Comentario
Capítulo VIII
De los chasquis que el Ynga tenía y del orden con que los puso
Fue maravillosa la traza que dio el Ynga, que a lo que dicen fue Tupa Ynga Yupanqui, para saber con extraña y nunca vista brevedad, todo cuanto sucedía y pasaba en las partes más remotas deste reino, en muy breve tiempo, y fue poner por todos los caminos correos, que ellos llaman chasques, con tanto orden y concierto que admiran, los cuales estaban en los caminos, a trechos cada uno cuanto un tiro de ballesta, y algunas veces más cercanos, y otros había a media legua, como eran las provincias, y las ocasiones de guerra pedían los avisos más o menos breves, y si era negocio particular del Ynga estaban tan juntos que, de palabra, se daban el recaudo, y así iba de mano en mano.
Cuando el Ynga quería comer pescado fresco de la mar, con haber setenta u ochenta leguas desde la costa al Cuzco, donde él residió, se lo traían vivo y buyendo, que cierto parece cosa increíble en trecho y distancia tan larga, y en caminos tan ásperos y fragosos, porque lo corrían a pie y no a caballo, pues nunca los tuvieron hasta que los españoles entraron en esta tierra. Mediante la presteza de estos chasquis, tenía aviso el Ynga de lo que sucedía en Quito, en Chile, en los Chiriguanaes, Chunchos, Guancabilcas, Pastos y otras provincias.
La orden que dio en ellos Tupa Ynga Yupanqui, fue buscar entre los indios los que fuesen más prestos y ligeros, y tuviesen más aliento en correr, y así los probaba, haciéndoles que caminasen corriendo por un llano y, después, que bajasen por una cuesta con la misma ligereza, y después subiesen una cuesta agria y fragosa, sin parar, y a los que en esto se señalaban y lo hacían bien, daba oficio de correos, y se ejercitaba cada día en la carrera. De suerte, que eran tan alentados que alcanzaban los venados y aun vicuñas, que son animales silvestres ligerísimos, que se crían en los páramos y desiertos más fríos. Así, con vuelo increíble, llevaban las nuevas de unos lugares a otros, y el que no corría bien, y era haragán y flojo, los castigaban dándole con una porra en la cabeza, o en las espaldas cincuenta golpes, y les quebraban las piernas, para memoria y escarmiento de otros. A sus hijos criaban éstos con grandísimo cuidado y sola una vez al día les daban de comer, y eso era hamca, que dicen maíz tostado, y sola una vez bebían, y así eran cenceños y enjutos de carnes, y los padres los probaban si eran ligeros, haciéndoles correr una cuesta arriba y seguir venados, y si eran flojos los castigaban con el mismo modo, de manera que toda la casta y generación de indios chasquis era suelta y ligera, y para mucho.
Tenían estos chasquis sus casas hechas en los lugares de su distrito, en las punas y desiertos, y en otras partes, junto al camino; eran pequeñas que no cabían en ellas más de dos indios o tres cuando mucho, y eran hechas de piedra todas. En acabando el indio chasqui su tarea, conforme al tiempo que se le había señalado por su curaca, venía otro, o más, conforme las necesidades se ofrecían, y entraba en su lugar, y él iba a descansar a su casa con su mujer e hijos, o a las casas dedicadas para este efecto, que eran mayores, y allí se les daba el mantenimiento ordinario, a costa del Ynga y de sus depósitos, y los gobernadores de las provincias y virreyes y sus curacas tenían en mucho a estos chasquis, y los respetaban y, en su ausencia, miraban por sus mujeres e hijos no les faltase el sustento y vestidos, y eran privilegiados de cualquier trabajo, y no salían de este ministerio a otra parte, porque al que se descuidaba en ello o sucedía alguna falta, no le costaba menos que la vida. Caminaban corriendo y, cuando menos, quince o diez y seis leguas cada día y las leguas son larguísimas, según la cuenta del Ynga, porque llegan de cinco a seis mil pasos, y por caminos tan fragosos y ásperos, de cuestas y bajadas tan difíciles, era mucho.
El día de hoy se ha continuado, por los Virreyes y gobernadores deste reino, este ministerio de chasquis, como necesarísimo para el buen gobierno y utilidad dél, y así le tienen sustituido en todos los caminos reales que hay desde la Ciudad de los Reyes, donde residen, por la Sierra, subiendo hasta Jauja, Guamanga, Andaguailas, Cusco, Collao, Chucuito y Huguiapó, Potosí y la Plata, y en el camino de la costa por Cañete, Yca, Lagasca, Camaná, Arequipa, y Arica, y así a abajo desde Lima hasta Paita y Quito, que ha sido un medio muy acertado para el reino y para los mercaderes y tratantes, y todo género de personas, saliendo cada mes el primer día, sin falta ninguna. Pero no se sirve ahora con la puntualidad y cuidado que antiguamente, en los tiempos de el Ynga, porque entonces la distancia de estos correos era pequeña, y así con suma brevedad corrían los avisos, sin detenerse un solo momento en parte ninguna, ni aun a tomar huelgo y aliento el chasqui, y agora son las jornadas de cinco o seis leguas, y de tambo a tambo. Demás de que en aquel tiempo castigaba el Ynga, y sus gobernadores, al indio que se detenía, irremisiblemente y con grandísima severidad; agora acontece recibir los despachos y cartas e irse a sus casas a dormir, y si en los caminos hallan algunas chácaras y se trabaja en ellas, dejan la carga y se ponen a comer y beber, hasta perder el juicio, como no temen castigo. Demás de que en muchos tambos, y aun pueblos, los corregidores, y personas a cuyo cargo está el despacho, los detienen y se ponen a escribir ellos, pudiéndolo antes tener hecho, y así se detienen algunas veces medio día, y más, los correos, y ésta es la causa que los avisos y despachos no son tan breves y prestos ahora como antiguamente solían; porque de Potosí a Lima, que hay trescientas leguas, si los chasquis anduvieran medianamente concertados, pudieran correr en veinte y cuatro días, y algunas veces, por malicia de los que los despachaban, se pierden muchos pliegos de importancia, que es harto daño.