Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Capítulo LXXXIII


Que trata de la salida del gobernador Pedro de Valdivia de la ciudad de los Reyes última vez y de lo que en su jornada por tierra y mar le sucedió hasta llegar al puerto de Valparaíso

Dada por el presidente la licencia al gobernador, le rogó que se fuese con toda brevedad, y que allegado que fuese al valle de Arica, se embarcase porque la gente de guerra eran de condición que siempre procuraba hacer cosas enojosas.

Cumpliendo el gobernador su mandato, se partió con diez compañeros y allegó a la villa de Arequipa, víspera de Pascua de Navidad, donde estuvo descansando la Pascua, para seguir su jornada con la gente que se allegó. Fue aquel día impedido el gobernador de una enfermedad, a causa de los trabajos pasados de la guerra y largo camino. Fue Dios servido en breves días darle salud, y con el deseo que tenía de no dar pesadumbre con su gente a ninguna persona, acordó de salir, aunque no reformado de salud.

Y luego que allegó al valle de Tacana, donde había dejado su casa, fue tan bien recebido como era deseado. Y luego se partió y caminó aquellas siete leguas que hay hasta el puerto de Arica, donde estaba el galeón que a cargo tenía Gerónimo de Alderete. Y entendiendo el gobernador que el presidente deseaba mucho verle salido del reino del Pirú, a él y aquella gente de guerra que para esta gobernación venía, por darle el gobernador aquel contento al presidente y reconociendo que en ello hacía servicio a Su Majestad, luego que fue allegado al puerto de Arica, se embarcó con la gente que en él había de ir. Y mandó hacer la vela, despachando a su maestre de campo Pedro de Villagran por tierra con cuarenta hombres y ciento y veinte caballos. La gente que el navío llevaba serían ciento y cincuenta, los cuales convenían más ir por mar que por la tierra.

Recontar los trabajos de esta navegación sería proceso tan prolijo cuanto es la navegación, que como no corre en verano otro viento sino sur, navégase con muy gran trabajo. Y como es a la bolina muchas veces vuelven atrás, porque el viento norte no vienta en toda aquella tierra hasta que llegan [a] Atacama, y desde allí adelante vienta el viento norte y todos los más, cuanto más van subiendo al sur. Y lo que más sentía y más trabajo él tenía era la falta de agua y bastimento. Y con todos estos trabajos navegaba el gobernador por alta mar, y jamás consintió arribar a ningún puerto. Y ansí llegó al valle del Guasco.

Y como venían deseosos de salir a tierra y enojados de venir por la mar, mandó el gobernador al capitán Diego Oro fuese a la villa de la Serena a dar aviso de su venida, para que los vecinos proveyesen de alguna provisión que traía gran falta. Y salieron otros tres soldados con él y caminaron un día, y el segundo día se adelantaron los dos a traer refresco y cabalgadura para el capitán, y dijeron que si no volvían a dormir en la noche toda, que se escondiesen y se pusiesen en cobro, que por ser muertos no volverían. Esto dijeron a causa que en el valle del Guasco no había indio de paz, y sospechando estar la tierra alterada y los indios rebelados, y por no saber lo que había en la tierra. Y viendo el capitán Diego Oro que se tardaban y que no venían, acordó a esconderse con su compañero, y caminaba por el monte.

Salido este capitán con tres compañeros, se hizo el gobernador a la vela y se fue al puerto de la Serena, donde mandó salir un capitán con cincuenta hombres, y le mandó fuese a la Serena. Y yendo por el camino topaba cuartos de españoles empalados que los indios habían muerto de los dos que se adelantaron del capitán Diego Oro. Y visto por los españoles tuvieron por muerto al capitán, porque los conocieron. Y luego lo envió a hacer saber al gobernador, de lo cual recibió muy gran pena, y luego conoció el daño que había en la tierra. Y llegados los españoles al pueblo le vieron quemado y asolado. Visto por los indios salieron a ellos y estuvieron escaramuzando un rato. Y luego el gobernador envió otros cincuenta hombres arcabuceros con el capitán Gerónimo de Alderete y una carta, para que la enterrasen do era la iglesia junto a la pared, y que escribiesen con carbón en la pared cómo allí quedaba una carta, y que la sacasen e leyesen. Esta carta escribió el gobernador porque si acaso anduviesen españoles por allí, la viesen y supiesen su venida.

Visto por los indios el socorro, determinaron dejarlos e irse. Y visto esto se volvieron. Y junto al puerto, a dicha, un soldado disparó un arcabuz, el cual oyó el capitán Diego Oro que en él estaba escondido con su compañero, y salió a ellos. Y vistos por los españoles, se holgaron mucho, aunque desfigurados, que había tres días que no comían bocado. Y embarcados se hicieron a la vela. Y en aquella sazón andaba Francisco de Villagran con sesenta hombres castigando los indios de aquellos valles.

Y hecho a la vela el gobernador llegó a un puerto que se dice de Tintero, siete leguas de la casa de Quillota. E como venía fatigado de venir por la mar, salió a tierra con la más gente; mandó al capitán Diego Oro se fuese en el galeón al puerto de Valparaíso. El gobernador se fue a la casa de Quillota y estuvo allí tres días, y luego se fue al puerto de Valparaíso, donde halló el galeón.