de mencionarla. Arranca del momento mismo de la Conquista y dura hasta bien entrado el siglo XVII En medio de esta lista se halla la obra de Fray Martín de Murúa, mercedario, que residió muchísimos años en las tierras del virreinato del Perú y recogió una documentación fidedigna del más alto valor, como proclaman los informes y censuras que recoge una vez terminado su libro, y que lo señala como un profundo experto en materias indígenas. Él mismo nos lo dice (entre 1600 y 1611, fecha en que conjeturamos, como se verá, que escribía o daba los últimos toques a su obra) cuando asegura, refiriéndose a las cosas del Perú, que ha más de cinquenta años que trato dellas.







El autor



Las líneas generales de la biografía de Fray Martín de Murúa las conocemos, por datos que él mismo da en su obra y por las investigaciones de los estudiosos. Detalles carecemos casi por completo. Él mismo nos dice que era natural de donde era el santísimo patriarca Ignacio de Loyola... y que era hijo de la famosa invicta provincia de Guipúzcoa, madre de divinos ingenios y animosos guerreros, rincón seguro do la fe santa se conserva y el real servicio... tiene sempiterno asiento. Pero esto no nos aclara mucho, porque abarca toda Guipúzcoa, en la que no se halla precisamente el alavés pueblo de Murúa, de apenas unos cientos de habitantes, aunque no falta quien -sin probarlo- diga que era de Guernica2, y que tomó el hábito en Burceña, en la actual provincia de Burgos, cerca de Villarcayo3. La edad que tenía entonces no la sabemos, aunque sí podemos colegir que anduviera entre los 20 y los 25 años, lo que nos lleva a pensar que naciera entre 1525 y 1535, y que era muy viejo cuando terminó su obra.

Sus historiadores, de la misma orden, aseguran que fue uno de los misioneros más ilustres del Perú, y en verdad en su tiempo debió gozar de respeto y confianza, ya que fue Elector General del Capítulo de la orden de la Merced en el Perú, Elector de la Orden de la Merced, en Castilla, por la Provincia del Perú. Comendador del convento de Huerta, cura doctrinero en Capachica, cura de Huata y vicario de Aymaraes y comendador de Yanaoca. Esto es todo lo sabido del P. Murúa en el Perú, de lo cual se deduce mucho, amén de su aserto de que estuvo allí medio siglo, cifra quizá equivocada.

La Orden de la Merced ejerció una gran influencia en el Perú, sobre todo en el primer siglo de la Colonia, desempeñando sus padres funciones parroquiales, por lo cual no debe extrañarnos que Fr. Martín desempeñara curatos y vicariatos. Lo que nos parece menos probable, aunque lo afirme Marcos Jiménez de la Espada, es que llegara a ser arcediano de la Catedral de Cuzco, aunque sabemos que residió mucho en Cuzco, donde fue conventual, y también en Arequipa. Su actividad principal, sin embargo, se desarrolló en la inmediata cercanía del lago Titicaca.Un detalle sobre su actuación nos lo da Huamán Poma de Ayala, el autor de la Nueva Crónica y buen gobierno, escrita casi simultáneamente a la actividad como escritor de Fray Martín, como veremos luego, Huamán Poma nos dice:



Mira cristiano todo a mí se me ha hecho, hasta quererme quitar mi mujer un fraile mercedario llamado Murúa, en el pueblo de Yanaoca...



No tenía buen concepto Huamán Poma del P. Murúa, al que llama Morúa, pues lo presenta en su libro apaleando a una india, con una leyenda que dice:



FRAILE MERCEDARIO MORVUA

Son tan bravos y justicieros y mal trata a los yndios y haze trauajar con un palo en este reyno en las dotrinas no ay rremedio.



Narra muchos abusos del fraile, pero nos informa de datos de su biografía, como que cura dotrinante del pueblo de Poco Uanca, Pacica, Pichiua, ponderando la omnímoda autoridad que ejercía, compiliendo al propio Corregidor a que ejecutase sus órdenes.

Estas frases han dado pie a diversas interpretaciones, malévolas unas y comprensivas otras. Dicho como lo dice Huamán Poma, interpretado malévolamente, como lo hizo Raúl Porras Barrenechea, que se gozaba en picantes historias, parece que Fr. Martín fuera un Don Juan con hábitos blancos, pero las palabras pueden ser engañosas. Sabemos que Huamán Poma era un mistificador, que se decía tan pronto orejón como se probaba que era yanacona, y dejó para la posteridad esa frase confusa. Es muy posible que podamos, por el contrario, creer que en su función de vicario de Yanaoca, Fr. Martín quisiera deshacer una unión concubinaria, y obligara al mestizo historiador a elegir entre el sacramento matrimonial y la separación. Y esto último sería quitarle la mujer, aunque no fuera, naturalmente, apropiándose de ella.

