Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Capítulo XLIII


Que trata del suceso que a los seis de a caballo que al Pirú iban les sucedió en el camino

Caminando estos seis compañeros llevando por caudillo [a] Alonso de Monrroy, por sus jornadas. No muy seguros de los indios que en cada valle topaban. De esta manera llegaron al valle de Copiapó, y entrando en él fueron a una chácara a tomar comida para luego pasar adelante. Ya tenía cada uno su carga de maíz cogida y a las ancas del caballo puestas para proseguir su viaje, y esto hacían temiéndose de los naturales, y estando en esto que se querían salir de la chácara, vinieron a ellos dos capitanes indios del valle, que el uno se llamaba Cateo y el otro Ulpar, y traían consigo cincuenta indios de guerra. Luego los españoles se apercebieron. En esto dijo el un capitán Cateo que no venía a pelear, sino que los enviaba a llamar un cristiano que a la sazón en el valle estaba. Y este cristiano que estaba en el valle era de ocho que vinieron tras del general y mataron a los siete, y éste le dejaron los indios. Esto hicieron estos indios por asegurallos.

Visto por el capitán Alonso de Monrroy lo que los indios decían, les preguntó que dónde estaba aquel cristiano, y le dijeron que allí junto estaba. Y mandó el capitán que cabalgasen aquellos capitanes indios a las ancas de dos de ellos y que fuesen a ver si era verdad lo que decían. Y ellos cabalgaron luego con apercibimiento que les dio a los que los llevaban, que si en algo los hallasen mentirosos, les diesen de puñaladas, cada uno al que llevaba, y luego que diesen en los demás indios.

Caminaron obra de media legua donde hallaron el español que les habían dicho. Y llegados que llegaron, salió el español a ellos llorando de placer de ver españoles, que había nueve meses que estaba allí en poder de indios. Y abrazáronle todos y se holgaron con él, y le preguntaron por los caciques. Y les dijo que estaban seis leguas de allí huidos, pensando que venían más españoles, porque ya tenía noticia de como venían. En lo cual les dijo este español que le enviasen un caballo y mensajero al cacique, que no deseaba sino ver un capitán para salirle de paz, el cual le envió al capitán Alonso de Monrroy, y quedaron allí por aquella noche.

Otro día siguiente en la tarde vieron venir toda la gente del valle a punto de guerra, y el cacique Aldequín encima del caballo que le habían enviado. Visto por el capitán Alonso de Monrroy como venían los indios, dijo al español que hallaron allí:

"Mucha gente es ésta para venir a servir y de paz, y vienen a punto de guerra".

Respondió Gasco, que así se llamaba aquel español:

"Es usanza que tienen entre ellos, que aunque vayan a la chácara, cuando van hacer las sementeras, van con sus armas en las manos. Sálgale vuestra merced a recebir".

Tanto le importunó que salió el capitán y otro compañero, avisando a los demás que estuviesen a punto. Llegando a donde venía el cacique en medio de su gente, se quitó el arco de las manos como vido Alonso de Monrroy y diolo a un paje, y saludóle conforme a su usanza. Y de esta manera se fueron todos a una ramada y casa grande que era de aquel señor, y allí se asentaron. Y luego mandó traer de comer para los españoles, y empezó a desculparse con el capitán Alonso de Monrroy, que si hasta allí había hecho guerra y muerto cristianos, que no tenía él culpa, sino otro señor que arriba en el mismo valle estaba.

Estuvieron aquel día y la noche los españoles, y retrujéronse a su dormida, aunque en toda la noche no durmieron sueño ni se apearon de los caballos, velando por sus cuartos. Venida la mañana dijeron que se querían ir otro día siguiente, y entre ellos estaba concertado de seguir aquella noche su camino y dejar aquella gente, si no fuera por aquel español que allí estaba, que les dijo tanto que los aseguró. Y visto los indios su determinación, dijeron que les querían hacer una ramada para en que estuviesen, y esto fue para ellos tener entrada entre ellos y efectuar su intención. Y haciendo aquesta ramada, en achaque de traer recaudo, traían sus armas secretamente debajo de sus mantas. Dieron en los españoles por todas partes de tal manera que luego mataron los cuatro españoles.

Visto por el capitán Alonso de Monrroy, él y otro compañero cabalgaron y dieron dos y tres vueltas rompiendo por todos los indios. Y visto que no tenían remedio ni eran parte para tanta gente, salieron de entre ellos y tomaron su viaje, y se metieron por el despoblado, aunque llevaban los caballos bien heridos y ellos bien fatigados de sed y heridos.

Salió del valle detrás de ellos el capitán que se decía Cateo, y ellos con todo su trabajo revolvían sobre los indios y aún les daban en qué entender. Y como no llevaban lanzas no eran parte para ellos, y los siguieron una legua, y como los indios vieron que se defendían, se volvieron al valle, y los dos españoles siguieron su camino y anduvieron tres días que no atinaron con el camino real, y como les fatigaba la sed y hambre y los caballos fatigados, no tenían remedio sino el de Dios, y volver donde habían salido.

Y visto por el cacique que los indios se habían vuelto sin llevar las cabezas de aquellos dos españoles, mandó a este mesmo capitán que se apercebiese con sesenta indios y que llevasen comida y agua, y que no volviesen sin traer las cabezas de aquellos españoles, y que les siguiesen hasta Atacama.

Y estando estos dos españoles para volver, se llegó este capitán a ellos con su gente, y visto por los españoles los indios, con todo su trabajo querían más morir peleando que no darse. Visto por el capitán indio que los dos españoles se venían para ellos para defenderse, les dijo en lengua del Cuzco:

"Ama raca -que quiere decir, esperaos que os quiero hablar primero- A mí me ha mandado Aldequín que os lleve vivos allá y que no tengáis miedo, que como tiene vivo aquel cristiano que hallastes en el valle, que así lo hará con vosotros".

El capitán Monrroy, visto que ya tenían habla con los indios, preguntóle que si traían agua que le diesen a beber y que luego los matase si quisiese. Dijo el capitán indio que él traía allí una poca de agua, mas que primero que la diese le habían de dar las armas. Y visto el capitán Monrroy el partido dijo que le placía y: "hela aquí la espada", y con la otra mano tomó el vaso del agua el capitán Monrroy, y otro tanto hizo el otro que venía con él. Y desque hubieron bebido, les juró el capitán indio que no les querían matar sino llevarlos vivos a su señor. Y así se fueron con él. Y en el camino tardaron cuatro días, y en la mitad de esta jornada toparon otro capitán con otros sesenta indios que venían en su busca.

A la entrada del valle les dijo el capitán indio:

"Cristianos, la usanza de esta tierra es que cualquiera prisionero que entre en él, son obligados los capitanes que te traen a meterles las manos atadas y sogas a la garganta", y ansí se las ataron y llevaron al cacique.