Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA GENERAL DEL PERÚ



Comentario

Capítulo X


Del orden que había en los distritos de las provincias, y en los caminos

En todo procuró el Ynga que hubiese en su reino la orden y policía que le pareció convenir, para que fuesen gobernados puntualmente, y en cosa ninguna no hubiese falta ni qué notar, Entre otras fue una la división de las provincias y distritos, repartiendo las jurisdicciones y amojonando las tierras, de modo que se evitasen diferencias y disensiones entre sus vasallos sobre los términos de cada pueblo. Aunque antiguamente lo usaron estos indios, pero sobre ello tuvieron entre sí guerras, queriendo el que más podía ampliar sus distritos y chácaras, hasta que Tupa Ynga Yupanqui de nuevo amojonó toda la tierra, con gran orden y cuenta, conforme a las corrientes de los ríos, hasta los Andes, y puso límite en las chácaras, y en los montes y en todo género de minas, así de oro como de plata y demás metales, y en las minas de colores con que hacían sus pinturas, hasta las islas de la mar, junto a la costa, dando y repartiendo a cada provincia y a cada pueblo, y a cada ayllo familia, las tierras para chácaras de maíz, papas, ocas y demás comidas suyas, como era el número de gente que tenían, y conforme a la fertilidad o esterilidad de la tierra, señalándoles los límites, y poniendo gravísimas penas a los que lo quebrantasen y entrasen, en las tierras y distritos de los otros, a labrar chácaras, casas, pescar ni cortar leña, ni a sacar ningún género de color de las minas para pintar, ni metales, ni en las salinas ni en otra parte ajena sin expresa licencia del Ynga. Así tenía cada provincia puestas sus guardas en los mojones, porque en ninguna manera se quebrantasen, y si algún indio, por descuido o malicia, entraba en los términos de otro, era luego castigado con grandísimo rigor y según era la cualidad de lo que delinquía, y hasta en los cerros y montes, y ríos había mojones, para el pasto de los ganados, sin que los de unas provincias entrasen a los pastos de otras, y los de una banda del río no podían pescar en la otra. Con ser los pastos extendidísimos y muchas veces de veinte leguas, no había ninguno que osase entrar un palmo en las eras de los otros.

En los caminos, no fue menor el concierto del Ynga que en las demás cosas, porque los que hay hoy en este reino, hechos a mano, dan hartas muestras del cuidado y diligencia que en ello puso, pues desde el Cuzco a Quito, que hay más de quinientas leguas, lo mandó hacer todo señalado por la Sierra y los llanos, obra que quien no considerase la multitud de indios que había en aquel tiempo en este reino, no lo podrá creer. También hicieron los caminos hasta Charcas y Chile.

Estos caminos, juntamente con las puentes, acequias y calzadas en los lugares lagunosos y dificultosos de pasar, tenían sumo cuidado, para aderezarlos, los curacas y principales y gobernadores puestos por el Ynga, cada uno en sus provincias y pueblos, conforme el número de indios que tenía a su cargo. Era de manera esto que en todos los caminos de Sierra y llanos, aunque fuesen pedregosos y ásperos, no había una piedra tan sola en que tropezar el caminante, ni le estorbase, ni detuviese cosa alguna, y así les era fácil caminar cualquier camino largo, y los corrían los indios chasquis sin impedimento y aun cuando el Ynga pasaba no había de haber hasta las hojas de los árboles en el suelo, que todo estaba limpio, ni aun pajuelas consentían hubiese, porque el Ynga no los castigase.

La causa de tanta curiosidad fue que ningún indio ni India andaba por los caminos sin entender en algo de trabajo, porque no había de haber ociosos en todo tiempo. Así, caminando, las mujeres iban hilando las tareas que les daban para los vestidos de la ropa común, que el Ynga daba a los que le estaban sirviendo en la guerra o en las conquistas, o guarniciones de las fronteras o en otra cualquier ocupación. Los indios iban también trabajando en echar molinillos a sus mantas, que los hacían de lana y de diferentes colores. Otros iban haciendo ojotas para su calzado y de sus mujeres, otros iban ocupados en alguna cosa, de suerte que no había de haber ninguno que no entendiese en algo. Así, sentados o parados o andando, trabajaban, por miedo del castigo tran cruel y severo que les daban sus curacas y gobernadores del mismo Ynga. Como iban entretenidos con su labor cuando caminaban, no quería el Ynga tuviesen en qué reparar, ni tropezar, en los pasos dificultosos y así todo estaba llano y fácil. Siendo las leguas del Ynga de seis mil pasos, medidas con cordel, las andaban con suma presteza y sin sentir el cansancio del camino, ni les daba pesadumbre subir las cuestas agrias, ni bajar a los valles hondos, porque todo estaba aderezado.