Comentario
Capítulo LXXII
Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia llegó al puerto de la ciudad de los Reyes y de cómo se partió a la ligera a alcanzar el campo de Su Majestad
Como en el tiempo que el verano corre, y vienta a la contina el viento sur, y la navegación de los reinos de Chile y para de ellas venir a los del Pirú es a popa, y no es tan manso que con pocas velas no hace andar en breve espacio gran jornada, pues en catorce días allegó el general Valdivia en la nao en que vino hasta el Callao, puerto de la ciudad de los Reyes, el cual está de la ciudad dos leguas llanas.
Salido en tierra, dejó el navío al general de la mar que la armada tenía por Su Majestad, para que allí sirviese, y él se fuese a la ciudad con sus amigos, donde escribió al presidente Pedro de la Gasca, que iba marchando con el campo para el Cuzco, haciéndole saber de su venida y la voluntad y buena intención que traía, que era servir a su señoría en el cesáreo nombre de Su Majestad.
Suplicóle en su carta que se fuese deteniendo en las jornadas, porque no se detendría él en la ciudad de los Reyes más de diez días, que sería en reformarse de armas y caballos, él y los amigos que llevaba. Tardó el general en esto y en dar socorro a otros soldados que consigo llevó, que por falta de él se habían quedado, gastó en esto diez días, en lo que habemos dicho, sesenta mil pesos en oro.
Este término cumplido, salió el general con toda la gente que en los Reyes hizo. Y diose tanta prisa, caminando en un día tanto como el campo de Su Majestad en tres días. Y con esta buena diligencia alcanzó el felicísimo ejército de Su Majestad en el valle que se dice de Andaguailas, cincuenta leguas del Cuzco.
Y allegado fue del presidente muy bien recebido con toda la gente que consigo llevaba, teniéndole de parte de Su Majestad en muy señalado servicio el que había hecho en se disponer a tanto trabajo de su persona y gasto de su hacienda por venir a le servir en tal tiempo y en tal coyuntura. Y díjole el presidente que estimaba mucho su persona en tenella en su campo por la buena fama que de él tenía y por la gran experiencia que tenía de la guerra. A lo cual el general Valdivia le agradeció y ofreció de nuevo a servir tan fiel y enteramente como sus obras lo demostrarían, a las cuales se remitía, dando al tiempo por testigo y personas por fiador. Luego mandó el presidente alojar al general Valdivia.
Otro día siguiente mandó el presidente que todo el ejército se ajuntase, donde él hizo una habla general a todos. Hizo traspaso en el general Valdivia de toda la autoridad que el presidente tenía de Su Majestad para en los casos y cosas de la guerra y a ella tocantes, y le encargó todo el ejército de Su Majestad, y le puso bajo de su mano y protección, pidiendo por merced el presidente a todos aquellos caballeros, capitanes y gente de guerra, de su parte y de la de Su Majestad, mandándoles primeramente obedeciesen al coronel Pedro de Valdivia en todo lo que les mandase acerca de la guerra, y cumpliesen sus mandamientos, "tan bien y tan enteramente como cumpliréis y habéis cumplido los míos, porque haciéndolo así, hacéis, señores, no pequeño servicio a Su Majestad". Y respondió a esto todo el ejército que lo harían.
Hecho esto dijo el presidente, vuelto el rostro al general Valdivia, que le daba aquella autoridad y le encargaba la honra de Su Majestad, como a persona de quien tenía información de su prudencia y experiencia, y largo curso que tenía de las cosas de la guerra y ejercicio militar.
Luego el general y coronel se humilló y pidió la mano al presidente de parte de Su Majestad, y le respondió que él tomaba el servicio y cesárea honra de Su Majestad y su real autoridad a su cargo y sobre su persona, la cual emplearía en lo dicho y en defensa de Su Majestad con toda aquella diligencia y plática que tenía de las cosas de la guerra, hasta vencer o perder la vida. Y juntamente con esto tenía tanta esperanza y confianza en Dios nuestro Señor y en la buena ventura de Su Majestad, [que] viendo tan justa causa como defendía, entendía salir con la empresa de gente y volver toda la tierra del Pirú debajo de la obediencia y vasallaje de Su Majestad, como lo estaba antes de la rebelión de Gonzalo Pizarro. Y que a él y a los que le seguían y ayudaban a seguir tan grave y pesada opinión destruiríalos, matando los unos y prendiendo los demás, para que conforme a sus desméritos fuesen justiciados y castigados.
Oído esto por el presidente y por todo el ejército se holgó y regocijó mucho, y todos aquellos caballeros y capitanes del felicísimo ejercito lo mostraron en venirle hablar.