Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA GENERAL DEL PERÚ



Comentario

Capítulo LXXX


Que se descubrió camino por donde salió el campo al valle de Puquiura y de otras cosas que les sucedieron

Al tercero día que se buscaba camino, después de dada la batalla, descubrió un soldado mestizo, llamado Juanes de Cortazaga, hijo de Joanes de Cortazaga, vecino que fue de Arequipa, un lugar seguro y libre de embarazos, de lo cual muy contento el General levantó el campo y, muy en orden, salió por él toda la gente y el bagaje, y llegaron al valle de Puquiura, donde el Ynga tenía sus casas, y había iglesia donde administraban los Padres agustinos que hemos dicho, y allí murió Cusi Tito Yupanqui Inga, y tenían sus pueblos pequeños poblados. Hallaron en este valle el maíz en mazorca por coger. Como el campo iba falto de comidas, con las que hallaron, los españoles e indios se reformaron y regocijaron, y más con mucho ganado de la tierra, de carneros y ovejas. Habiéndose holgado, partió de allí el campo al asiento de Pampaconac, lugar, como hemos dicho, muy frío, donde se halló mucha cantidad de papas y legumbres, y se toparon con noventa y siete vacas de Castilla que los Ingas allí tenían, y ovejas de Castilla, y puercos, y unas salinas de sal. Deste lugar, tan destemplado, se caminó al asiento de Vicos Calla, donde los Ingas tenían las minas de plata, que después se descubrieron y se han labrado y labran el día de hoy. Allí corriendo el Maestre de Campo, Joan Álvarez Maldonado, dijo: arcay tucui nocap (lo que traían de despojos de ganado, comidas y ropas), que quiere decir: rocójase todo, que es mío, y cayó del caballo en un pantanal. Otro día siguiente llegaron al asiento de Pampaconac, tres leguas de camino, y por ser la tierra tan fragosa y la montaña tan cerrada de arboleda y tan áspera, reparó el campo trece días, porque cayeron enfermos muchos soldados e indios de sarampión, y para que reposasen y se cura sen los que estaban malos y tomar más lengua y noticia del camino, que era no conocido de los que venían en el campo.

Al onceno día que estaba el campo alojado en aquel puesto, un indio que se había rendido en la batalla pasada de Cuyau Chaca, se huyó llevando una capa y una espada de un soldado hurtadas, e iba este indio a dar aviso a Topa Amaro, y a su tío y sobrino y a sus capitanes, de lo que había entre los españoles, y de la suerte que estaban alojados; y las guardas y centinelas le cogieron y traído le ahorcaron el mismo día, porque fuese escarmiento a los otros rendidos y no se intentasen huir. Llamábase este indio Canchari.

Partió el campo de este lugar al cabo de los trece días dichos y fue por las montañas y quebradas con excesivo trabajo de todos, y en el camino se hallaron en tres o cuatro partes cuyes sacrificados, que son como conejos de Castilla, lo cual es muy ordinario hacer los indios en la guerra, y en tiempos de hambres y pestilencias y en cualquier negocio arduo y dificultoso que tratan o intentan, para aplacar a sus huacas y para saber, mediante las señales que vienen en los cuyes, los sucesos que les han de venir, si serán prósperos o adversos, tristes o de contento y placer. Así lo habían hecho ahora en los lugares y partes donde iba el campo marchando. Llegado a un paso dicho Chuquillusca, que es una peña rajada en un trecho largo, a la vereda de un río caudaloso, que apenas se podía caminar por él y era necesario que los soldados e indios de guerra amigos lo pasasen gateando, y asidos de las manos unos de otros, con gran dificultad y riesgo. Viendo esto un soldado portugués, llamado Pascual Xuárez, se echó un vérsete de bronce al hombro y con él pasó este paso tan áspero, que cincuenta indios no lo pasaran el versete si no fuera con grandísimo peligro y se despeñaron muchos de todos los que en el campo iban y lo vieron. Hizo un notable hecho y mucho servicio a Dios Nuestro Señor y a su Majestad, porque con el versete y otra culebrina pequeña, fueron disparando para ojear los indios y que los españoles no peligrasen en tan malísimos pasos, porque la gente enemiga iban a la vista de los cristianos, haciendo gran algazara y vocería y tirando flechas y galgas. Y en cada lugar dificultoso que los indios cañaris amigos se desmandaban, saliendo fuera de la compañía donde iban amparados con los españoles y arcabuces, volvían heridos de lanzadas que los enemigos les daban, en hallando la ocasión a la mano, porque aunque los cañaris sean tan diestros en el ejercicio de las lanzas como se sabe, los enemigos estaban más usados, como había días que no soltaban las armas de las manos y conocían los puestos, y sabían dónde se podían aprovechar a su salvo de los nuestros, y así les hacían daño, por momentos.

