Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA ARGENTINA



Comentario

La crítica de Paul Groussac


Paul Groussac, el inolvidable maestro de historiadores en Argentina, estudió a Díaz de Guzmán en forma que se creyó agotadora21. Su aporte fue de gran trascendencia. Puso sobre el tapete a un historiador olvidado, resaltó sus méritos y señaló sus errores. Los aficionados a la historia colonial eran pocos en aquellos tiempos. Madero no había ido más allá de su Historia del puerto de Buenos Aires. Clemente L. Fregeiro se había detenido en el análisis, documental y crítico, que había hecho de esa misma obra. Trelles había muerto tiempo antes. Enrique Peña coleccionaba documentos que publicó mucho más tarde y daba a luz algunas monografías sobre gobernadores coloniales. No había, como no hay actualmente, un gusto especial por la historia de los primeros tiempos. Héctor R. Ratto se dedicó a los viajes de Vespucci, sin lograr un acierto final porque nadie sabía, entonces, qué significaba salir a buscar la Cattigara mencionada por Ptolorneo. Nosotros comenzamos a publicar libros de historia colonial en 1929 y así llegamos a encontrarnos con Ruy Díaz de Guzmán. Torre Revello y Guillermo Furlong, que nos siguieron en estas labores, no se ocuparon de este personaje. Hallamos documentos referentes a Díaz de Guzmán que nadie había tenido en cuenta. En 1942, la Institución Cultural Española, de Buenos Aires, presidida por el recordado Rafael Vehils, premió unos trabajos nuestros, como los mejores hispanistas, y publicó un libro nuestro en el cual hay un capítulo dedicado a Díaz de Guzmán22. Más tarde publicamos dos ediciones de La Argentina con introducciones y notas críticas. Fueron observaciones y ampliaciones nuevas que modificaron un tanto las de Groussac. Este autor, francés de nacimiento, hizo su cultura en Argentina, su patria de adopción; pero su antipatía a todo lo español, sólo por ser español, nunca lo abandonó. Tampoco tenía amor por lo americano con raíces hispánicas. La ironía volteriana, el desdén a lo no francés, la superioridad indudable de sus conocimientos históricos y literarios en un ambiente intelectual que no tenía la autodisciplina que él se había impuesto en su formación, lo convirtieron en un dómine al cual nadie se atrevía a rebatir. En Paraguay, un historiador de finas intuiciones y hondo sentido crítico, el doctor Manuel Domínguez, a quien mucho conocimos y admiramos siempre, lo refutó en más de una ocasión y tuvo razón. Por nuestra parte, los papeles que Groussac no había conocido o desdeñado, comprendimos que revelaban hechos nuevos y aclaraban no pocos pormenores qué tenían su importancia. Así lo hicimos notar en un ensayo sobre Díaz de Guzmán que incluimos, al estudiar los orígenes de la historiografía Argentina, en el primero de los dos tomos con que ampliamos la Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López, edición Sopena de Buenos Aires.

Ante todo, Díaz de Guzmán es un historiador que consultó los cronistas de su tiempo y, en particular, a los sobrevivientes de las expediciones de Sebastián Caboto, de don Pedro de Mendoza, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y otras menores. Este aspecto de su vida, de hombre que habla con los otros hombres que hicieron la historia del Río de la Plata y de Paraguay, tiene un valor poco común en lo que se refiere a sus conocimientos. Era la tradición viva que daba fuerza a sus palabras. En ella, como en toda historia oral, en toda reminiscencia lejana, podía haber, y había, alguna confusión, algún cambio de nombres, alguna verdad convertida en fábula. El crítico, el investigador desapasionado, debe analizar estos errores o simples oscuridades para conocer su causa o hallar el núcleo verdadero que pequeñas desviaciones hacen aparecer 1 como falso. Esto no lo hizo siempre Groussac. Por el contrario, magnificó o despreció cualquier dificultad achacando toda la culpa a la supuesta ignorancia de Díaz de Guzmán. Es preciso reconocer que no siempre somos nosotros los que tenemos razón, y que si un escritor que vivió los acontecimientos que relata, parece equivocarse o se equivoca, es por algún motivo que nosotros no conocemos y debemos averiguar. Por ejemplo --y este caso debe ser muy recordado por los historiadores del período hispánico de la historia americana--, se ha achacado siempre al bávaro Ulrico Schmidl una continua serie de errores garrafales en materia cronológica. Sus fechas, se ha dicho, están todas equivocadas. Era un hombre que no acertaba un día ni un año, etcétera.