Comentario
Capítulo XLIV
Que trata de cómo llevaron a estos dos españoles al valle y de lo que los indios usaron y la maña que tuvieron para escaparse
Llegados que fueron a la entrada del valle, como dicho habemos, les ataron las manos y les echaron sogas a las gargantas. Ya los señores sabían como los llevaban presos, y ansí estaba toda la gente del valle junta esperándolos. Y de placer que tenían de cómo los llevaban, se emboscaron doscientos indios con sus capitanes y su orden muy buena, y los que traían a los cristianos también la traían. Y al tiempo que llegaron, salieron éstos de la emboscada para quererles quitar la presa, y los que lo llevaban por defenderlo, trabaron una escaramuza que era cosa de ver, aunque los españoles no lo tenían a buena señal. Y con esta escaramuza y regocijo los llevaron hasta donde estaban los señores y los presentaron ante ellos, y ellos hicieron su acatamiento a usanza de los indios, por aviso que les dio aquel español que allí estaba con ellos, y que les besasen los pies, y así lo hicieron.
Y presentados ante ellos les volvieron los rostros hacia el oriente, mirando al sol. Y luego salió un indio vestido como un clérigo, éstos están dedicados para aquel efecto, con una hacha en las manos, y se puso hacia el sol haciendo un parlamento en su lengua y adorándole y dándole gracias por la victoria que habían tenido. Y con aquella hacha amagaba a los dos españoles ciertas veces, como que les querían hender las cabezas. Y hechas estas cerimonias, les volvieron los rostros al señor y tornaron a hacer su reverencia. Y mandó que se asentasen como ellos lo acostumbraban, y luego les mandaron traer de comer, y lo mesmo a toda aquella gente que allí estaban.
Acabado de comer los españoles, se levantó una señora, hermana de Aldequín, a la cual tenían mucho respeto, y de lástima de ver a los españoles tan desfigurados y maltratados, tomó dos vasos del vino que ellos beben, y bebió ella el uno y dio el otro al capitán Monrroy, y lo mismo hizo al que estaba con él, porque esa ceremonia se hace entre ellos, que dando de beber semejante señora a cualquiera prisionero está cierto que no morirá por aquella vez.
Estuvieron en esta prisión tres meses, y en este tiempo los llevaron a quererlos sacrificar. Y el capitán Cateo, que es a quien ellos se dieron a prisión, siempre procuró de sustentarlos y favorecellos, como lo hizo, porque se lo prometió cuando a él se dieron. Y esta señora por su parte, era gran parte con el hermano Aldequín, y él mismo por contento de su hermana y de este capitán, excusaba por todas vías que no muriesen, mas de los otros señores eran perseguidos por las grandes quejas que venían de los valles atrás por donde habían pasado.
En este tiempo, visto los españoles que ya andaban con ellos de mala, determinaron de darse diligencia en cómo se irían. Ya en este tiempo los indios los dejaban cabalgar en los caballos y los tenían descuidados, y como se vieron con caballos pensaron su deliberación, y hubieron un cuchillo y unas tijeras, con lo cual tenían ordenado de matar a Aldequín, porque muerto este señor no tenían temor de los demás.
Y ansí con este acuerdo, viniendo un día de un pueblo que era cuatro leguas de donde solían estar, y viniendo por el camino Aldequín a caballo, luego los dos españoles determinaron de poner por obra lo que tenían concertado, y viniendo por este camino llegóse el uno al otro y prometieron de que muerto el señor, de ir y proseguir su viaje o en la demanda morir, y pedir el socorro en los reinos del Pirú al marqués don Francisco Pizarro porque iban, y llevar al otro español consigo, que fue parte de que a ellos les aconteciese aquella desgracia, por fiarse de él como de español.
Y viendo tiempo oportuno para efectuar su propósito, se allegaron, y el otro español iba delante, que no sabia nada del concierto, porque no le osaban dar parte. Y llegándose el capitán Alonso de Monrroy a Aldequín, con un cuchillo que llevaba le dio dos puñaladas, y visto, el otro su compañero arremetió a un indio para quitalle una espada que llevaba, que era de Aldequín, y se la quitó. Y como se vio con la espada, volvió [a] Aldequín, que iba huyendo con la rabia de la muerte, y diole una cuchillada que le derribó luego. Y aquí se rehacía otro señor que a la sazón estaba allí, que era del Guasco, con unos indios que tenía. Y visto los españoles que se ponían en arma, arremetió el uno a él y huyeron los indios.
Y el capitán Alonso de Monrroy se allegó al otro español, al cual halló muy triste de lo que habían hecho. Y el capitán le decía muchas cosas animándole que se fuese con ellos, porque ya no tenían remedio de quedar en el valle. Y respondióle:
"Pues ¿cómo, señor, esto así se había de hacer sin darme a mi parte? que agora no tenemos remedio para irnos tan larga jornada", que no tenían herraje, ni de comer para entrar en tan gran despoblado, y que se volviesen a Mapocho que era más cerca.
Y el capitán le respondió que su compañero tenía escondidos ochenta clavos de herrar y un martillo, y que él tenía cuatro herraduras que bastaban, porque él había de ir a lo que había de ir o morir en la demanda. Y estando ellos en esto, el otro español andando por el campo topó dos carneros que traían los indios cargados de bastimento. Y les tomó dos taleguillas de maíz y fuese donde estaba el capitán Monrroy con el otro español. Llegó a ellos y le dijo:
"¡Veis aquí donde traigo comida!" Y dio la una talega al español que había estado en aquella tierra, y con esto tomo ánimo, porque no le tenía.
Tomaron su camino según lo que tenían de pasar. Y los indios del valle de Copiapó tenían por guarda de los españoles tomados los caminos, y en el Chañaral toparon diez indios que habían de cumplir su guardia, que estaban quince y veinte días, y se remudaban en este tiempo. Y venían los indios cargados de sal, y como los indios lo vieron, dejaron las cargas y huyeron, barruntando el daño que habían hecho. Y corrieron tras de ellos y tomaron un indio, el cual les contó que ellos se iban y quedaban otros diez indios guardando que no se huyesen, y para dar aviso si del Pirú venían cristianos y que para este efecto habían estado allí.
Los españoles siguieron su viaje y a donde quedaban los otros diez indios, que era seis leguas de allí, pasaron de noche porque no fuesen sentidos. Y ansí llegaron a los reinos del Pirú con harto trabajo que pasaron de sed y hambre. Estuvieron tres meses en esta prisión, y no supo el general el suceso de ellos hasta que volvieron con el socorro. El compañero que escapó con Monrroy se decía Pedro de Miranda, natural de las montañas.