Hacia 1606 sabemos que Fr. Martín estaba ya en Cuzco -esa maravillosa y silente ciudad de la sierra- y no podemos dudar que se dedicaba de lleno a redactar su libro, que debería tener ya terminado hacia 1611. Está viejo y cansado, lleva medio siglo en América y desea volver a la patria, pero trayendo algo de las Indias: nada menos que su obra que, como veremos, no es grano de anís, sino el resultado de una paciente labor, con varios borradores, con dinero gastado en copistas y en ilustrador. Quiere imprimirla en España, donde puede parecer una novela de fantasía, y desea, para que esto no suceda, documentarla debidamente con informes de diversas personas de relieve oficial, y las busca en el camino de regreso a la tierra natal. Es muy posible que pensara en bajar a Lima y allí embarcarse para Panamá, atravesar el istmo, reembarcar para Santo Domingo y La Habana y seguir viaje a la Península, pero esto es mucho para él, pues implicaba tres viajes por mar, amén de lo recorrido por tierra. Está en el Alto Perú, y tiene una salida natural desde allí a Buenos Aires, con un largo viaje por tierra y otro largo por mar, pero sólo dos, y él conoce muy bien -porque las ha recorrido muchas veces en sus averiguaciones y ministerio sacerdotal- aquellas comarcas. Decide (y la deducción no es forzada, pues se saca de su itinerario, elegido libremente) ir a La Plata, pero sin perder ocasión de dar a leer su libro a quienes sean personas de autoridad.

El año 1611 es el de esta actividad viajera y de refrendos documentales. Se dirige a Ylabaya y allí, el 25 de agosto, consigue que el cura, que es también del Santo Oficio y de la Santa Cruzada, y que se llamaba Martín Domínguez Jara, por orden del obispo de La Plata, le firme un informe favorable. Este anciano, de más de 75 años, caso de que hubiera nacido en 1535, o de más años, si nació antes, es incansable, y se traslada a La Plata, donde el 6 de septiembre consigue una nueva firma e informe de Fr. Pedro González, Visitador General del obispado, por orden del obispo Centeno, y de su misma orden, a la que añade, dos días después4, la del cura de Nuestra Señora de la Paz de Chuquiaco, Fr. Diego Guzmán.

No le arredra, ni le produce soroche5, pues ha vivido siempre en lugares más altos, la estancia en los 2.500 sobre el nivel del mar, que disfruta La Plata, pues sigue allí en 1612, para conseguir que el Dr. D. Alejo de Benavente Solís, por orden del Obispo de la Barranca, D. Antonio Calderón, y en 14 de mayo del mismo año consigue la de D. Gutierre Fernández Hidalgo, maestre de capilla de la catedral de Charcas, en la misma ciudad6. También le da una aprobación al libro el Arzobispo de La Plata, D. Alonso de Peralta, ya en el mes de septiembre de 1612. A comienzos de 1613 -pues en marzo ya está en Potosí- hace que le dibujen la portada de su obra, en la que se dice textualmente En La Plata por Nº Año de 1613.

Y emprende el penoso camino, por sierras, quebradas y barrancos, hacia los pagos altísimos de Potosí, donde desea aún conseguir nuevos avales de su obra, a la que ya se figura impresa en las modernas imprentas peninsulares. Si estaba por año nuevo en La Plata, para febrero llegaría a Potosí, ya que el libro había que leerlo para dar opinión sobre él, y el 3 de marzo7 el Comendador Fr. Luis Carrillo hace un informe al Provincial de La Merced, favorable a la publicación del libro, lo que mueve a éste, que era Fr. Pedro de Arce, a firmar su aprobación al día siguiente8. Veinte días después Fr. Baltasar de los Reyes informa a favor. Ya nada le queda por hacer a Fr. Martín en el Alto Perú, e inicia su viaje hacia la lejana patria, entrando en la Tucma incaica, el Tucumán de los españoles. El viaje le ha llevado más de un año. Debemos figurárnoslo por trochas y caminos de llamas y mulas, con algún lego que le acompañe, llevando unos almofrexes de cuero o de paja trenzada, en los cuales, en medio de recuerdos y prendas personales, iría también el preciado manuscrito.

