Comentario
Las epidemias pestilentes reaparecieron en Europa en diversos momentos de la segunda mitad del siglo XIV. Veamos su presencia en los Países Bajos, según lo señalado por W. Blockmans: 1360-1362, 1368-1371, 1382-1384 y 1400-1401. Para Italia se han apuntado las siguientes fechas: 1360-1363, 1371-1374,1380-1383 y 1398-1400. Pero estas nuevas sacudidas fueron mucho menos brutales que la peste de 1348, tanto por lo que se refiere a su ámbito de difusión, nunca generalizado a todo el Continente europeo, como por sus efectos mortíferos. Por lo demás se observa no sólo una debilitación progresiva del morbo, sino también un incremento de los intervalos entre esas oleadas pestilentes, llamadas por algunos autores "epidemias-eco", por cuanto funcionaban como reflejos tardíos de la terrible muerte negra de mediados de siglo. De todas formas la aparición de nuevos brotes epidémicos, unida a otros factores, como la acción devastadora de la guerra en suelo francés, y, en general, las consecuencias a largo plazo del desastre causado por la peste negra, explican que en la segunda mitad del siglo XIV y aun en parte de la centuria siguiente continuará el descenso poblacional. El ejemplo aducido a propósito de la localidad de Chalons-sur-Saòne, que contaba en el año 1360 con 966 hogares, pasando a sólo 490 en 1381 y a 395 en 1406, puede generalizarse a otras regiones francesas, como Provenza, Languedoc y el entorno de París. Por lo que respecta a Italia, y ante todo a Toscana, puede decirse que el punto más bajo del nivel poblacional se alcanzó entre los años 1400 y 1415.
Todo parece indicar que el siglo XV supuso, en términos demográficos, la otra cara de la moneda. Ciertamente pueden rastrearse en la decimoquinta centuria epidemias pestilentes, que causaron una notable mortandad. La más llamativa de todas fue la que se difundió entre los años 1437 y 1439. "La epidemia de bubones fue tan larga y tan violenta como no se conocía desde 1348", afirma el anónimo autor del "Journal d'un bourgeois de París à la fin de la Guerre de Cent Ans", a propósito de la peste desatada en 1438 en la cuenca del Sena. Pasando de las opiniones subjetivas a las conclusiones de los estudios histórico-demográficos de nuestros días veamos lo sucedido en los Países Bajos: la región de Hainaut perdió en esas fechas cerca del 30 por 100 de su población; Brujas, en torno al 20 por 100, y Gante, aproximadamente, el 10 por 100. En años sucesivos se registraron nuevos brotes epidémicos, así en 1456-1458. Por lo que respecta a la Corona de Castilla, A. Mac Kay ha establecido la cronología de las epidemias: 1402, año en que la peste afectó esencialmente a las tierras andaluzas; 1412-1414, todo el Reino se vio bajo las consecuencias de la mortandad; 1434-1438, periodo caracterizado por una generalización de la peste, por lo demás de gran intensidad; 1442-1443, fase en la que la epidemia causó sus estragos en Andalucía y la Meseta norte (hay noticias de sus estragos en localidades como Sahagún y Carrión); 1457, año que registra la presencia de la peste en Valladolid, pero también en Riaza; 1465, la mortandad recorrió la Meseta, pero también actuó en Sevilla, como atestigua el jurado de aquella ciudad Garci Sánchez en sus "Anales"; 1468, último gran brote pestilente de la decimoquinta centuria, que ocasionó la muerte del príncipe Alfonso, hermano de Enrique IV de Castilla.
