Comentario
Se ha dicho en repetidas ocasiones que en los siglos XIV y XV se impuso en Europa el comercio sedentario sobre el itinerante. Dicha opinión tiene, sin duda, sus fundamentos, toda vez que las grandes compañías comerciales tenían agentes en los núcleos más activos de toda Europa y que una buena parte de los intercambios se realizaba a través de documentos mercantiles, como las letras de cambio. Por lo demás, la ruina de las históricas ferias de Champagne, testimonio vivo de los intercambios mercantiles en la Europa de los siglos XII y XIII, parece dar la razón a quienes hablan del declive del comercio itinerante. Desde el año 1300, se viene a decir, ya no eran necesarias las ferias, entendidas como centros de reunión de mercaderes. Ahora bien, no es cierto que las ferias, hablando en términos generales, entraran en crisis a partir de la decimocuarta centuria. Lo que hubo fue más bien una traslación geográfica de las mismas, a la vez que una reconversión de sus tradicionales funciones. En todo caso cabe admitir que el viejo eje que comunicaba el norte de Italia con Flandes, y que había tenido su punto de encuentro en las ferias de Champagne, perdió vitalidad, en buena parte debido a los efectos negativos originados por la guerra de los Cien Años, pero también por otros factores. De ahí que las ferias más significativas del final de la Edad Media se localicen, básicamente, al este de aquel viejo eje.
Hagamos un rápido recorrido por las principales ferias europeas de los siglos XIV y XV. Las ferias de Châlons-sur-Marne, tuteladas por los duques de Borgoña, tuvieron una actividad muy destacada en el transcurso del siglo XIV principalmente. Los productos más importantes que en ellas se negociaban eran los paños de Flandes y las sedas italianas. Las ferias de Ginebra, cuyo apogeo se logró, al parecer, en los inicios del siglo XV, se especializaron en el mercado de metales preciosos. Por su parte las ferias de Lyon, fundadas en el año 1420, lograron en poco tiempo un auge espectacular. En ellas se comerciaba ante todo con tejidos de seda, pero también fueron muy importantes las operaciones de cambio. En el mundo germánico brillaban a gran altura las ferias de Frankfurt, punto de confluencia de mercaderes tanto del norte como del sur de Alemania. También remontaron el vuelo en esos siglos las ferias de Leipzig, a las que acudían, entre otros, mercaderes rusos y polacos. Por lo que se refiere al mundo escandinavo hay que mencionar las ferias de Malmo, centradas básicamente en el comercio del arenque.
En tierras de la Corona de Castilla habían nacido, en los albores del siglo XV, las ferias de Medina del Campo, gracias a la iniciativa del prepotente Fernando de Antequera, señor de la localidad. Al mediar la centuria ya habían logrado un notable auge, pues a ella acudían "grandes tropeles de gentes de diversas naciones asi de Castilla como de otros regnos", leemos en un texto de la época, la "Crónica de don Álvaro de Luna". Pero su consagración se produjo en tiempos de los Reyes Católicos, a fines del siglo XV. En las ferias de Medina del Campo se traficaba con muy variados productos, desde miel, vino y aceite hasta perlas, sedas, brocados, lienzos y especias. Pero ante todo fueron un centro de contratación de lana y un mercado de capitales, con un importante volumen de negociación de letras de cambio.
Es posible, no obstante, que el exponente más significativo de los progresos que estaba experimentando Europa en el ámbito del comercio a larga distancia, en la época que nos ocupa, lo constituyan las sociedades de comercio. Ciertamente había sociedades mercantiles muy diversas, en función de factores tan variados como el capital invertido en la empresa, el radio de acción sobre el que la misma iba a proyectarse o el tiempo previsto de su actuación. Pero aquí pensamos, básicamente, en aquellas sociedades formadas para intervenir en el comercio internacional. Un ejemplo interesante de sociedad mercantil de los últimos tiempos del Medievo nos lo ofrece la denominada "Compañía de Ravensburg", también llamada "Magna Societas Alemanorum". Surgió a finales del siglo XIV en la región alemana de Suabia, como consecuencia de la fusión de tres familias de hombres de negocios procedentes de las ciudades de Ravensburg, Constanza y Büchhorn. Posteriormente admitió la participación de otros muchos comerciantes. En poco tiempo, dicha compañía se hizo con el monopolio de todo el comercio exterior que se efectuaba desde Suabia, cuyo principal renglón lo ocupaban los lienzos. La Compañía de Ravensburg, que alcanzó una gran pujanza en el transcurso del siglo XV, tenía diversas factorías en el extranjero. Pero en la segunda mitad de la centuria citada hicieron su aparición en Alemania otras compañías, que terminarían por eclipsar a la de Ravensburg.
Pero las más conocidas sociedades mercantiles de la Baja Edad Media se desarrollaron en tierras italianas. Las hubo en Génova. Se trataba, por lo general, de sociedades creadas para una actividad concreta, por ejemplo el abastecimiento del alumbre, que provenía de Oriente. Sin embargo, las sociedades de comercio más características, y sin duda las que mejor conocemos, son las que surgieron en Florencia. Solían estar formadas por unas pocas familias, generalmente no más de tres, dando su nombre a la sociedad la familia preponderante. Los socios de la compañía aportaban un capital, el denominado "corpo". Pero también podían aceptar las compañías mencionadas depósitos de personas ajenas al núcleo de la sociedad. Esos depósitos, conocidos con el nombre de "sopracorpo", devengaban unos intereses, habitualmente fijados en un 6 por 100 anual. Por lo demás, para la realización de sus funciones las sociedades citadas requerían un considerable número de empleados, aunque algunos de ellos fueran miembros de las familias fundadoras.
Las sociedades mercantiles florentinas se dedicaron, lógicamente, al comercio, pero también a la banca e incluso a la industria. Recordemos algunas de las más famosas: en el siglo XIV, las de los Bardi, los Peruzzi o los Acciaiuoli; en la decimoquinta centuria, las de los Guardi, los Strozzi y, por encima de todas, la de los Médici, la familia que controló el gobierno de la señoría florentina. La compañía de los Médici, que nos ha legado abundantes fuentes, lo que explica que haya sido objeto de numerosos estudios, constituye en cierta medida el paradigma de las sociedades mercantiles de la época. Su actividad cubre alrededor de un siglo, desde finales del siglo XIV hasta su decadencia, fechada en 1494. Nos consta que para desarrollar sus actividades se vio en la necesidad de abrir sucursales en las principales ciudades europeas: Brujas, Londres, París, Avigñón, Ginebra, Lyon, Barcelona, etc. En cuanto al capítulo de los beneficios de las mencionadas compañías el conocimiento que tenemos es muy fragmentario. Puede decirse, no obstante, que fueron enormemente desiguales y que el riesgo de ruina estaba a la orden del día. Los Peruzzi, por ejemplo, repartieron, en el primer cuarto del siglo XIV, unos beneficios que oscilaban entre un 15 y un 20 por 100. Pero unos años después sucumbieron, al igual que otras sociedades florentinas, arrastradas por el marasmo de la crisis. Por lo que respecta a los Médici sabemos que su sucursal de Lyon superó, en los comienzos del siglo XV, el 140 por 100 de beneficios. Pero los empréstitos concedidos a los poderes públicos, como los duques de Borgoña, provocaron a la larga la ruina de la sociedad de los Médici.