El Gobernador de Tucumán, D. Luis de Quiñones y Ossorio, más por cortesía que por competencia en el asunto, le da en Córdoba un informe laudatorio, en 28 de septiembre de 1614. La entrada en Buenos Aires es más rápida, ya que en diciembre de aquel año se halla en la capital del Río de la Plata, donde el 17 del mismo mes le da su informe el Licenciado Francisco de Trujo, Comisario del Santo oficio en la ciudad. Ya nada le queda por hacer en el Nuevo Continente, que abandona probablemente en los primeros meses de 1615. No es hora de hacer crónica sentimental, pero sí es lícito reconstruir en nuestra imaginación las emociones del viejo mercedario, que abandona una tierra que, si no le vio nacer, fue donde vivió la mayor parte de su vida, y donde se desarrolló la vocación que le había llamado al seno de la Orden Redentora de Cautivos. Estas emociones iban paliadas, a buen seguro, por aquel manuscrito que llevaba en su equipaje, y que constituía la incansable ilusión de todo el último período de su vida.

Esto último no es ya mera conjetura, sino algo seguro y probado por su actuación en Madrid. Llegaría en 1615, y se debió poner con entusiasmo a dar a leer su obra a las personas cuya opinión le interesara, ya que en 22 de octubre de este año conseguía la firma de una aprobación del Reverendo Fray Francisco de Ribera, General de la Orden de la Merced, que además ponía sello y rúbrica en el mismo día a otro documento. El 28 de abril, también en Madrid, un D. Pedro de Valencia le entregaba un nuevo parecer y el 26 de mayo, el propio rey firmaba la autorización para imprimir, refrendada por Pedro de Contreras. Todos ello en 1616. Ya estaba todo listo, tras tantas gestiones realizadas, con la aprobación, nada menos, que del General de su Orden. Fray Martín parecía haber llegado a buen puerto, y que su Historia General del Perú iba a emular los libros de Cieza u Ondegardo. ¿Qué pasó entonces? No lo sabemos, conjeturémoslo simplemente.

El primer hecho cierto es que no se imprime. La razón puede ser múltiple, que muriera el autor, y ya nadie se interesara por el original, o que en último momento faltara el dinero o el editor. El original, como tantas otras obras en el curso del gran siglo intelectual, que fue el XVII, fue archivado en un anaquel, yendo a parar al Colegio Menor de Cuenca, en Salamanca. Pero ahí comienza otra historia, que habrá de exponerse a su tiempo.

A pesar de que no se imprimiera, las gestiones de Fr. Martín debieron hacer famosa su obra, ya que Nicolás Antonio, en su Bibliotheca Hispana Nova9, la menciona, como Historia General de los Ingas del Perú, lo que muestra a las claras que no cita por haberla tenido en sus manos -ya que el título exacto es diferente- sino por noticias o la fama que de ella había. Sin embargo, la fecha -equivocada- que da para el libro, año de 1618, puede ser el dato de la muerte del laborioso e itinerante mercedario, que habría dejado este mundo más allá de sus noventa años.

El resumen vital de Fr. Martín sería, pues, el siguiente: nacido en el País Vasco, unos lustros antes de mediado el siglo XVI. Cursa estudios en los centros de la orden mercedaria y siente la vocación misionera, pasan o entre 1550 y 1560 a las Indias, incardinándose en la provincia mercedaria del Cuzco, en la que va a dedicarse a trabajos misionales y parroquiales, entre Cuzco y el lago Titicaca, en las doctrinas de Huata, Capachica y Guarina. Largos años de trato con los indios, de contacto con los supervivientes de las antiguas formas incaicas, en terreno de lengua aymara y de lengua quechua. Es entonces cuando tuvo relación con un hombre curioso de las antigüedades de su tierra: Huamán Poma de Ayala10. Huamán Poma estaba recogiendo datos y seguramente el P. Mutua también, y esto debió unirlos, aunque el indio se quejara por escrito de la intromisión del mercedario, como hemos visto. La relación que pudiéramos llamar científica, la estimaremos más adelante.

Los años de la puna debieron ser fatigosos, pero la fortaleza de Fr. Martín debió resistirlo bien, aunque quizá la longitud de sus servicios misionales debió hacer pensar a sus superiores que bien merecía pasar a lugares más reposados. A fines de siglo -entre 1590 y 1600- sabemos que distribuía su tiempo entre los conventos de Arequipa y de Cuzco, donde dejó constancia de ello con firmas en papeles conventuales.

El resto de su vida ya lo conocemos, con una última recalada en el Madrid de los Austrias.