Época: Renacimientocultural
Inicio: Año 1079
Fin: Año 1142

Antecedente:
Renacimiento cultural del siglo XII



Comentario

Aunque contemporáneo de la mayoría de los autores de las escuelas de Chartres y San Víctor, Pedro Abelardo (1079-1142) merece ser considerado aparte como la figura prototípica del intelectual del siglo XII. Su vida, que se desarrolló enteramente en los medios culturales urbanos, es relativamente bien conocida gracias a sus abundantes cartas y a su propia autobiografía -Historia de mis calamidades-, obra pionera en su género y muestra de la clara conciencia que él mismo tenía de su innovadora profesión. Discípulo de Guillermo de Champeaux en París, ciudad en donde ejerció como maestro entre 1108-1121, cayó en desgracia a consecuencia de sus turbulentos y conocidos amores con Eloisa, viviendo refugiado durante algún tiempo en monasterios. De regreso a París y de nuevo en funciones docentes (1135-1139), contribuiría de manera decisiva a desarrollar el futuro método escolástico. Enfrentado a Anselmo de Laon y a san Bernardo, fue condenado en el concilio de Sens en 1140, debiendo acudir de nuevo a la protección monástica. Acogido por Pedro el Venerable, moriría en Cluny poco después.
Aunque acusado de irreligioso y librepensador en la época, lo que motivó su condena, se mantuvo siempre fiel al catolicismo. En realidad, si chocó con sus contemporáneos fue por aplicar con todo rigor a la fe el método lógico, que conocía a la perfección. Así, en sus obras "De unitate et trinitate divina" y "Theologia cristiana", condenadas en Sens, y sobre todo en su "Sic et non", colección de testimonios bíblico-patrísticos aparentemente contradictorios conciliados mediante el recurso a la lógica, aunque molestando con ello a los círculos eclesiásticos.

Respecto a su perspectiva ética, estaba inspirada en el valor de la tolerancia, lo que sin duda también le acarreó numerosos problemas, ya que se atrevió a afirmar en su "Scito te ipsum" (1136-1138) que la moral no dependía tanto de la importancia de los pecados cuanto dc la intención del pecador, chocando así con la doctrina oficial, que afirmaba la existencia de un orden moral objetivo. En sus últimos años en Cluny volvió a manifestar su espíritu tolerante en su "Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano", en donde concebía la fe como un proceso evolutivo que, desde las verdades accesibles a cualquier individuo o creencia, podía llegar hasta el conocimiento de Jesucristo.

Mas la gran importancia de Abelardo reside en sus aportaciones a la lógica. Aunque sólo llegó a conocer las fuentes tradicionales o "Logica vetus", sus aportaciones permitieron independizar a esta disciplina de la metafísica, sentando así las bases del futuro sistema escolástico.

Hasta entonces la lógica había sido un procedimiento dialéctico aplicado al comentario de textos por el que se pretendía descubrir no tanto la certeza o el error de sus proposiciones cuanto las esencias subyacentes a los términos o palabras. Concepción en suma simbólica que había dado lugar a la polémica intelectual más importante del siglo XII: la querella de los universales.

El principal defensor de la postura llamada realista fue Guillermo de Champeaux, quien partiendo de una visión platonizante, sostenía que los universales (nombres de géneros o especies) encubrían realidades o esencias comunes a cualquier ejemplo individual. Por el contrario, para los "nominalistas", liderados por Roscelino de Compiegne (muerto en 1125), los universales eran sólo "nomina, flatu vocis", simples sonidos que no significaban absolutamente nada. Únicamente después del análisis de las individualidades cabía formular, por vía de semejanza, la construcción del universal. La aplicación de este método de trabajo al concepto de Trinidad podía conducir sin embargo a una conclusión absolutamente heterodoxa, al reducir a Dios a un simple vocablo sin valor real.

Discípulo de ambos maestros, Abelardo también rechazó sus respectivas posturas, afirmando en cambio un nominalismo moderado de base lógica, por el que los universales ni encubrían esencias ni eran simples sonidos, sino que implicaban realidades intelectivas, cognoscitivas. Aunque ciertamente existiera sólo lo concreto, también sólo partiendo de la abstracción se hacía posible la reflexión racional. Los universales no eran pues sino la función lógica atribuida a determinadas palabras. La tarea de la lógica se convertía así en fundamental, al ser la única disciplina que permitía adecuar el lenguaje al nivel de la abstracción, y por lo tanto al de la reflexión.