Comentario
De manera paralela a la experiencia del Cister, surgieron durante los últimos años del siglo XI toda una serie de movimientos de renovación monástica. El primero de todos, cronológicamente hablando, fue el de los grandimonteses, surgido en 1077 al fundarse por Esteban Muret (muerto en 1124) el monasterio de Grandmont, cerca de Limoges. Con una vocación a mitad de camino entre la vida eremítica y la cenobítica, similar a la de los camaldulenses, la orden de Grandmont, cuyos miembros se autodenominaban "Bons hommes", se caracterizó siempre por una "austeridad y pobreza salvajes" (Knowles). Durante el gobierno del abad Esteban de Liliac (1139-1163), autor de la regla del movimiento, los grandimonteses llegaron a su apogeo, mostrando ya una clara dedicación misional.
Mucha mayor importancia tuvo en cambio en 1084 la aparición dc la llamada orden cartuja, por el nombre de su primera fundación, el monasterio de Chartreux, en las cercanías de Grenoble. Su fundador, san Bruno, formado al parecer en Camaldoli, había sido jefe de la escuela episcopal de Reims, cargo que abandonó cuando su obispo, el corrupto Manases, fue depuesto por Gregorio VII. Deseoso de retornar a los ideales del primitivo cristianismo, dotó a la nueva orden de una disciplina tan rigurosa (clausura perpetua, voto de silencio, rígida abstinencia, etc.) que fue la única que no necesitó reforma alguna durante los siglos medievales. Este exagerado rigorismo privó a la orden sin embargo de una mayor influencia social.
Finalmente, en 1100, el antiguo predicador itinerante Roberto de Abrissel (muerto en 1117), fundó cerca de Angers el monasterio de Fontevrault. De estructura doble, masculina y femenina, el monasterio, cuyos miembros se autodenominaban "Pauperes Christi", se convirtió pronto en un activo foco de predicación popular que parece presagiar el movimiento franciscano. A lo largo del siglo XII la nueva orden se vinculó a menudo al mantenimiento de leproserías.
Participe del mismo espíritu que alentó a estos movimientos, y en parte también deudora de la experiencia cisterciense, se desarrolló durante estos años la orden premostratense, líder de la renovación de los canónigos regulares.