Comentario
Capítulo LVIII
Que trata de cómo envió el general Pedro de Valdivia un caudillo con doce compañeros a prender al cacique Cataloe que estaba en un fuerte
Andando este caudillo que se decía Pere Esteban, con sus doce compañeros solicitando lo que por su general le fue mandado y encargado, tuvo por nueva cómo el cacique Cataloe estaba bebiendo, como ellos lo traen de costumbre, en una borrachera solemne o banquete que a todos los indios hacía. Y estaban todos en una fuerza metidos en las cabezadas del valle de Limarí, que era suyo, en sitio de tierra que al parecer no podían por ella caminar. Y había hasta llegar al pucarán y fuerza muy malos pasos y en algunos gentes de guerra en guarnición. Y como el caudillo era animoso y fue bien informado, aunque llevaba poca gente, partió con sus doce compañeros una madrugada tres horas antes del día, y subió por unas peñas arriba con demasiado trabajo de ellos y de sus caballos. Llevaban por guía indios que tomaban, y no fueron a la puerta de la fortaleza porque tenían gran recaudo y el sitio era agro, y hacíalo más fuerte una quebrada profunda que cercana tenía, y si acaso por allí entraran, no dejara de recebir gran daño. Entraron por la parte más descuidada y más aparejada para dar combate, entre unas peñas muy grandes, y estaban los indios fuera de sospecha, y no entendían que los españoles irían allá sino por lo llano, prencipalmente con caballos. Y tenían que por las otras partes no podrían ir.
Caminaron con los caballos de diestro con gran peligro de ser despeñados, o por lo menos sacar los caballos mancos. Y estando para subir y hacer entrada para los caballos, unos indios que en un pico de sierra alta cercana estaban, viéronlos y dieron grandes voces y alaridos. Y como los indios de Cataloe estaban embriagados, con el ruido que ellos hacían, no oyeron las voces del aviso que tanto les convenía. De suerte que los españoles entraron en el fuerte hasta la plaza donde Cataloe y toda la gente estaba. Y como vieron que los españoles habían venido allí sin ser vistos de sus velas y centinelas, quedaron espantados, atónitos y turbados todos, y no tuvieron ánimo para tomar armas y defenderse. Pues viendo la obra de los españoles y ellos tornando un poco en sí, acordaron dejar el fuerte y esconderse cada uno por su parte por aquella quebrada y entre peñas. Y lo mesmo hicieron los que en guardia tenían la puerta, puesto que tenían gran cantidad de flechas. Todos huyeron y fueron muchos heridos y algunos muertos y el cacique preso.
Luego que esto se hizo, echaron fuego a las casas, que eran muchas, y se salieron y pasaron los malos pasos que había por la ladera. Dejaron ardiendo la entrada del fuerte y cierta parte de palenque que tenían hecho, porque lo demás la naturaleza lo tenía fortificado mejor que ellos lo pudieron hacer.
Allegados a lo llano, en parte segura pidieron los españoles al cacique Cataloe, que traían preso, que mandase venir a su gente de paz y que hiciesen casas en que estuviesen. Y estando aquí de asiento este caudillo con estos doce compañeros, preguntaba al cacique y a los demás indios que allí venían a servir si sabían nueva del capitán Monrroy, la cual negaban por tenello de costumbre de no decir verdad.
Andando en estos negocios estos doce españoles buscando alguna comida, porque no la tenían de sobra, acaso sucedió que una india dijo a un español cómo ella sabía dónde estaba enterrado en una cierta parte mucho maíz. Y sabido por el caudillo el secreto que la india había descubierto, fueron allá y sacaron de dos hoyos ochenta cargas de maíz, lo cual no tuvieron en poco por ser en el tiempo que era. Y traído al alojamiento, dio el caudillo lo que buenamente bastaba a cada uno, y todo lo demás mandó que el cacique Cataloe y el otro señor lo tomasen a su cargo y lo guardasen, y que cada y cuando que se les fuese pedido diesen cuenta de él. Hecha esta diligencia, se vino el caudillo y sus compañeros a la ciudad, y trajeron consigo presos al cacique Cataloe y al otro cacique.