Comentario
Capítulo VII
De la división que el Ynga hizo en este reino en cuatro partes y de los indios mitimas, y depósitos que tenía
Para gobernar este Reino con más justicia, y que estuviese en más concierto y razón, hizo una división de todo él, maravillosa, en cuatro partes en cruz. La que estaba al oriente llamó Colla Suyo y ésta comprendía el Colla, Charcas y otras provincias, hasta Chile. La que estaba hacia la parte de poniente llamó Chinchay Suio, y comprendía innumerables provincias, hasta Quito, Pasto y los Gauancabilcas. La que estaba a la parte del Septentrión llamo Antisuio, que contenía muchas provincias de la otra parte de los Andes; y la que caía al medio día puso por nombre Contisuio, en que se incluía la provincia de los Chumpibilcas, Collaguas y otras muchas. Toda esta partición hizo respecto de la ciudad del Cuzco, que venía a estar en medio de estas partes y era el centro de todos sus Reinos y Señoríos, y en general le llamaban los indios Tahuantin Suio. Y esto estaba repartido y puesto en cabeza de los cuatro señores orejones de su consejo, que ya dijimos tenía a su cargo despachar los negocios que de su provincia les venían, y consultar en los dificultosos al Ynga, para que él determinase. Estos tenían puestos gobernadores por su orden, y del Ynga, que eran como sus tenientes en los lugares de su jurisdicción.
Dicen que solía estar el Reino dividido en seis partes y que las dos que faltan que eran los Huancabilcas, Cayampis y Pastos; y por ser gente rebelde, y haberse querido alzar dos o tres veces contra Tupa Ynga Yupanqui y Huaina Capac; éste deshizo los dos suios y los consumió en los cuatro ya dichos, y mucho número de gente, de éstas los puso por mitimaes, y sacó infinitas mujeres solteras y los repartió por todo el reino, y por las casas de depósitos y dormidas; y hoy día hay las descendientes de éstas en la ciudad del Cuzco y en Jauja, y en otras partes del reino. A los indios les mandó dar y dio tierras y ovejas, y ropa y las demás cosas necesarias para su sustento, y mandó a los curacas de todas las provincias tuviesen grandísima cuenta con ellos, y solamente dejó viejos y muchachos, y en todas las fronteras y fortalezas de aquella tierra y de toda su comarca y jurisdicción, hijos de señores principales e yngas y orejones, por ser gente de quien tenía más confianza, con soldados de presidio para la guardia, y entonces hizo grandes castigos en los guancavilcas.
Tuvo, demás de esto, el Ynga otro modo maravilloso de gobierno, con que se fue conservando en las provincias que sujetaba, que da muestras de su profunda prudencia, y era que, en conquistando alguna provincia, mandaba sacar della veinte y cinco o treinta mil indios, o la cantidad que le parecía bastante, con sus mujeres e hijos y familias, y a éstos mandaba trasladar y mudarse a otra parte y provincia, que fuese del mismo temple calidad y disposición que la otra donde eran naturales, y éstos se llamaban mitimas, que quiere decir gente mudada de una parte a otra, a los cuales el Ynga daba heredades, tierras, solares y casas para que edificasen, e hiciesen sus labores y se sustentasen, y mandábales que obedeciesen a su gobernador que allí tenía puesto. Con esta astucia los tenía sujetos, de suerte que si los naturales de las provincias donde los trasplantaba se querían rebelar y sacudir el yugo del Ynga, siendo los naturales con el gobernador que allí estaba, érale fácil reducirlos a obediencia y sosegarlos, y por el consiguiente si los mitimas se alborotasen, los naturales de la tierra y provincias los apremiasen, de manera que con esta industria y traza procuraban tener su Reino seguro.
Para ser más amados y queridos de los naturales, tenían por costumbre, cuando conquistaban alguna provincia si veían al cacique y señor della inclinado a su obediencia, y conocían dél que perseveraría en ella, no le quitaban el señorío ni cacicazgo y, si era muerto, se lo daban a su hijo mayor y, en falta de éste, al menor, o a sus hermanos y parientes cercanos, y si el cacique cometía algún delito grave, que mereciese muerte o privación del oficio que tenía, el mando y señorío se lo daban a su hijo o hermano, de suerte que raras veces salía de la casa, a modo mayorazgo, y con esto los indios obedecían al Ynga puntualmente, y lo reverenciaban, sin tratar jamás de rebeliones y alzamientos.
En otra cosa manifestó el Ynga el mucho cuidado que siempre tuvo con sus vasallos, y fue en los depósitos de comida y bastimentos que hizo hubiese en toda la tierra, en cada provincia, de lo que en ella se daba abundantemente. Estos depósitos, que ellos llaman colcas, y nosotros diremos alholies o graneros, estaban encomendados a personas principales e indios de mucha cuenta y razón, los cuales la tenían de todo lo que se gastaba por sus quipos. Estos bastimentos estaban guardados para que, cuando se ofrecía guerras o conquistas y el Ynga sacaba de las provincias gente de guerra, les diesen de ello lo necesario para el camino, y cuando pasaban por allí compañías de soldados, se les proveía por orden del Ynga.
Demás de esto, se les mandaba a los gobernadores de las provincias que tuviesen sumo cuidado con los pobres, tullidos, mancos, cojos, y viejos que no podían trabajar, y a cuenta del Ynga les daban de estos depósitos el sustento necesario. Cuando los gobernadores iban nuevamente a las provincias, les hacían un parlamento muy grave en que, en suma, les encomendaba acudiesen bien y fielmente a su oficio, atendiendo a las mercedes que les había hecho guardándole lealtad y, sobre todo, les encargaba mirasen por los pobres, tullidos, y viudas y huérfanos, no consintiendo fuesen agraviados ni vejados de los poderosos, y esto era lo primero, y luego les encargaba no dejasen la gente andar ociosa, y la guarda y reparo de las fortalezas, puentes de crisnejas, caminos, y de los depósitos, advirtiéndoles que muy breve él irla por su provincia y miraría, por vista de ojos, cómo cumplían lo que se les mandaba, y que les daba orden cómo habían de sustentar la gente de guerra, que era: el señor de diez mil indios sustentaba mil, y el de cinco mil quinientos, y el de mil ciento.
Cuando acontecía helarse las sementeras, y por esto haber falta de comida, mandaba el Ynga, y daba comisión a sus gobernadores por todo el reino, o provincia donde había esta falta y necesidad, que de sus depósitos repartiesen todo lo necesario para el sustento de los pobres, y entre éstos eran preferidos los viejos y los que tenían más hijos que criar; y juntamente ordenaba que se tuviese gran cuidado con los huérfanos chiquitos y sin padres, que los criasen a su costa y les diesen de comer y vestir, y todo lo necesario, tratándolos bien y alimentándolos, y para esto se hacía junta en cada pueblo, y se sabía los necesitados que había en ellos, de suerte que en cuanto era y tocaba al Ynga, ninguno, en sus amplísimos reinos, había de morir de hambre, ni pasar necesidad, que desde el mayor al menor de todos se acordaba, y a todos proveía.