Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA MEXICANA

(C) Gonzalo Díaz Migoyo y Germán Vázquez Chamorro



Comentario

Antonio Valeriano, cuñado de Tezozomoc, plebeyo y gobernante de Tenochtitlan


De acuerdo con lo expuesto en la Crónica mexicayotl, el título de Tlatoani no pasaba de padre a hijo sino de hermano a hermano y de tío a sobrino41. La norma se solía respetar, aunque siempre había excepciones. En concreto, cuando un linaje local mostraba pocos deseos de colaborar con el imperio, los tenochcas lo abolían y nombraban un Cuauhtlatoani (literalmente, "Orador águila", es decir, un gobernador militar). El ejemplo más significativo lo ofrece Tlatelolco, la ciudad gemela de Tenochtitlan, regida por jefes militares desde que el bisabuelo de Don Hernando, Axayacatl, la conquistara en 1473.

Pues bien, los españoles utilizaron el mismo sistema. Tras la ejecución de Cuauhtemoc, acusado de traición por lo tlatelolcas, según Tezozomoc42, la parcialidad indígena de México estuvo en manos de cuauhtlatoque hasta que, en 1539, se restauró la dinastía legítima en la persona de Diego de Alvarado Huanitzin, nieto de Axayacatl, quinto Tlatoani de Tenochtitlan.

Huanitzin, sobrino de Motecuhzoma, fue muy probablemente educado por su tío, quien, tras casarle con su hija, le entregó el gobierno del señorío de Ecatepec, un territorio del Valle de México cuyo usufructo se disputaban las diferentes ramas del linaje gobernante de Tenochtitlan. Su íntima vinculación con el Tlatoani y su participación en la política despótica del mismo sin duda le enemistó con una gran parte de la nobleza, aunque le resultó beneficiosa a largo plazo, pues se convirtió en uno de los protegidos de Hernán Cortés.

Que esto es así, lo demuestra el hecho de que sólo Chimalpahin incluyó a Huanitzin en la lista de gobernantes capturados tras la caída de Tenochtitlan, si bien añadió a renglón seguido que el extremeño le liberó casi de inmediato, cosa que no hizo con el resto de los prisioneros43. Don Diego tampoco aparece entre los señores mexicanos que marcharon con el extremeño a Las Hibueras en calidad de rehenes, ni, según las crónicas, estuvo implicado en cuestiones de idolatría44.

La protección tuvo un precio: Ecatepec. Cortés, que se había reservado la encomienda del Señorío, lo cedió como dote a Leonor Moteczuma cuando ésta matrimonió con el español Cristóbal de Valderrama en 1527, aunque no ignoraba que sólo los Alvarado-Moteczuma tenían derecho a su usufructo45. Una decisión que pone sobre el tapete el fino olfato político de Don Hernán, ya que Leonor, hermanastra de Francisca, era el fruto de la unión del Tlatoani mexica con una de las hijas del Cihuacoatl Tlilpotonqui, quien heredó el cargo de su padre, el gran Tlacaelel46.

La cesión debió ser un duro golpe para Huanitzin, quien tendría que esperar algo más de una década para recobrar el rango que le correspondía por derecho de nacimiento. Tras su fallecimiento, acaecido en 1541, le sustituyó Diego de San Francisco Tehuetzquititzin, descendiente a su vez de Tizoc, hermano de Axayacatl. En buena lógica, la gobernación debería haber recaído a continuación en Luis de Santa María, nieto de Ahuitzotl, hermano de Axayacatl y Tizoc; sin embargo, pasó al hijo mayor de Huanitzin, Cristóbal de Guzmán Cecetzin. Santa María, apodado Nanacacipatzin ("el vendido", "el vende Patria"), sólo pudo ocupar el cargo después de la muerte de Cecetzin47.

Con Nanacacipatzin vino a concluir el gobierno de los hijos de los amados reyes de los Tenochcâ, en México Tenochtitlan, Atlìtic48. A partir de entonces serían los gramáticos los que regirán la ciudad con el título castellano de Juez Gobernador, o sea, plebeyos con educación superior. Para las autoridades hispanas, estos maceguales merecían el nombramiento por su preparación; para la nobleza indígena, eran usurpadores que se valieron de enlaces matrimoniales para apoderarse de un rango al que no tenían derecho.

En este contexto se sitúa la tragedia íntima de Don Hernando de Alvarado Tezozomoc. Cuando la tlatocayotl regresó a la rama de Huanitzin, ni él ni sus hermanos --suponiendo que vivieran-- pudieron disfrutar de ella; fue el plebeyo cuñado, Antonio Valeriano, que ni siquiera era tenochca, quien se hizo con el poder:

Inmediatamente, en este año mencionado [3-Casa, 1573] vino Don Antonio Valeriano, "Juez Gobernador" de Tenochtitlan, habitante de Atzcapotzalco, de quien ya se dijo que no era noble, sino tan sólo un sabio, que podía hablar en "latín"; era yerno del señor Don Diego Huanitzin49.

Y sólo porque podía hablar en "latín"; posibilidad que, por ironías del destino, le fue negada al muy noble aunque poco cultivado Hernando de Alvarado Tezozomoc50.

" Y Tlatelolco nunca nos lo quitará"

La Crónica mexicana responde, pues, a motivaciones muy concretas y sólo resulta inteligible examinada a la luz de las circunstancias vitales del autor. Desde esta perspectiva, lo primero que debe señalarse es que no persigue una finalidad utilitaria. A diferencia de la Historia general de las cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún --obra en la que Valeriano jugó un importante papel--, carecía de móviles evangelizadores. Tampoco parece que su redacción estuviese relacionada con algún pleito o disputa legal, pues se hizo mucho tiempo después de la sustitución de los gobernantes tradicionales por otros más cualificados.