Pero, con todo, la tendencia general apuntaba inequívocamente en otra dirección, la recuperación demográfica. En el siglo XV asistimos al desarrollo de ciclos de crecimiento poblacional de unos treinta años de duración, interrumpidos, eso sí, por crisis de mortandad que, ocasionalmente, podían tener una incidencia devastadora. Al menos así lo ha comprobado W. Blockmans para los Países Bajos. En términos generales puede decirse que los primeros síntomas de cambio en el ritmo demográfico se dieron entre los años 1420 y 1440, alcanzándose un progreso poblacional firme a partir de 1450. A. Tenenti ha señalado, refiriéndose al Continente europeo en su conjunto, que "su patrimonio demográfico creció más o menos ininterrumpidamente desde 1450 hasta el siglo XVII". Todo parece indicar que en la decimoquinta centuria mejoró notablemente la resistencia física de los seres humanos a los efectos de las epidemias. Pero no debemos olvidar, como factores básicos explicativos de la recuperación poblacional, la mejora experimentada en las condiciones alimenticias, que incidió en un incremento de la esperanza de vida y en un descenso de la tasa de mortalidad, así como la mayor precocidad observada en la edad de celebración de los matrimonios. También pudo ejercer su influencia el hecho de que en la segunda mitad del siglo XV, al menos en diversas regiones europeas de las que hay datos contrastados, hubiera preponderancia del sexo femenino sobre el masculino. Así las cosas, como dice R. Fossier, "la edad del matrimonio de la mujer desciende y la fecundidad se inicia más pronto".
Medir en términos cuantitativos el crecimiento demográfico de Europa en la decimoquinta centuria es sumamente difícil. Por lo demás, pese a que la tendencia general es inequívocamente de alza demográfica, siempre pueden señalarse excepciones. Tal fue el caso, por ejemplo, de Cataluña, en el ámbito hispánico, o de Provenza, en el francés, territorios que siguieron una tendencia demográfica descendente en todo el siglo XV. No obstante predomina el incremento del número de habitantes, mensurable en porcentajes que oscilan entre el 0,5 y el 1 por 100 anual. Incluso en Languedoc el incremento alcanzaba, en las últimas décadas del siglo XV, casi el 2 por 100.
De todas formas el crecimiento de la población es claramente visible en el mundo urbano, aunque no sea únicamente consecuencia de factores naturales, sino también de la emigración de gentes del campo. En el Imperio la ciudad de Leipzig paso de tener 519 hogares en el año 1474 a 734 quince años después. Francfort también creció en la segunda mitad del siglo XV, aunque de manera más suave, pues ascendió de 2.593 hogares en 1463 a 2621 en 1495. Amberes, por su parte, alcanzó un incremento espectacular entre los años 1472 y 1496, pues los 4.510 hogares de la primera de las fechas citadas se habían convertido en 6.586 en la segunda. Así las cosas, la conclusión a la que han llegado los historiadores de la población apunta en el sentido de que en el transcurso de la decimoquinta centuria no sólo se logró en numerosos territorios la recuperación de los umbrales demográficos anteriores a la peste negra, sino incluso su superación. Veamos algunos ejemplos: Augsburgo, que contaba al comenzar el siglo XIV con unos 25.000 habitantes, bajó a apenas 12.000 un siglo después, para alcanzar los 30.000 al filo del 1500; Marsella pasó de 31.000 habitantes en el año 1300 a 21.000 cien años después y a 45.000 a fines de la decimoquinta centuria; Nápoles, con 60.000 habitantes en los albores del siglo XIV, y 45.000 un siglo después, llegaba a los 125.000 en el año 1500. Pero en otros casos no fue así, particularmente en Italia, muchas de cuyas ciudades tenían a mediados del siglo XV efectivos poblacionales notoriamente inferiores a los de 1348, si bien en esta situación influyeron también otras causas, como los interminables conflictos bélicos.
Por lo que se refiere a la Corona de Castilla F. Ruiz ha señalado que la ascensión demográfica es un hecho generalizado desde el año 1445 aproximadamente. El crecimiento demográfico está atestiguado para numerosas ciudades y villas de dicho territorio. Valga como ejemplo Sevilla, magistralmente estudiada por A. Collantes, a partir de los padrones conservados de la decimoquinta centuria. La ciudad de la Giralda pasó de unos 3.000 vecinos, con que contaba a finales del siglo XIV, a los 7.000 que se registran en las fuentes del año 1485. Como quiera que el núcleo sevillano prácticamente no experimentó cambios en ese periodo de tiempo, el aumento de población supuso un incremento de la densidad de población del área urbana, que pasó de 9,8 habitantes por hectárea en 1384 a 16,8 en el segundo cuarto del siglo XV y a 24,4 en la década de los ochenta de la centuria mencionada. Claro que el aumento de los efectivos demográficos del siglo XV en la Corona de Castilla también se atestigua de forma indirecta, así por ejemplo a través de la reanudación del proceso roturador, que había quedado paralizado en la anterior centuria.