Comentario
CANTO OCTAVO
De la respuesta que dio don Iuan de Oñate, a la notificacion que se le hizo, y de la prudencia y discrecion, con que hablò a todo el campo, y fiestas que se hizieron de contento, y del generoso ofrecimiento de Iuan Guerra su teniente, y de otros trabajos que a estas fingidas alegrias sucedieron
Quien vio jamas señor en este mundo,
Caduco, fragil, debil, mouedizo,
Sin notable discordia, paz alegre,
Gustoso rato, sin tristeza amarga,
Manso sossiego, sin pauor terrible,
Y en fin noble bonança, y tiempo bueno,
Sin aspera tormenta, y gran borrasca,
O triste condicion de mundo breue,
Y corto entendimiento de mortales,
Si ciegos no conocen sus mudanças,
Sus Lunas, sus enrredos, sus traiciones,
Sus traças, sus palabras, sus reboços,
Tanto mas encubiertos quanto sienten,
Los pechos de los nobles mas cenzillos,
Auiendo pues la india con sus redes,
Persuadido al Virrey, porque alcançase,
La cedula Real que auemos dicho,
El pobre cauallero lastimado,
De aquel nueuo accidente, y ofendido,
Qual fuese con fortuna serle fuerça,
Sufrir al que nauega golfos brauos,
Assi con grande esfuerço y con paciencia,
Vn ancho venenoso mar beuiendo,
De mil amargas hieles enojosas,
Temeroso que todo se esparciese,
Con nouedad tan grande, y se acabase,
Por atajar el pasmo que costaua,
Mas de quinientos mil ducados largos,
Con toda diligencia quiso luego,
Acabar con don Lope le intimase,
Con el mayor secreto que pudiesse,
La voluntad Real, y el mandamiento,
Que por vuestro Virrey le fue embiado,
Pues haziendose assi, sin mas acuerdo,
Qual suele responder con grato fruto,
La fertil simentera bien labrada,
Aquellos dos escritos fue tomando,
Y con grande respecto qual si fueran,
Coronas principales de dos Reynos,
Rieron en su cabeça lebantados,
Y buelto en vn gran monte de paciencia,
Tocandoles los labios fue diziendo,
Que aunque por justas causas y razones,
Pudiera suplicar de aquel mandato,
Por los daños y grande inconueniente,
Que de perderse el campo se seguia,
Con todos sus pertrechos y bagajes,
Que tanta hazienda y sangre le costauan,
Que no queria hazerlo ni pensarlo,
Mas antes como leal vassallo vuestro,
Con suma reuerencia obedecia,
La cedula Real y mandamiento,
Segun que en ella, y el se contenian,
Y que el inouiolablemente guardaria,
Todo quanto alli se le ordenaua,
Sin que vna sola letra quebrantase,
Y como todas estas diligencias,
Con gran silencio fuessen acabadas,
Estaua todo el campo tan suspenso,
Quanto ansiosso por ver que contenia,
El buen despacho, y pliego, que el correo,
Con tan grande alegria auia traido,
Y para quitar duda y sospechas,
Qual suelen las castissimas auejas,
Que en sabroso licor vemos conuierten,
Aquello que es amargo y desabrido,
Assi salio don Iuan la boca dulze,
Diziendo à grandes vozes con contento,
Señores compañeros que hazemos,
Entremos, y à la entrada no durmamos,
Que à pesar de fortuna estamos todos,
Con notables ventajas despachados,
Oyendo los soldados esta nueua,
Qual suelen con aplauso dar gran grita,
Los verdes años todos reboçando,
Aquel sumo contento que nos muestran,
Al pretender de cathedras honrrosas,
Assi la soldadesca toda junta,
Vn alarido fuerte fue subiendo,
Y à fuer de caualleros hijos dalgo,
Vizarros, y galanes, se juntaron,
En gallardos cauallos animosos,
Y despues de vna gran carrera alegre,
Vna vistosa escaramuça hizieron,
Los mas famosos hombres de à cauallo,