Otro día siguiente, yendo marchando el campo a Tumichaca, salió un capitán de los ingas, llamado Puma Ynga, a los españoles, de paz y con muy buen semblante de no ser fingida ni disimulada. Este capitán estaba siempre con los Yngas Tupa Amaro y Quispi Tito, y nunca se apartaba dellos y entre sí habían consultado de dar la obediencia al General Arbieto, porque no querían tener más guerra ni dar más batallas a los enemigos, sino salir de paz, porque Manco Inga, padre de Tupa Amaro, se lo dejó mandado a la hora de su muerte y con su maldición si lo contrario hiciesen, porque bien vio que no se podían sustentar en aquella tierra si los españoles entraban en número contra ellos. Porque habían hecho los Yngas estas consultas Curi Paucar y los otros capitanes del Sol, orejones Colla Topa y Paucar Unya, se habían determinado de matarlos, porque no querían paz sino seguir la guerra y defenderse hasta morir.

Estos dicen algunos que fueron los que más instancia hicieron en la muerte que tenemos referida del bendito Padre Fray Diego Ortiz, y que a ello les ayudó Martín Pando, mestizo, que era secretario de Cusi Tito Yupanqui, y aun dicen más; que después que ayudó a la maldad referida, estos capitanes le hicieron idolatrar y él como malvado y pusilánime, o con poca fe como los indios entre quien vivía, idolatró, y así hallaron en esta ocasión en su casa los españoles un fosito muy pequeño, do hacía sus sacrificios que, en efecto, los mestizos por la mayor parte en este Reino han aprobado mal. Este Martín Pando al cabo de haber idolatrado, como dicen, le dieron el pago los indios, matándole al desventurado en pago y recompensa de su pecado y abominable iniquidad.

El día que salió de Paz este capitán Puma Ynga, ya dicho, llegó el campo con el general y demás capitanes al lugar de Anonay, y allí hizo alto y noche, alojándose con mucho cuidado y prevención, que se temieron de los indios no viniesen de repente, porque hallaron muchas púas de palmas hincadas en el suelo y yerba ponzoñosa en las puntas, para que, en pisando, del veneno que tenían muriese la gente sin remedio, y advirtió dello para que se guardasen y caminasen con recato. El capitán Puma Ynga, en nombre de los Ingas Tupa Amaro y Quispi Tito, dio la obediencia al general Martín Hurtado de Arbieto, diciendo que los Yngas pedían paz y la querían y misericordia, y que el general castigase a los rebeldes, que ellos de recelo que no los matasen Curi Paucar y los demás capitanes orejones que se lo impedían, no osaban salir en persona propia a dar la obediencia al mismo general. Pero que no estaba en su mano por la causa dicha, y que ellos no habían tenido culpa ninguna en la muerte de Atilano de Anaya, ni habían tal mandado, porque estaban metidos allá dentro, sino que el Curi Pauca, y los otros capitanes orejones de su autoridad, lo habían hecho, porque no se supiese la muerte de Cusi Tito Yupanqui, su hermano y padre. Este Puma Ynga dio noticia cómo habían los capitanes hecho un fuerte y lo tenían muy aderezado y fortificado, que se llamaba Huayna Pucara, y dio la traza y modo cómo se podría ganar, sin que peligrasen los españoles e indios en la expugnación dél. En este tiempo andaban los enemigos a la vista del campo, y a los ojos de los españoles, con mucha desenvoltura, mostrándose por momentos como en menosprecio de los nuestros.