Comentario
Capítulo VI
Del orden que tenía el Ynga en el castigo de los delincuentes, ladrones y vagabundos
Prosiguiendo, pues, en los castigos que el Ynga hacía, que fue el medio más poderoso para tener sujetas tantas provincias como hemos dicho, tenía en la ciudad del Cuzco un soterrano, o mazmorra, debajo de la tierra, que ellos llamauan sancahuasi, el cual estaba todo cubierto y empedrado de piedras muy agudas y esquinadas, que cortaban como cuchillos o navajas afiladas; dentro de este soterrano había innumerable cantidad de animales feroces y sabandijas ponzoñosas, como son leones, tigres, osos, vívoras, culebras, sapos, alacranes, arañas y otros géneros de esta manera, las cuales eran echadas y puestas a manos. En algún grave y atroz delito que mereciese castigo ejemplar, contra el Ynga, de quererlo matar o dar bebedizos a él, o a su mujer o hijos, o hermanos o parientes, o los de su consejo. Cuando venían a echarlo allí era constando ciertamente del delito, y con mucha consulta, para que allí lo pagase, y los animales y sabandijas los comiesen vivos. Así pagaban sus culpas, porque morían rabiando y con mil ansias, porque los animales los despedazaban, o las vívoras, y culebras y sapos, los mordían e infundían el veneno, con que acababan miserablemente en aquella mazmorra, que cierto era género de muerte triste y desesperada.
Si acaso los animales y sabandijas no los comían ni tocaban, después de pasadas veinte y cuatro horas, los sacaban de la cárcel y el Ynga, vista aquella maravilla, los mandaba restituir en su honra y les favorecía mucho, y hacía mercedes, y mandaba a los orejones de su consejo, y a los gobernadores y curacas, que los honrasen y tubiesen en mucho.
Y también decían que había algunos, tan perversos y malos, que aun los animales y fieras ponzoñosas que en aquel soterrado estaban no los querían comer, ni llegar a sus carnes. A estos tales, los mandaba hacer cuartos, y echarlos a los campos, a que las aves y animales los comiesen, y a otros echaban vivos.
Demás de esto, al que llegaba alguna mujer, antes que el Ynga o quien tenía su comisión para ello, se la diese, o al que de su motivo la tomaba, les atormentaban a él y a ella, atándoles reciamente las manos atrás, que ellos llamaban chasma, y era con tanta fuerza, que algunos morían en el tormento con el dolor tan excesivo. Al indio casado que se juntaba con mujer ajena, o soltera, lo azotaban cruelmente y al varón le quitaban todo cuanto tenía y lo daban a la mujer soltera, para ella y para su casamiento. Desta manera no había ninguno que se osase desmandar, ni hacer fuerza en despoblado a ninguna mujer, aunque la topase sola y sin compañía. A la mujer casada que cometía adulterio, en probándosele, la sacaban al campo y la colgaban los pies arriba y la cabeza abajo, y se juntaban mucho número de indios, a pedradas la desmenuzaban y allí la dejaban, cubriéndola de espinas y cardones.
Había grandísimo rigor en castigar los ladrones. Por la primera vez que cogían en hurto a algún indio, lo azotaban cruelmente, a la segunda vez lo atormentaban y, a la tercera, sin remedio ni excusa moría. Pero, si el primer hurto era cosa notable, le colgaban de los pies hasta que moría miserablemente. A los vagamundos, que no querían trabajar o aprender algún oficio les daban la misma pena, porque decían que si no querían aprender oficio era por hurtar; y esto mismo se guardaba con los hijos de los curacas y principales, salvo con el mayorazgo, que había de heredar el oficio a su padre, o que estaban en servicio del Ynga, ocupados en algún ministerio.
A los parleros y chismosos y que se desmandaban en hablar demasiado, en perjuicio de otro, y metían zizañas y revueltas, castigaban de la misma manera que a los ladrones, y eran odiados y aborrecidos de todos. A los oficiales que no usaban bien de sus oficios, y ovejeros que no guardaban bien el ganado, les quitaban las camisetas, y les daban mucha cantidad de azotes con una soga gruesa, públicamente, y a otros les daban con una piedra o porra en las espaldas.
A los indios que andaban huidos, los hacían llevar a su tierra, y si parecía estar asentado en su quipo, y tener algún oficio, les daban con una piedra en la cabeza ciertos golpes, hasta que moría; y si era mujer, la ahogaban con un chumpi, que es faja, o con una soga, pero si tenían hijos que criar, no los mataban sino de otra manera los castigaban,
A los indios forasteros y mitimas, que se volvían de donde estaban puestos y reducidos, y a los que se huían de la guerra de el servicio del Ynga, o a los que quebrantaban los límites y mojones, o que entraban en los términos de los otros con sus ganados, sin su consentimiento, morían por ello. A otros los atormentaban, atándoles los brazos por detrás, y les apretaban tan fuertemente, hasta que se juntaban un hombro con otro, y a su cacique que lo había permitido o se había descuidado con él, le daban diez azotes con una huaraca, que quiere decir honda, y después otra vez tornaban a azotar al indio.
En el castigo de todos los delitos y desórdenes, había gran cuidado y vigilancia, y se ejecutaban las penas dichas arriba sin remisión ninguna, y con gran rigor. A esta causa se cometían pocos delitos, porque el temor, que es el que mueve a esta gente y los lleva a hacer cosas de virtud, no los dejaba desmandar, y así todos andaban ocupados en sus oficios y en lo que tenían a su cargo, sin haber ninguno ocioso, ni vagabundo, con lo cual se excusaban hurtos, adulterios y homicidios entre ellos. El Ynga tenía cuidado de a los hijos de los curacas y personas principales, darles oficios y ocuparlos a unos en su corte, cerca de su persona, a otros en las guerras, haciéndoles capitanes, a otros en guarda de fortalezas, y a los que acudían puntualmente a sus obligaciones, les premiaba y honraba, haciéndoles mercedes y dándoles vestidos, mujeres y criados.