Por el Maese de campo, y gran sargento,
Los dos valientes cuernos gouernados,
Entre los quales no con poco orgullo,
Vizarro el General aquella fiesta,
En vn brauo cauallo celebraua,
Y luego que cansados suspendieron,
El regozijo y gusto con descuido,
Qual aquel discretissimo Zineas,
Que por su gran prudencia valio tanto,
Como el valiente Pirro por la espada,
Assi don Iuan con rostro reportado,
Alegre, preuenido, y recatado,
Para mejor cubrir aquella herida,
Que tanto le afligia y lastimaua,
El cauallo enjaezado, y enfrenado,
Luego que se apeo le dio en albricias,
Pagandole al correo el buen despacho,
Y presta diligencia con que vino,
Por cuio hecho, y otros me parece,
Los Fauios, Cipiones, y Metellos,
Pompeio, Cilla, Mario, ni Locullos,
Y entre ellos Iulio Cesar, no mostraron,
En su tanto mas pecho à los trabajos,
Ni en ellos mas discretos anduuieron,
Que aqueste illustre y alto cauallero,
O discrecion sagaz que bien pareces,
Quando con buen auiso assi deslumbras,
La vista mas aguda, y tracendida,
Cerrando los caminos à las lenguas,
En cosas de importancia mal sufridas,
No de otra fuerte aquellos brauos Griegos,
A los diestros Troianos engañaron,
Quando el vello cauallo dentro en Troia,
Fue dellos todos juntos recebido,
Sabida pues la detención del campo,
Por Iuan Guerra de Ressa su teniente,
A quien con diligencia y gran secreto,
El mismo General quiso auisarle,
Por ser su deudo, y assi mismo dueño,
De toda aquesta causa lebantada,
Y vno de los vassallos importantes,
Que ciñen noble espada en vuestras Indias,
Cuios agudos filos à su costa,
Muchas fronteras grandes han guardado,
Que gran suma de plata os han valido,
Sin el colmo excessivo que os ofrecen,
De quintos sus haziendas cada vn año,
Pues como en bien gastar exercitado,
Estaua ya, y curtido en bien serbiros,
Aqueste franco y brauo cauallero,
Qual illustre Iacob por la belleza,
De la linda Rachel de nueuo quiso,
Assentar con Laban, y darle gusto,
Sin mirar los serbicios ya passados,
Assi escriuio à don Iuan con nueuos brios,
Que cien mil pesos largos le ofrecian,
De fruto cada vn año sus haziendas,
Ganados y adqueridos por su lança,
Que todos los gastase y consumiesse,
Mostrandose qual ambar oloroso,
Que quanto mas le afligen, y deshazen,
Mas es su viua fuerça y gran flagrancia,
Y que en manera alguna no mostrase,
La fuerça de su pecho vil flaqueza,
Porque el estaua alli que proueheria,
A todos los del campo, de las cosas,
Para poder valerse necessarias,
Y como el gran Ioseph quando preuino,
La gran fuerça de hambre que esperaua,
Preuinole con tiempo que guardase,
Todos los vastimentos que tuuiesse,
Y que en manera alguna los gastasen,
Por cuia justa causa agradezido,
Don Iuan le replicò con gran contento,
Haziendo mucha estima de su carta,
Respecto de ser hombre cuias obras,
Hizieron gran ventaja à sus palabras,
En cosas de importancia y de verguença,
Y assi luego por orden de don Lope,
Hizo alto con el campo en vnas minas,
De bastimentos faltas, montes y aguas,
Que llaman las del Casco, donde el Conde,
Despues de auer gran tiempo ya passado,
Mandò segunda vez que le intimasen,
La cedula Real, y mandamiento,
Para que con mas fuerça se abstuuiesse,
Y aquella noble entrada no intentase,
De que podia estar bien descuidado,
Por el grande respecto y reuerencia,
Con que don Iuan guardaua y acataua,
Las cosas de justicia, y sus ministros,
