Comentario
Capítulo VIII
Por qué cosas hacían otros sacrificios los indios
Las fiestas que en el calendario de esta gente atrás queda puesto, nos muestran cuáles y cuántas eran y para qué y cómo las celebraban. Pero porque eran sus fiestas sólo para tener gratos y propicios a sus dioses, sino era teniéndolos airados no (las) hacían más sangrientas; y creían estar airados cuando tenían necesidades o pestilencias o disensiones o esterilidades u otras semejantes necesidades; entonces no curaban de aplacar los demonios sacrificándoles animales, ni haciéndoles solamente ofrendas de sus comidas y bebidas o derramando su sangre y afligiéndose con velas y ayunos y abstinencias; mas olvidada toda natural piedad y toda ley de razón, les hacían sacrificios de personas humanas con tanta facilidad como si sacrificasen aves, y tantas veces cuantas los malvados sacerdotes o los chilanes les decían era menester, o a los señores se les antojaba o parecía. Y dado que en esta tierra, por no ser mucha la gente como en México, ni regirse ya después de la destrucción de Mayapán por una cabeza sino por muchas, no hacían así tan junta la matanza de hombres, ni por eso dejaban de morir miserablemente hartos, pues tenía cada pueblo autoridad de sacrificar los que el sacerdote o chilán o señor le parecía, y para hacerlo tenían sus públicos lugares en los templos como si fuera la cosa más necesaria del mundo a la conservación de la república. Después de matar en sus pueblos, tenían aquellos dos descomulgados santuarios de Chichenizá y Cuzmil donde infinitos pobres enviaban a sacrificar o despeñar al uno, y al otro a sacar los corazones; de las cuales miserias tenga a bien por siempre librarlos el señor piadoso que tuvo por bien hacerse sacrifico en la cruz al padre por todos.
¡Oh, señor, dios mío, hombre, ser y vida de mi alma, santa guía y camino cierto de mis costumbres, consuelo de mis consuelos, alegría interna de mis tristezas, refrigerio y descanso de mis trabajos! ¿Y qué me mandas tú, señor, que trabajo se puede llamar y no mucho mejor descanso? ¿A qué me obligas que yo no pueda muy cumplidamente hacer? ¿Por ventura, señor, ignoras la medida de mi vaso y la cantidad de mis miembros y la calidad de mis fuerzas? ¿Acaso, señor, me faltas tú en mis trabajos? ¿No eres tú cuidadoso padre de quien dice tu santo profeta en el salmo, "con él soy en la tribulación y trabajo, y yo le libraré de ella y le glorificaré"?
Señor, sí, tú eres, y tú eres aquel de quien dijo el profeta lleno de tu santísimo espíritu, que finges trabajo en tu mandamiento, y es así, señor, que los que no han gustado de la suavidad de la guarda y cumplimiento de tus preceptos, trabajo hallan en ellos; pero, señor, trabajo fingido es, trabajo temido es, trabajo de pusilánimes es, y témenlo los hombres que nunca acaban de poner la mano al arado de cumplirlos, que los que se disponen a la guarda de ellos, dulces los hallan, en pos del olor de sus ungüentos se van, su dulcedumbre los refrigera a cada paso, y muchos más gustos experimentan cada día (que les sabe discierne nadie), como otra reina de Saba; y así, señor, te suplico me des gracia que a ejemplo tuyo, dejada la casa de mi sensualidad y el reino de mis vicios y pecados, haga del todo experiencia de servirte y guardar tus santos mandamientos, para lo que en más me enseñare la experiencia de su guarda; que de sólo leerlos y tratarlos, halle yo el bien de tu gracia para mi alma, y así como creo ser tu yugo suave y leve, te hago gracias por haberme puesto debajo de su melena, y libre del (pecado) en que veo andan y han andado tantas muchedumbres de gentes, caminando para el infierno: lo cual es tan grave dolor que no sé a quién no quiebra el corazón ver la mortal pesadumbre e intolerable carga con que el demonio ha siempre llevado y lleva a los idólatras al infierno; y si esto, de parte del demonio que lo procura y hace, es crueldad grande, de parte de Dios es justísimamente permitido para que, pues si no se quieren regir por la luz de la razón que él les ha dado comiencen en esta vida a ser atormentados y a sentir parte del infierno que merecen, con los trabajosos servicios que al demonio de continuo hacen con muy largos ayunos y vigilias y abstinencias, con increíbles ofrendas y presentes de sus cosas y haciendas, con derramamientos continuos en su propia sangre, con graves dolores y heridas en sus cuerpos, y lo que es peor y más grave, con las vidas de sus prójimos y hermanos; y con todo esto nunca el demonio se harta y satisface de sus tormentos y trabajos, ni de llevarlos con ellos al infierno donde eternalmente los atormenta; cierto, mejor se aplaca Dios y con menos tormentos y muertes se satisface: pues a voces dice y manda al Gran Patriarca Abraham que no extienda su mano para quitar la vida a su hijo, porque está su Majestad determinado a enviar al suyo al mundo y dejarle perder en la cruz la vida de veras, para que vean los hombres que para el hijo de Dios eterno es pesado el mandamiento de su padre, aunque a él (sea) muy dulce y fingido a los hombres de trabajo.
Por lo cual quiten ya los hombres la tibieza de sus corazones y el temor del trabajo de esta santa ley de Dios, pues es su trabajo fingido y en breve se vuelve dulcedumbre de las almas y de los cuerpos, cuanto más que, allende de que es digno Dios de ser muy servido y se lo debemos en justísima deuda, es todo para nuestro provecho, y no sólo eterno, sino aun temporal; y miremos todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, que en esta vida es gran vergüenza y confusión, y en la venidera lo será mayor, ver que halle el demonio quien le sirva con increíbles trabajos para ir, en pago de ellos, al infierno, y que no halle Dios apenas quien en guarda de tan suaves mandamientos le sirva fielmente para ir a la eterna gloria. Por lo cual, tú, sacerdote de Dios, dime si has mirado con advertencia el oficio de estos sacerdotes tristes del demonio, y de todos los que en las divinas letras hallamos lo fueron en los pasados tiempos, cuán enojosos y largos y muchos eran sus ayunos, más que los tuyos: qué tantos más continuos en las vigilias y en sus míseras oraciones que tú; cuán más curiosos y cuidadosos de las cosas de sus oficios que tú del tuyo; con cuánto mayor celo que tú entendían en enseñar sus pestíferas doctrinas, y si de esto te hallaras en alguna culpa, remédiala y mira que eres sacerdote del alto señor que con sólo el oficio te obliga a procurar vivir en limpieza y cuidado, limpieza del ángel cuanto más del hombre.