Su único objetivo fue la preservación de la visión que la antigua oligarquía nativa tenía del pasado prehispánico. Que éste y no otro fue el propósito, lo corrobora de nuevo el mismo Tezozomoc en la Mexicayotl al exponer las razones que le impulsaron a tomar la pluma en 1609. Tras subrayar lo elevado de su estirpe y la credibilidad de sus informantes --todos tlaçopipiltin, "preciados nobles"--, consigna que transcribió los hechos tal cual:

lo vinieron a asentar en su relato, y nos lo vinieron a dibujar en sus "pergaminos" los viejos y viejas que eran nuestros abuelas, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, nuestros tatarabuelos, nuestras bisabuelas, nuestros antepasados51.

Y añade a renglón seguido que tomó la pluma para que las generaciones futuras no olvidaran las bizarras hazañas de los viejos, sometidas a un proceso de mistificación histórica por parte de los maceguales de la ciudad hermana de Tlatelolco:

Tlatelolco nunca nos lo quitará, porque no es en verdad legado suyo. Esta antigua relación y escrito admonitorios son efectivamente nuestro legado; por ello es que, al morir nosotros, lo legaremos a nuestra vez a nuestros hijos y nietos, a nuestra sangre y color, a nuestros descendientes, a fin de que también ellos por siempre lo guarden. Fijaos bien en esta relación de los ancianos que aquí queda asentada, vosotros que sois hijos nuestros, y vosotros todos que sois mexicanos, que sois tenochcas; aquí aprenderéis cómo principiara la referida gran población la "ciudad" de México Tenochtitlan, que está dentro del tular, del cañaveral, y en la que vivimos y nacimos nosotros los tenochas52.

Conservar la huehuetlahtolli, la antigua palabra, el discurso de los viejos, y transmitirlo a las generaciones futuras. El objetivo no puede ser más concreto e importante; tan importante que Tezozomoc, plenamente consciente del histórico papel que desempeña al transcribir ad litteram el recitado de los viejos y viejas, no titubea en mexicanizar las fórmulas jurídicas hispánicas, convirtiéndose de hecho, que no de derecho, en el letrado de la familia Huanitzin:

Y hoy en el año de 1609, yo mismo, Don Hernando de Alvarado Tezozomoc [...] precisamente yo mismo certifico y doy fe, en este mencionado año, de esta antigua herencia, de esta antigua amonestación, con la cual Dios nuestro señor me fortalece, la cual nos dejaran los nobles ancianos mexicanos a quienes arriba se nombrara, y a quienes perdonara y se llevara consigo Dios nuestro señor53.

Ni le tiembla la mano al personalizar en el Cihuacoatl Tlacaeleltzin ese canto a la nobleza de Tenochtitlan que es la Crónica mexicana. Una actitud inconcebible para un europeo, que habría preferido morir antes que loar las gestas del fundador de un linaje que arrebató al suyo las tierras patrimoniales. Pero, desde luego, perfectamente admisible para una mentalidad que daba la misma importancia a los bienes materiales que a los espirituales, y valoraba por igual recibir como herencia el usufructo de un poema o de un pedazo de suelo. Y Tezozomoc --él mismo lo indica y hay datos que lo corroboran--recibió como legado la antigua amonestación, incluyendo los hechos de Tlacaelel54.

Ahora bien, aunque el propósito de las crónicas Mexicana y Mexicayotl sea el mismo y estén redactadas con la exhaustiva y reiterativa minuciosidad que caracteriza a Alvarado Tezozomoc, hay diferencias sustanciales entre una y otra.

Ambas tratan sobre la aristocracia tenochca, pero desde una perspectiva a la vez opuesta y complementaria. La primera aborda la historia de la nobleza, describiendo prolijamente sus hechos gloriosos, gracias a los cuales una mísera aldea lacustre se transformó en la populosa capital del cemanahuac, del mundo; la segunda, cuyo contenido genealógico predomina sobre el puramente histórico, es ante todo una interminable lista de los nobles protagonistas y de sus descendientes.

Por eso mismo, la Crónica mexicayotl utiliza un concepto de nobleza muy individualizado --hasta tal punto que la obra parece un who is who-- mientras que la Mexicana presenta a la aristocracia mexicana como un bloque sin rostro donde, como ya se ha apuntado, sólo sobresale un nombre: el del Cihuacoatl Tlacaeleltzin, convertido en la encarnación del colectivo de los tlaçopipiltin.

Las diferencias afectan también al marco cronológico y al idioma en que están escritas. La datación es casi inexistente en el texto castellano y muy cuidada en el nahuatl (los años del calendario mesoamericano van siempre acompañados de su conversión europea).

Estas variaciones convierten a la Crónica mexicana en un caso único de la historiografía indígena postcortesiana55. En la Mexicayotl, Alvarado sacrifica el enorme potencial expresivo de la escritura en el altar de la tradición. Para él, la escritura sólo es un mero instrumento que simplifica la memorización del relato oral, piedra angular de la pedagogía prehispánica. Se limita a reproducir tan fielmente las grandezas y limitaciones del discurso de sus parientes que el lector tiene la impresión de encontrarse ante la transcripción de una moderna cinta magnetofónica. Por el contrario, la fidelidad se desdibuja en la Mexicana por razones en parte comprensibles --el problema lingüístico--, y en parte incomprensibles (el rarísimo tono asincrónico de la obra, tan ajeno a la mente mesoamericana).