Y como suelen darse à los enfermos,
Algunas medicinas con que alibian,
La fuerça del dolor que los lastima,
Assi siempre el Virrey quiuso escriuirle,
Que no lleuase mal lo que ordenaua,
Porque aunque estaua cierto no haria,
Cosa con que manchase su persona,
Que sin mirar aquesto que entendiesse,
Que por sola obseruancia de justicia,
Mas que por otra cosa se mandaua,
Que aquellas diligencias se hiziessen,
Y que estuuiesse cierto se dolia,
De todos sus trabajos y disgustos,
Y assi cual los arroyos que de passo,
Refrescan sus Riberas, y lebantan,
Graciosas arboledas, y las visten,
De tembladoras hojas, y entretejen,
Diuersidad de flores olorosas,
Amenos prados, frescos deleitosos,
Y sombras apazibles agradables,
No de otra suerte el Conde de contino,
A nuestro General le entretenia,
Y qual si vn diamante fino fuera,
Cuia braua dureza empedernida,
No ay riguroso golpe desmandado,
Que sin violencia alguna no resista,
Assi fue resistiendo, y contrastando,
Las poderosas hondas lebantadas,
Contra cuia braueza siempre vimos,
Que regaladas cartas le embiaua,
Pidiendole con veras se animase,
En esforçar la gente ya cansada,
Y del mucho esperar desesperada,
Si queria gozar del buen sucesso,
Y dichoso remate de las cosas,
Que tan grandes trabajos le costauan,
Y que aunque no podia dar seguro,
Ni esperanças calientes de remedio,
Que el esperaua en Dios con gran firmeza,
Que vuestra Magestad seria serbido,
De tener en memoria sus trabajos,
Y que seria possible endererçarse,
La mal torzida suerte desgraciada,
Y con razon señor dixo torzida,
Porque como al principio con cuidado,
Con zelo de seruiros fue estoruando,
Quando quiso despues faborecernos,
Fue fuerça obedecer vuestro mandato,
Y assi viendo don Iuan que le era fuerça,
Auer de padecer aquel trabajo,
Qual ternissimo Padre lastimado,
Que à fuerça de dolor y de quebranto,
Passa la furia del trabajo amargo,
Que con violencia y fuerça le lastima,
De ver sus caros hijos afligidos,
Por vna y otra parte destrozados,
No de otra suerte el noble cauallero,
Miraua todo el campo destruido,
Tambien à su Perlado ya cansado,
Los pobres Religiosos mal parados,
La flaca soldadesca entretenida,
Con vno y otro engaño dilatado,
Y fuerça de palabras mal cumplidas,
La gente de seruicio y oficiales,
Los niños inocentes, y à sus madres,
Sugetos à viuir à campo auierto,
Como si fueran vestias sin abrigo,
Por los tendidos prados despoblados,
Miraua à su teniente, cuio pecho,
Despues de todo aquesto que hemos dicho,
Auiendo con valor y grande esfuerço,
Por tiempo de año y medio sustentado,
A todo aqueste campo por disiertos,
Y Paramos, que anduuo entretenido,
Como la grosedad de sus haziendas,
Estaua por mil partes derramada,
Viendo que se gastaua à manos llenas,
Por todo aqueste tiempo que hemos dicho,
Aqueste excesso vino à tanto extremo,
Que no se vio soldado conozido,
Que en viendo hazienda suya, no dixesse,
Esta hazienda es mia, y quando mucho,
Dezia nuestra, si eran dos aquellos,
Que dispensar querian de sus vienes,
Y como el tiempo todo lo deshaze,
Consume desbarata, y lo destruye,
Assi todos se fueron deshaziendo,
Por vna y otra parte derramando,
Viendo pues doña Eufemia, vna señora,
De singular valor, y grande esfuerço,
Muger del Real Alferez Peñalosa,
Hermosa por extremo, y por extremo,
De bello, lindo, y claro entendimiento,
Que todos los del campo ya cansados,
Con tanta dilacion se despedian,
