Comentario
Capítulo LVIII
Cómo sabida la victoria por Atao Hualpa se venía al Cuzco, y se topó en Caja Marca con el marqués don Francisco Pizarro
Ya se llegaba el tiempo venturoso y los siglos dichosos en que estas antárticas regiones, que en tan confusa oscuridad de la idolatría estaban sepultadas, habían con la lumbre de la fe sobrenatural y divina de ser alumbradas, y el señorío y dominio que el príncipe de las tinieblas, Lucifer, por tanta infinidad de años en quieta posesión había gozado se había de traspasar en Jesucristo, verbo eterno, hijo del summo Padre, príncipe de luz y heredero de los bienes celestiales, como deuda debida, y por tantos años antes prometida en el salmo segundo, que los gentiles habían de ser heredad suya, y cuando el estandarte de la vivifica cruz había de ser, por medio de los ministros suyos, plantado y derrocado el de Satanás, y tanta multitud de ánimas por medio de la regeneración del bautismo, puerta de los demás sacramentos, habían de ser señaladas para soldados de la milicia cristiana, y sacudir de si y de sus cabezas el duro yugo y servidumbre del Rey de la soberbia, recibiendo y sujetándose al blando y suave del Emperador de la humildad. Y tanto número de almas habían de entrar en los alcázares celestiales de los bienes que mediante la pasión y sangre de Cristo habían de merecer, cuando la divina e incomprensible sabiduría de Dios tenía determinado que se ejecutase, lo que en su eterna idea estaba predeterminado y se oyesen las trompetas de sus sacerdotes en este nuevo mundo, y cayesen los muros de Jericó.
Cuando más contento y soberbio estaba Atao Hualpa con las nuevas que cada día le venían del desbarate de sus enemigos, del vencimiento de los suyos y de las grandes victorias que sus capitanes habían alcanzado de los de su hermano Huascar Ynga, y últimamente del prendimiento, nunca esperado, suyo, y cómo le tenían aherrojado en prisiones, cuando la fortuna más risueña, más próspera y apacible se le mostraba, habiéndole sucedido todo más que él supo ni imaginó al principio dichosamente, ni pudo desear, viéndose ya Rey y absoluto Señor de los reinos y señoríos de su padre, entonces dio la vuelta su triste fortuna, o, por mejor decir, la orden del summo Dios, para derrocarle de su altivez y soberbia y que acabase con desdichado fin, como veremos.
Hallaron, los que iban a dar la obediencia de todas las provincias de Atao Hualpa en Tomebamba, que como Quisquis y Chalco Chima le habían avisado de los prósperos sucesos suyos en la guerra, estábase holgando y tomando placer en Tomebamba. Lleváronle entonces las andas de oro en que andaban los ingas señores, y recibidas, hizo hacer grandes fiestas y regocijos a todos los que estaban con él y determinó, para cumplimiento de lo que deseaba, venirse al Cuzco a coronar y recibir la borla e insignia de Ynga y Señor, que era sólo lo que le faltaba para el henchimiento de sus deseos.
Y estando de partida con un lucido y numeroso ejército de todas las naciones, de junto a Tomebamba y de Quito, para mayor majestad, recibió nuevas de cómo a Puerto Viejo habían llegado ciertas gentes jamás hasta allí vistas, los cuales algunos dellos venían y andaban en unos carneros grandes, que eran los caballos, y que tenían barbas y eran blancos, y decían venían por mensajeros del Papa y del Emperador.
Oídas estas nuevas por Atao Hualpa, con la novedad de cosa nunca vista ni oída hasta allí, juntó a todos los de su consejo para preguntarles de dónde podían venir aquellas gentes, y ellos le respondieron que debían de ser mensajeros enviados por el Viracocha, y de allí les quedó el nombre a los españoles de Viracochas, aunque otros dan la denominación de este nombre de Viracocha por haberlos visto, al principio, salir de los navíos le llamaron espuma o gordura de la mar, que significa el nombre de Viracocha, y como no le secundase la nueva, acordó de hacer su viaje al Cuzco como tenía tratado, y con grande espacio y autoridad se vino, poco a poco, caminando hasta Caja Marca. Del camino despachó mensajeros a Quisquis y Chalco Chima mandando que le enviasen luego a Huascar Ynga, su hermano, y a los demás hermanos que estaban en prisión, a Caja Marca, para que allí quería averiguar con ellos muchas cosas que tenía en su pensamiento.
Oído esto por Quisquis y Chalco Chima, sin detenimiento ninguno hicieron lo que Atao Hualpa les enviaba a mandar, y así, con mucho número de gente, los despachó del Cuzco para que los guardasen con gran cuidado, no se huyesen, y de allí a un mes salió Chalco Chima del Cuzco con una parte del ejército, caminando hacia Caja Marca, donde estaba Atao Hualpa.
Cuando esto sucedió, ya los españoles, trayendo por cabeza al marqués don Francisco Pizarro, habían desembarcado en la costa y se venían la vuelta de Trujillo por los llanos la costa arriba, poco a poco caminando. Y teniendo nuevas como Atao Hualpa, que era el Señor y Rey, estaba en Caja Marca con un poderosísimo ejército, se fueron hacia allá. A la sazón que llegaron, estaba Atao Hualpa en los baños de Cono, y los españoles se aposesionaron de los lugares fuertes que había en Caja Marca y no quisieron tomar cosa ninguna de las riquezas de oro y plata que allí había, que era mucha, y gran número de vestidos preciosos que tenía siempre el Ynga en depósito, y sólo tomaron de la comida que había lo que tuvieron necesidad. Caro Atoneo, señor de Caja Marca, como los vio, admirado de tan extraño talle, y de la diferencia de vestidos y barbas, despachó luego aviso a Atao Hualpa y que decirle que los viracochas eran llegados allí, y que era gente nunca jamás vista y que ponía temor el mirarlos.
Y el marqués don Francisco Pizarro, queriendo granjear la amistad de Atao Hualpa por buenos medios, le envió mensajeros también, que fueron Felipillo y Martín, indios lenguas que traía consigo, y envióle de presente chaquira y otras cosas que entre ellos eran de mucha estima y precio, de las que había traído de España, y a decir que él venía a aquella tierra con sus compañeros por mensajeros del Papa y del Emperador, y a darle a conocer a un Dios solo y Todopoderoso que crió el cielo y tierra y al sol, estrellas y todas las demás cosas visibles, y así, que no rehusase venirse a Caja Marca donde él estaba y lo esperaba, que allí se verían y tratarían despacio lo quel enviaba a decir.