Comentario
Capítulo XV
De las coyas y del modo que el Ynga tenía en su casamiento con ella
Pues que hemos tratado en el capítulo precedente de la usanza y costumbre del Ynga en la sucesión de sus reinos, y tocado algo de las mujeres cuyos hijos sucedían, antepuestos a otros, nos era fuera de propósito tratar en este capítulo de la majestad y pompa que las Coyas tenían y cómo el Ynga contraía matrimonio con ellas.
El orden que guardaba era que el Ynga, de todas las hermanas legítimas que tenía, escogía la más hermosa, grave y que andaba mejor, señales que representarían la dignidad de Reina y Coya con más majestad y señorío, o la que más le agradaba de todas ellas. Esta, ante todas cosas, la pedía a su madre por mujer legítima y habiéndoselo concedido la madre, porque para ello le hacía grandes ofrecimientos, dádivas y presentes, como vimos en el casamiento de Guascar Ynga con su hermana Chuqui Huipa, iba el Ynga acompañado de sus hermanos, parientes y orejones, y de los más principales, a la Casa del Sol, que decían ellos era el padre de la novia, donde estaba el sacerdote principal del Sol; y los demás y el Ynga hacían innumerables sacrificios, con toda la solemnidad posible. El, y los que iban con él, y hablaba con el Sol, diciéndole y rogándole tuviese por bien de concederle por su mujer legítima a su hija, que él la respetaría y honraría serviría como a tal. Llevaba el Ynga una pieza de ropa finísima de cumbi, y unos trozos de oro y el demás aderezo que le había de dar a su mujer, y decíale al Sol que así como había de ser Señora de aquellas vestiduras, topos y lo demás, así lo sería sin falta de todo cuanto él tenía y poseía, y que él la trataría como hija del Sol.
Concluido esto se salía del templo del Sol y con mucha música y acompañamiento iba a casa del la novia, que estaba con su madre, a la cual de nuevo tornaba a hacer muchos ofrecimientos y presentes y, en su presencia, daba a la desposada el vestido y topos, y le rogaba que luego se lo vistiese, recibiéndolo en su nombre. Su madre le mandaba lo tomase y ella lo recibía y luego daba otro vestido, hecho de su mano, al Ynga, y ambos se los ponían allí luego, y vestidos se abrazaban y daban las manos, y el Ynga la sacaba de la mano, diciendo haco Coya, que quiere decir Vamos reyna, y ella respondía Hu Capac Ynga, que significa Vamos Rey Poderoso, y así, con todo el acompañamiento que había venido, la llevaba a su casa, yendo delante los orejones y parientes, y los gobernadores de las provincias, y de toda la gente del Reino, que se juntaba deste casamiento y fiestas. Todo el trecho que había desde la casa de la novia hasta el Palacio Real del Ynga, estaba el suelo por donde habían de pasar, lleno de paños de colores y plumería riquísimos, y las calles entapizadas e infinito género de árboles y pájaros colgados en ellos, y muchos arcos. Y metida la Coya en casa del Ynga, se estaban así cuatro días, sin hacer ningún género de regocijos, y no llegaba ni dormía con ella, porque en este tiempo estaba con gran recogimiento, y ayunaba y confesábase con uno de los más principales hechiceros y pontífices de las haucas del Sol.
Al cabo de esto empezaban las fiestas y regocijos, con toda la pompa y gasto posible, que solían durar un mes y dos, haciéndose de día y de noche infinitos bailes y danzas e invenciones, con atambores y flautas, y los demás instrumentos que ellos usaban. Venían todos los hermanos, deudos y amigos del Ynga a la desposada con presentes, y de todas las naciones concurrían a la solemnidad, y cada una de ellas en diferentes días hacían sus muestras y fiestas. Y en todo este tiempo estaban las casas y palacios del Ynga ricamente entapiados, con muchos géneros de paños de cumbi de todos colores y plumería, parte de oro y parte de plata, y los leños y rajas de leña dorada que parecían de oro macizo, y los tres o cuatro días primeros era el servicio de la leña de esta manera.
Había otro género de paja, de colores finas, en que se sentaban todos los principales, y el Ynga en pajas de plata, con espigas de oro. Los cuatro días primeros de las bodas convidaba a los cuatro orejones principales de su Consejo a almorzar, y con ellos toda la demás gente común, y antes que empezasen a comer, se levantaba el mismo Ynga en persona, y daba a estos señores de su Consejo, en unos platos grandes de plata y unos queros de oro, con mucha cantidad de papas de oro y plata macizas, y les daba unas varas de lo mismo, y piezas de ropa de cumbi, finas, de hombre y mujer y plumería. A los demás caciques y principales, así mismo les hacía mercedes, dándoles indios de servicio, ropa, carneros, lana, y a los hijos de éstos y deudos, les daba, conforme a su calidad, y al amor que les tenía.
