Comentario
Capítulo XXX
Que trata cómo fue el general Pedro de Valdivia con sesenta hombres a un fuerte donde estaba el cacique Michimalongo
Andando el general y los españoles trazando su ciudad y entendiendo en las cosas que más convenía para el remedio de su vida, mandó a todas partes mensajeros [a] avisar a todos los señores de toda la tierra. Y vino toda la mayor parte de todos los comarcanos, que no restaban por venir sino Michimalongo.
Hizo luego el general mensajeros a hacerles saber que viniesen, como los demás caciques habían venido, y que sería tratada su persona y tierra y gente como de señor, pues lo era, con tanto que le viniese a dar la obediencia y sirviese a Su Majestad y a los cristianos.
La respuesta que dio y envió fue que no quería venir, que antes tenía voluntad y propósito de matar a todos los señores que habían venido a le dar la obediencia, y que él estaba en parte tan segura que no tenía miedo a los cristianos ni a otros muchos más, y que de allí donde estaba era parte para ofendernos y matar a todos cuantos cristianos estábamos y los indios que de paz estaban. Y puesto que las amenazas eran demasiadas, no dejaban los indios amigos que de paz habían venido, de traer sin temor de Michimalongo ovejas y maíz y pescado y palomas y perdices y otras cosas, de suerte que a nadie faltó.
Viendo el general la contumacia y soberbia y graves amenazas de Michimalongo, y conocido que así como amenazaba a los cristianos, amenazaría a los indios que de paz habían venido, y junto con esto, consideró que este cacique Michimalongo era uno de los mayores señores de esta tierra y más belicoso y de todos naturales más temido. Vistas y bien pensadas todas aquestas particularidades y el fin que había de tener, acordó salir pasados tres meses después de la fundación de la ciudad, dejando como dejó en ella el recaudo que convenía.
Llegado al valle de Anconcagua doce leguas de la ciudad, antes que entrase en el valle, supo su venida Michimalongo en donde estaba con su gente de guerra. Como hombre guerrero y astuto en la guerra tenía un fuerte hecho estrañamente ordenado en esta forma, como no de otras naciones lo acostumbran hacer en esta tierra: los algarrobos son árboles grandes en esta tierra y de grandes y gruesas púas, son tan largas como clavos de medio tillado y recias y muy espesas. De estas ramas y árboles tenía este cacique hecho un fuerte tan fuerte que era tan aparejado para ofender como para defender, principalmente a gente de a caballo. Estaba tan tejido y tan gruesa que parecía muralla. Y aquella trinchera iba por la delantera de este fuerte. De una parte tenía una loma alta y por el otro lado tenía un gran cerro de muy grandes peñascos, y por la falda corría un pequeño río montuoso. Y en este compás que había entre estos dos cerros era llano y aquí estaban los indios de guerra con sus hijos y mujeres. Y casi estos dos cerros se juntan con la cordillera nevada, y venían abajo ensanchando donde dijo que estaba la trinchera, la cual estaba de la una punta del cerro a la otra que casi estaba derecho y a partes convinientes hechas troneras para flechar y para salir por ellas. Ansí como el general llegó junto a él lo anduvo mirando, admirándose de ver tan fuerte sitio y peligroso para combatir.