Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Capítulo CXV


Que trata de la salida del gobernador don Pedro de Valdivia de la ciudad de la Concepción y de la desgracia que hubo

Vista la carta el gobernador que Diego Maldonado le había enviado, salió luego el mismo domingo a vísperas con treinta y seis hombres y fue a las minas que están cinco leguas de esta ciudad que se dice Quillacuay, donde estuvo ocho días, a causa de hacer un fuerte en que quedarse seguros los españoles que andaban con los indios sacando oro, que serían cincuenta españoles y más de doce mil indios.

Y estando en este asiento el gobernador, le llegó una carta de la casa de Puerén del caudillo que estaba en Tocapel, que todos siete españoles que estaban en la casa de Tocapel se habían escapado, aunque les habían muerto todo el servicio, y que en aquella casa de Puerén estaban dieciocho españoles que de la Imperial habían venido con otros ocho, y que habían venido sobre la casa diez mil indios, y que habían salido los españoles a ellos y los habían desbaratado.

Luego el gobernador respondió a la casa de Purén a Joan Gómez, vecino de la Imperial, que con la más gente que pudiese sacar, para el primer día de Pascua de Navidad entrase en Tocapel, porque para aquel día entraría él [a] juntarse con él, y que para este día estuviese apercebido, y que él se partía luego para la casa de Arauco. Y en esta casa estuvo dos días y se partió de ella, y dejó doce españoles y llevó cuarenta. Llegó a un pueblo que se dice Lebolebo, que es cuatro leguas de la casa de Arauco y tres de la de Tocapel, donde le dijeron los indios que estaban más de cincuenta mil indios esperándole. Aquí estuvo el viernes víspera de Pascua.

Y otro día sábado envió a Luis de Bobadilla, su caballerizo, con cinco soldados, y le mandó que fuese a la casa de Tocapel y que de vista de ella se volviese. Llegado el caudillo a vista de la casa, salieron los indios a los españoles, habiéndoles tomado los pasos. Mataron a este caudillo y cuatro españoles y se escapo uno, y fue donde estaba el gobernador y le contó el suceso, cómo había visto muy gran cantidad de indios. Esto escribió a la casa de Arauco, avisándoles que se guardasen a los que estaban en la casa.

Viendo el gobernador el suceso de aquel caudillo que había enviado y considerando que los indios estaban desvergonzados, cierto se volviera de aquí si no fuera por la carta que había enviado a Joan Gómez a Puerén, que entrase como dicho tengo. El gobernador estaba tres leguas de Tocapel, y que si él volvía a Arauco, que corrían peligro los españoles que entrasen con Joan Gómez, y que entrando él por allí y Joan Gómez por la otra parte, los indios se detendrían viendo entrar por dos partes, y juntos todos los españoles no serían parte los indios, porque él llevaba treinta y cinco hombres y Joan Gómez traía veinte, y como se juntasen en Tocapel, no se atreverían los indios, y que ya que les acometiese, no serían parte.

Hechas estas consideraciones con aquel ánimo que en semejantes tiempos no le faltaba, amaneció primero domingo de Pascua de Navidad y primer día del año de cincuenta y cuatro. Caminó, y por el camino tenían los indios puestos y echados las cabezas de los españoles que el día antes les habían muerto, y no poca lástima y pesar sentía el gobernador, y aún juntamente conocía la desvergüenza que los indios tenían. Y a hora de misa mayor llegó a una loma no muy alta, la cual está a vista de la casa de Tocapel, de quebradas y malos pasos y árboles, y a la abajada de esta loma corre un pequeño río.

Llegado el gobernador a la mitad de esta loma, que es más de una legua, y viendo los indios que ya tenían a los españoles en parte donde ellos se podían muy bien aprovechar de ellos, mejor que los españoles de ellos, salieron de donde estaban ocultos y escomenzaron a tocar sus trompetas, que es una manera de cornetas hechas de hueso, y a mosarse por todas partes. Y vistos por el gobernador, acaudilló sus españoles, animándolos como acostumbraba e dio en los indios y acometió con el ánimo que en semejantes casos solían acometer, e como la gente era mucha, cada vez que acometían les dejaban españoles a los indios. El gobernador por bajar a lo llano, los indios por defendérselo, pasaban trabajo los españoles, como eran pocos, y como el día iba entrando, el sol calentando, los caballos se les calmaban, los caballeros se cansaban, porque en esta tierra en este tiempo es la fuerza del verano y a medio día le faltaba al gobernador algunos españoles. Todavía peleaban con aquella confianza de ser socorridos, y como los enemigos cada hora eran más y salían de refresco, y el sitio no era como los caballos lo habían menester y la calor grande, y fatigados de todas estas cosas, puesto que muchas veces los desbarataban y los hacían meter en los montes.

Y viendo un mal indio que se decía Luataro, que servia al gobernador, que los indios se aflojaban, se pasó a ellos, diciéndoles que se animasen y que volviesen sobre los españoles, porque andaban cansados y los caballos no se podían menear. Acaudilló los indios y tomando una pica, eso comenzó a caminar hacia los españoles y los indios a seguirle.

Comenzaron a dar de nuevo sobre los españoles, siendo la causa este mal indio, y como los caballos estaban fatigados y los brazos de los españoles cansados, ya a hora de vísperas no se halló el gobernador ni tenía consigo más de nueve españoles, y éstos malheridos, y los caballos maltratados e todos los demás españoles muertos.

Y ya desconfiando del socorro que aguardaba, se determino de volverse a Arauco. Como le tenían tomado los pasos, llegó a un pueblo que se dice Pelmaiquén, que sería legua y media que había caminado. Y en esta legua y media le mataron los siete españoles. Y aquí fue el gobernador preso por los indios, que como llevaba el caballo malherido y de aquel día fatigado, le tomaron los indios. Y con un yacanona que allí se halló habló a los indios, y les decía que no le matasen, que bastaba el daño que habían hecho a sus españoles. Y ansí los indios estaban de diversos pareceres, que unos decían que lo matasen y otros que le diesen la vida, como es gente de tan ruin entendimiento, no conociendo ni entendiendo lo que hacían.

A esta sazón llegó un mal indio que se decía Teopolicán, que era señor de la parte de aquel pueblo, y dijo a los indios que qué hacían con el apo, que por qué no le mataban que:

"Muerto ése que manda a los españoles, fácilmente mataremos a los que quedan". Y diole con una lanza de las que dicho tengo y lo mató.

Y ansí pereció y acabó el venturoso gobernador, que hasta aquí cierto lo había sido en todo cuanto hasta este día emprendió y acometió. Y llevaron la cabeza a Tucapel e la pusieron en la puerta del señor prencipal en un palo, y otras dos cabezas con ella. Y teníanlas allí por grandeza, porque aquellos tres españoles habían sido los más valientes. Y contaban cosas del gobernador y de los dos españoles que habían hecho aquel día. Por no saber sus nombres no los pongo aquí, que cierto lo merecían según las hazañas que los indios decían de ellos.

No anduvieron las lanzas de los españoles aquel día tan perezosas, ni las espadas anduvieron tan botas de filos, que setecientos indios mataron. Y yo oí decir algunos indios que más. Y de esto me informé de yanaconas ladinos e indios que allí se hallaron y escaparon.