Época: ReligiosidadPlenitud
Inicio: Año 1100
Fin: Año 1315

Antecedente:
La reacción eclesiática



Comentario

Hasta 1208, momento en el que la Iglesia se embarcó en una aventura sin retorno como fue la cruzada, los métodos utilizados fueron los tradicionales. Aparte de las condenas más o menos retóricas de los diversos sínodos, el Pontificado aplicó al catarismo los mismos remedios que estaban siendo utilizados con gran éxito por aquel entonces contra el valdismo.
El sistema de coloquios públicos fue el primer método y se inició con la conferencia de Lombers en 1165. En ella ambos bandos designaron a una serie de representantes encargados de defender sus argumentos y polemizar con los contrarios. Tras el debate, una comisión neutral de "iudices electi" dictó una resolución sin valor ejecutivo. Sin embargo el sistema de conferencias demostró una completa ineficacia para el catarismo, pues a menudo tanto el público como los jueces simpatizaban con la herejía. Las reuniones de Carcasona, Servian, Montreal, etc., entre 1165 y 1207 se convirtieron pronto en un mero dialogo de sordos.

El otro método, especialmente auspiciado por Inocencio III (1198-1216), consistió en el envío de clérigos, por lo general cistercienses (aunque también participaron los futuros dominicos, con santo Domingo a la cabeza), encargados de desarrollar una activa campana de predicación. Fruto de sus desvelos fueron gran número de obras polémicas, interesantes doctrinalmente hablando, aunque desde el punto de vista práctico tan poco efectivas como los coloquios.

Resulta imposible saber si estos métodos a mitad de camino entre la catequesis y la admonición hubieran dado resultado a largo plazo. En cualquier caso, y aunque no se abandonasen totalmente hasta 1215, desde 1207 el recurso a la violencia apareció cada vez más como inevitable y los acontecimientos no harán sino confirmar esta sospecha.

Hasta entonces Inocencio III había apostado explícitamente por los medios pacíficos, lo que en parte obedecía a su directa experiencia con el catarismo italiano, mucho más abierto a los procedimientos dialécticos. Sin embargo, el asesinato del legado pontificio Pedro de Castelnau a manos de un vasallo de Raimundo VI de Toulouse, rompió el frágil equilibrio hasta entonces existente. Escandalizado, el Pontífice dictó la excomunión del conde de Toulouse y la cruzada contra sus territorios. De nada sirvieron las disculpas de Raimundo VI, dispuesto a hacer penitencia publica y a marchar como cruzado a Palestina. Aunque Felipe II Augusto de Francia vacilara, su poderosa nobleza, ávida de botín y de feudos, motivada por un celo fanático que pronto se traduciría en sangre, se lanzó en masa contra el Midi.

Casi desde el primer momento los intereses políticos y económicos de los cruzados desvirtuaron su teórica misión religiosa. Aunque integrada por contingentes internacionales y bajo dirección eclesiástica en la figura de los legados pontificios, la cruzada antialbigense fue sobre todo una empresa de la nobleza de Francia, encabezada por Simón de Montfort. La crueldad de los cruzados, reconocida sin ambages por los cronistas coetáneos, derivó pronto en un conflicto internacional al activar los lazos feudales existentes a ambos lados del Pirineo. La entrada en escena del ferviente católico Pedro II de Aragón, demostró hasta que punto los objetivos originarios de la cruzada se habían olvidado. Su derrota y muerte en Mevre (1213) sentenció en cualquier caso desde el punto de vista político, no sólo a la herejía sino también la tradicional expansión catalana allende el Pirineo. En adelante Occitania debería bascular hacia la órbita de los soberanos capetos.

La ocupación del territorio cátaro por los ejércitos nobiliarios franceses no se correspondía sin embargo con los teóricos objetivos de la cruzada. Jurídicamente hablando, los feudos ocupados dependían ahora de Roma, que ejercía la soberanía en nombre de Cristo en virtud del poder de las llaves. Esta disparidad entre teoría y práctica fue subsanada mediante la cesión de los territorios conquistados a la nobleza francesa. En 1215, el IV Concilio de Letrán, tras condenar universalmente a la herejía y otorgar a los participantes en la cruzada antialbigense idénticos privilegios que los concedidos a los que se dirigían a Tierra Santa, privó de manera definitiva a Raimundo VI de sus antiguas posesiones. Estas pasaban ahora a los hombres de Simón de Montfort, que recibía personalmente Toulouse y Montauban, restando sólo para el hijo del conde depuesto el territorio de Provenza si demostraba ser fiel a la ortodoxia. Los años que siguieron a la asamblea lateranense asistieron a la puesta en práctica de estos acuerdos, al tiempo que los cruzados alcanzaban sus últimos objetivos militares. A partir de 1216 el ejercito de Simón de Montfort tomó al asalto diversas castellanías, cercando al fin Toulouse en 1218. Al morir aquí el de Montfort, la dirección de la cruzada pasó por mediación pontificia a los reyes de Francia, que culminaron las campañas en 1229 con un rotundo éxito. Ese mismo año, por el tratado de Meaux-París, la practica totalidad del Midi revirtió a Francia, poniéndose así fin a su vieja autonomía. El año 1229 fue también de la creación de la Universidad de Toulouse y del establecimiento en Occitania de tribunales inquisitoriales. Ambas instituciones, surgidas por decisión pontificia, estaban destinadas a extirpar en adelante cualquier rescoldo de herejía.