Comentario
Capítulo XIX
De la villa de Cañete y de Ica
Pasada la noble Ciudad de los Reyes, a cuatro leguas de ella, se ve un monstruoso edificio y templo de los Yngas, dedicado al Hacedor, con nombre de Pachacamac, que lo significa, donde hubo un templo, de los Yngas. Infinita multitud de ministros, hombres y mujeres, que sólo atendían a servir al demonio y reverenciarle, y allí acudían del Reino, como en romería, indios e indias, a preguntar al demonio sus acontecimientos, y él les daba sus equívocas y dudosas respuestas, tan verdaderas como el que siendo padre de mentira, no puede acertar con la verdad. Allí se sacrificaban a este padre de las tinieblas criaturas, porque siempre fue amigo de sacrificios de sangre, que ya, por la misericordia del Omnipotente Dios, han cesado, y este memorable templo está desierto e inhabitado.
A veinte y dos leguas de Lima está poblada la villa de Cañete, que antiguamente se llamó el Huarco, donde hubo una fortaleza de las más fuertes y bravas del Reino, edificio de los Yngas, todo de piedras, donde tuvieron muchos soldados de guarnición, hoy está desbaratado, y la piedra dél se lleva a Lima para labrar obras de consideración y hermosear los templos y sus portadas.
Asimismo había un templo y huaca muy grande, donde estaban encerradas muchas mujeres, que las unas se metían allí por devoción, otras por enfermedades y otras por guardar clausura y recogimiento, hasta que las sacasen de allí con la orden del Ynga. Estas se trasquilaban para diferenciarse de las otras, y su oficio era hilar algodón y lana y plumería, y tejer mantas para los ídolos y para si, y barrían el templo, y en las procesiones iban con los hechiceros: ellos en una hilera, ellas en otra; comían juntas, y el Ynga las sustentaba de sus depósitos, y si alguna hablaba o se reía con algún indio, era castigada, y si se juntaba con él, entrambos morían, y tenían por infalible que, si perdían allí su virginidad, se les habían de pudrir las carnes. Dicen que a este valle y asiento le llamaban Huarco por la mucha gente que en él ahorcaban. Otros quieren sacar el nombre, de que, preguntando un capitán al Marqués Pizarro cómo se llamaba la moneda de que usaban y gastaban, le respondió que se llamaba patagón o peso, y el capitán le dijo que en su lengua se diría huarco, y esto fue en este asiento, y se le quedó este nombre. El de Cañete le dio don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete que la pobló.
Cógese en este valle infinito trigo, y se come regaladísimo pan, tanto que anda un refrán que dice: "en Cañete, toma pan y vete". Hay muchas frutas, y es pueblo abundoso, y la gente y vecinos dél se sustentan de las labranzas. Tiene dos conventos: uno de San Francisco y otro de San Agustín.
Adelante, corriendo la costa, está Lunaguana, pueblo de indios que antiguamente fueron riquísimos, y hoy su iglesia esta muy adornada de ornamentos, y hay un cáliz de oro fino, que no le tiene ninguna de españoles ni de indios en el Reino.
Luego está Chincha, donde hay, convento de religiosos predicadores, con su puerto, y tras ello el puerto de Pisco, que está de Lima treinta y cinco leguas, donde hay muchas viñas y se va por momentos poblando porque, como es puerto de mar y todo el vino que de Yca se trae se embarca allí, no hay año que no salgan dél más de sesenta o setenta navíos cargados de vino para los Reyes, y, así hay en él mucha contratación y gente. Tiene un convento de religiosos descalzos franciscos.
Doce leguas la tierra adentro, está la villa de Valverde, en el valle de Yca. Este nombre dicen los indios se lo dio el famoso Tupa Ynga Yupanqui en esta manera: que volviendo de Pachacamac de hacer ciertos sacrificios, paró en él y habló con un indio hechicero, natural del valle, y le mandó fuese a Pachacamac a asistir en los sacrificios, y el hechicero le dijo al Ynga que le diese unas señas, como acá usamos, para el Pontífice que tenía a su cargo el templo, para que viese y le constase que por su mandado iba a la asistencia y servicio de la huaca. Entonces Tupa Ynga le respondió: "y, ca", que quiere decir: sí, toma; y le dio un champi o porra suya, y por esta memoria se le quedó al valle el nombre de Yca, y los españoles, por la verdura ordinaria que hay en él, le llamaron Valverde.
Está puesto en un arenal ardentísimo rodeado por todas partes de unos árboles que llaman huarangos y nosotros algarrobales y, aunque a mediodía el sol abrasa, con todo eso traen un refrán los dél que dicen que tiene buenas mañanas, buenas tardes, buen vino, buena agua, porque es regalada y delgada, buenas uvas y buenos higos, y en todo refieren la verdad. Cojeránse en el valle y sus contornos más de doscientas mil arrobas de vino, y ésa es su contratación y, por ello, les entra cada año mucho dinero de fuera, porque se saca para la Ciudad de los Reyes, y de allí para Quito, para México, para los valles de Trujillo, y por la sierra para Guamanga, Huancavélica, Choclococha y el Cuzco. Has, hombres muy ricos en haciendas, y es pueblo muy regalado de frutas, y especialmente los melones son en él de disforme grandeza y lindo sabor y gusto. El vino para Lima se saca en recuas hasta el puerto de Pisco, que por aquellos arenales no cesan de ir y venir. El río es en el estío muy caudaloso y hondo, aunque no tiene corriente por correr por arenales. En el invierno de los Llanos se seca y va por él muy poca agua, pero ésa dulce, sabrosa y saludable. Fuera de la iglesia mayor, dedicada a San Gerónimo, hay tres conventos: uno de religiosos franciscos, de obra de ladrillo muy costosa, otro de San Agustín y otro de Nuestra Señora de las Mercedes.
En medio de Yca y el puerto de Pisco, están las hoyas, que dicen de Villacuri, tan hondas que un hombre a caballo y con una lanza alta en la mano no se echará de ver, si no se llegan a la boca; y son tan grandes y anchas, que hay en cada una de ellas una viña muy extendida, y donde se cogen muchas arrobas de vino, y las uvas gruesas como aceitunas gordales y más.
En este valle de Yca tienen los indios sus viñas, de donde cogen mucho vino, de que les sucede, las más veces, la muerte, por beberlo con desorden, y sin que esté en perfección de vino, sino a medio cocer, de que les resultan flujos de vientre y otras enfermedades que los acaban y consumen.