Y que otros assimismo se ausentauan,
Por no poder sufrir tan gran trabajo,
Qual aquella gallarda y noble dama,
Que en medio de la cuesta memorable,
De aquel soberuio Arauco no domado,
El poco esfuerço, y triste cobardia,
De toda vna Ciudad auergonçaua,
Assi esta gran matrona à grandes vozes,
Dentro la plaça de armas fue diziendo,
Nobleza de soldados descuidados,
Dezidme en que estimais el noble punto,
De aquellos coraçones que mostrastes,
Quando à tan dura guerra os ofrecistes,
Dandonos à entender ser todo poco,
Para harta la fuerça y excelencia,
De vuestros brauos animos gallardos,
Si agora sin empacho y sin verguença,
Qual si fueradeis hembras vais boluiendo,
A cosa tan honrrosa las espaldas,
Que cuenta es la que dais siendo varones,
Desto que à vuestro cargo aueis tomado,
Si todo lo dexais en estas tocas,
Que de ver tal vageza, y tal afrenta,
Afrentadas las siento ya caidas,
Llenas de deshonor y corrimiento,
De ver en Españoles tal intento,
Quando todo se pierda, y todo falte,
A de faltarnos tierra bien tendida,
Y vn apazible Rio caudaloso,
Donde vna gran Ciudad edifiquemos,
A imitacion y exemplo de otros muchos,
Que assi su fama y nombre eternizaron,
Donde podemos yr que mas valgamos,
Frenad el passo, no querais mancharos,
Con mancha tan infame qual es fuerça,
Que sobre todos vuestros hijos venga,
Algo importò aquesto que les dixo,
Aquesta noble dama generosa,
Mas como pocas vezes el esfuerço,
En flacos coraçones se detiene,
Qual flaco gusanillo que royendo,
Vn poderoso, gruesso, y alto pino,
Que al suelo le derriba, y hecho astillas,
En mil pedazos roto alli le dexa,
Assi saltos de fuerças ya rendidos,
Todos el noble campo despoblaron,
Mas qual aquella naue poderosa,
Que fue del gran dilubio combatida,
Que tanto mas fue siempre lebantada,
Quanto mas viuas aguas la embistieron,
Al fin como primera que en el mundo,
Se vido nauegar por aguas brauas,
Assi el Gouernador mostraua siempre,
A todos sus quebrantos tanto pecho,
Quanto mas los trabajos se esforçaron,
Estando pues el campo ya deshecho,
Fue fuerça que don Lope le tomase,
Visita general, en cuio tiempo,
El General se supo dar tal maña,
Y Iuan Guerra de Ressa su teniente,
Que hechando de sus fuerças todo el resto,
Sobraron diez mil pesos de buen oro,
De solos los pertrechos ofrecidos,
Con mas siete soldados de los hombres,
Que por concierto y pacto estaua puesto,
Que auia de poner en campo armados,
Cuia grandeza y sobra puso espanto,
A toda nueua España, porque auiendo,
Detenidose el campo tanto tiempo,
Era cossa dificil tal excesso,
Y assi Luys Nuñez Perez ayudado,
De don Fernando, y don Christoual luego,
Suplicaron al Conde despachase,
Aquesta entrada, pues don Iuan auia,
Con colmo tan grandioso, y lebantado,
La fuerça de su assiento ya cumplido,
Y como con cuidado el Conde estaua,
Aguardando el orden que de España,
Mandauan que tuuiesse en esta entrada,
No pudo ser possible que hiziesse,
Cosa que alli nos fuesse de importancia,
Y assi se fue segunda vez perdiendo,
El puesto deste campo reformado,
Por cuia causa el Conde siempre quiso,
Animarle con cartas, y esforçarle,
Pidiendo siempre no desfalleciese,
Porque seria possible que las cosas,
Se fuessen entablando de manera,
Que fin dichoso en todo se alcançase,
Y porque los cansados Religiosos,
De nueuo nueuas cosas nos ofrecen,
Sera bien nueua pluma aqui cortemos,
Y en nueuo canto todo lo cantemos.