Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA GENERAL DEL PERÚ



Comentario

Capítulo VIII


De otros religiosos de Nuestra Señora de la Merced que han hecho particular fruto en aquellos reinos, particularmente los dos varones santos y mártires Fray Joan de Salazar y Fray Christóval de Albarrán

De muchos otros religiosos pudiera hacer particular historia, que ha servido en aquellos reinos a Dios y a su Majestad, no sólo predicando y bautizando millones de indios, pero dando la vida en defensa de la fe, muriendo con grande ánimo y constancia, padeciendo notables martirios, como de ello tiene la religión y aquellas ciudades, particulares informaciones.

En el Valle de Valdivia, el año de 1599, padeció martirio el Padre Fray Joan Lezcano, del orden de Nuestra Señora de la Merced, cuando los indios de guerra rompieron al maestre de campo, Gómez Romero. Entre los cautivos que llevaron, fue uno el dicho Padre Fray Joan Lezcano y, porque no quiso venir en los desatinos y falsa doctrina que enseñaba cierto clérigo llamado Bello, que dejando la fe católica se hizo al bando de los indios, y empezó a profesar su secta, y el santo varón Fray Joan Lezcano predicaba en defensa de la fe católica, le trujeron un año azotándole y apaleándole, hasta que un día le vinieron a cortar poco a poco sus miembros, atado a dos palos, hasta que espiró, confesando y predicando constantemente la fe de Christo. Fueron testigos de su martirio el capitán Jerónimo y Gregorio de Castañeda y Jaramillo y otros soldados y cautivos.

En la ciudad de la Serena acabó santamente Fray Joan Zapata, religioso de la misma orden, lego, que jamás quiso ser sacerdote con ser letrado. Murió enseñando y catequizando indios, para que se bautizasen.

En la ciudad de Santiago de Chile sucedió otro milagro al Padre Fray Pedro Moncalbillo, provincial que fue de la religión de Nuestra Señora de la Merced; que habiendo predicado y bautizado infinitos indios, poniéndole después cierto cargo falsamente, puso la mano en un brasero de lumbre, y la tuvo por espacio de más de dos horas, y no se le quemó ni hizo daño y hubo de esto muchos testigos.

Otro religioso, llamado Fray Alonso de Trava, viniendo de predicar y bautizar indios, de puro cansado y molido murió en la Villa Rica, y le enterraron otros religiosos nuestros; y volviendo a ver la sepultura le hallaron una rosa en la boca. Fueron testigos de esto, entre otros muchos, Fray Diego Gómez y Fray Bartolomé Viveros, religiosos de la misma orden de la Merced.

Pero ninguna cosa ha sucedido más notable en aquellas provincias con religiosos de nuestra Señora de la Merced, minifestando Dios cuánto ha sido servido de esta religión en ellas, que la que se vio con los excelentes mártires, Fray Joan de Salazar y Fray Cristóbal de Albarrán, porque al dicho Padre Fray Joan de Salazar los mismos indios, a quien había predicado y bautizado, alzándose y estando en guerra, le prendieron y sacaron los ojos a flechazos y le mataron, porque predicaba el nombre de Jesucristo, y le enterraron y después le desenterraron y se le comieron, y todos cuantos comieron de él, reventaron, como ya dije. Desto fueron testigos, entre otros muchos, don Pedro Cabrera de Córdoba, caballero y vecino de la ciudad de Santa Cruz.

Pero más excelente y misteriosa cosa es la vida y muerte del Santo Fray Cristóbal de Albarrán, mártir excelente, el cual como dice este caballero que lo vio y Catalina de Burgos, también cautiva de los indios de guerra, sesenta leguas de la ciudad de Santa Cruz, pocos meses después de como sucedió la muerte y martirios del Santo Fray Joan de Salazar, mataron los indios al Santo mártir Fray Cristóbal de Albarrán con grande crueldad, porque predicaba el nombre de Jesucristo y, no osándole comer, con el miedo que habían cobrado, le quisieron quitar el hábito después de muerto, y visiblemente bajó una nube del cielo, que le desapareció y jamás se ha sabido de su cuerpo. Sólo hay infinitos testigos de que muchas veces le han visto bajar por el aire con una cruz en la mano, predicándoles lo mismo que cuando le mataron, y queriendo pegar fuego los indios, cansados con su vista y predicación, al cuerpo santo, se vuelve a subir más alto, y a desaparecer, quedando admirados los mismos indios del caso.