Entre todos los casamientos y bodas ninguno hubo de mayor majestad, riqueza, ni gasto, como fue el de Huascar Ynga, hijo de Huaina Capac, como en su vida contamos, porque estaba entonces el poder y reino de estos Yngas en el colmo y cumbre, que jamás había tenido, y así era sin número el oro y plata que alcanzaban y el que gastó Huascar en sus bodas.
De la suerte referida, casado el Ynga, esta Coya, a quien recibía por principal mujer, era la reina, a quien todas las demás obedecían y respetaban, y ésta era tenida por mujer legítima y los hijos de ésta heredaban el reino, como está dicho. Estas coyas y reinas salían de su palacio raras veces, y cuando salían era con una pompa admirable y majestad de infinitos escuderos, criados y gente de su servicio, que tenían casa aparte, y los oficios de su casa, diferentes que el Ynga, iban rodeadas de mucho número de ñustas, hermano, sobrinas y deudas de los Yngas y de las otras mujeres de los Yngas y de las que estaban en las casas de recogimiento. Estas ñustas salían bizarramente aderezadas de vestidos de cumbi, con mucha chaquira y unas cuentas menudas a manera de aljófar, que las hallaban en las orillas de la mar, y cuanto más menuda es más preciada. De ellos y con ellas labraban sus cinchas, que son como una cinta que se ciñen a la frente. Andaban siempre en cabello suelto a los hombros y espaldas, los acsos y llicllas labrados de diversidad de pájaros y mariposas de mucha curiosidad.
Mudaban las coyas cada día tres vestidos, y no se lo ponían segunda vez, que lo tenían por mengua, donde había tanta riqueza y abundancia. Esta Coya comía de ordinario con el Ynga y dormía con él lo más del tiempo, y cuando solía de su casa iba con el mismo aparato que el Ynga, salvo que no iba en andas ni en hamaca, sino a pie y con mucha autoridad, y nunca faltaban de su lado, en estas salidas, los cuatro orejones del Consejo del Ynga.
Sin ésta tenía el Ynga, como tengo dicho, infinito número de mujeres, porque se casaba con cuantas quería, las cuales, conforme a su voluntad y gusto, dormían con él, estaban en su palacio real y comían juntas y vivían juntas, sin haber entre ellas rencillas ni disensiones, que no era poco, donde había tantas, no reinar los celos y envidias. A causa de tanta multitud de mujeres procedía tener los Yngas tantos hijos bastardos, pues Huascar Ynga cuando le prendieron, como está referido, le mataron ochenta hijos e hijas, y no había más que reinaba que ocho años. Así, con haber muerto en las guerras que entre sí tuvieron Huascar Inga y Atao Hualpa, tantos hermanos y parientes de los Yngas, y después en el cerco de el Cuzco, cuando los españoles estaban en él, hay todavía tantos descendientes de los Yngas, que residen en el Cuzco y sus parroquias, que es maravilla, los cuales gozan, como gente de casta real, de muchos privilegios y exenciones.
Pero por concluir con lo tocante a este capítulo de las fiestas, digo que asentados a comer, sacaban carneros vestidos, del sacrificio, a los cuales llamaban pillco llama, que lo tenían en gran estima, porque así como ellos lo ofrecían al Sol por sacrificio, de la misma manera decían que el Sol los daba para honrar a su hija. Después traían las demás viandas, repartiéndolas entre todos, sin exceptuar a ninguno. Había infinita cantidad de chicha junta, en tinajas grandes de oro y plata, que cada cántaro de oro pesaría seis arrobas y las de plata diez, con muchos mates de lo mismo, en que se bebía todos en general, sin los que tenía el Ynga aparte para sí y los cuatro orejones, y a quien ellos por favor brindaban en ellos. Acabada la comida, se repartía la coca entre todos, en bolsones de oro y plata y plumería, muy ricos, y en gran cantidad y, mientras duraban las bodas, el Ynga hacía mercedes a chicos y grandes, de cualquier calidad que fuesen y nación.
Concluidas las fiestas se juntaban todos los orejones y principales y, con mucho acatamiento, se llegaban al Ynga y los más ancianos a él y a la Coya le hacían una plática, exhortándoles a quererse bien y servirse. Cuando el Ynga moría, al alzar nuevo rey hacían también solemnes fiestas por todo el reino. Los principales le traían a la coronación presentes, conforme su posibilidad de cada cual, y los que no podían venir, por justos impedimentos, se los enviaban con sus hijos o parientes, en señal de vasallaje.