Comentario
INTRODUCCIÓN
Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos, no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño Señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje. Con esta intención, un día de septiembre de 1522 -de regreso del primer viaje circunterráqueo- se dirigió Antonio Pigafetta a la ciudad castellana para entrevistarse con el Emperador Carlos e informarle personalmente de lo acontecido a lo largo del viaje, de casi tres años de duración. Al mismo tiempo, le entregó un manuscrito redactado en italiano que había compuesto hilvanando las copiosas notas que reunió durante la fatigosa travesía.
De la boyante expedición, que definitivamente levó anclas el 20 de septiembre de 1519, desde Canarias, rumbo a la Especiería, solamente quedaban 18 supervivientes, suficientes para atestiguar con sus palabras la riqueza de las Molucas. Regresaron con los pesados fardos de especias que a bordo de la Victoria venían, que eran la prueba fehaciente de su presencia en las lejanas islas del Pacífico.
Los dieciocho -incluido Pigafetta- habían logrado llegar por la vía de occidente hasta Insulindia, hasta entonces dominio absoluto de los portugueses, a tenor de las cláusulas del Tratado de Tordesillas (1494); en virtud de ellas se dividió el Atlántico entre las dos naciones ibéricas, y se marcó el antimeridiano que señalaba las demarcaciones de España y Portugal, en las exóticas islas de la Indonesia1.
Pero ¿por qué tanto interés por llegar a las Molucas, a la Especiería? ¿Eran tan importantes, económicamente, la pimienta, el clavo, la nuez moscada, el giroflé? Efectivamente, las especias fueron una sustanciosa fuente mercantil durante el Medioevo, e incluso, antes, Plinio nos habla del valor de la pimienta para los romanos.
A partir del siglo XII, todo el comercio que las naciones europeas mantenían con Asia, estuvo controlado y monopolizado por dos ciudades italianas: Génova y Venecia, que utilizaron indistintamente dos vías de penetración para mantener el tráfico comercial. Una, continental, atendida por caravanas, que desde el Mar Negro y Siria, llegaba hasta China (El Catay), atravesando Asia Central. Esa ruta -la ruta de la seda- fue explotada por los comerciantes genoveses2. La otra, a través del mar, conocida como la ruta de las especias, partía desde Alejandría3 y alcanzaba los pueblos chinos, pasando por el mar Rojo y Ceilán.
En 1381, el poderío veneciano había logrado en diversos ataques aniquilar a la flota genovesa; a partir de ese año, el control y el dominio del comercio con Oriente estaba en manos venecianas, organizándose, para su control, las primeras sociedades mercantiles, que manejaron las transacciones realizadas, no solamente en Venecia, sino también en Alejandría y Bizancio4. Tanto supuso para la ciudad de los Dux el comercio de las especias, que cuando ocurrió la toma de Constantinopla por los turcos, y su comercio se extendió por todo el Mediterráneo oriental, Venecia consiguió un régimen de privilegio que le permitió poder seguir controlando el tráfico de los puertos sirios, a donde llegaban los productos exóticos de India y China. Pero a pesar de ese contacto veneciano, en la vieja Europa, los escasos conocimientos que se tenían de Oriente se fueron olvidando; y será a mediados del siglo XIII, cuando la curiosidad por Oriente vuelva a renacer. Los embajadores que se enviaron a Karakorum5 por el Papa Inocencio IV, en 1246; y por Luis IX, en 1253; y, posteriormente, el viaje de Marco Polo al Catay (1271-1291), y la difusión de su obra El libro de las Maravillas, volvieron a despertar el interés por aquella parte del mundo, el Catay, que no era ni más ni menos, que lo que siglos atrás Ptolomeo6 había llamado Sérica. En el siglo XV se abrió otra ruta marítima hacia el Oriente, pero esta vez a través del Atlántico, costeando el continente africano.
Con la toma de Ceuta (1415), los portugueses iniciaron la conquista naval del Atlántico africano, bajo el asesoramiento náutico y cartográfico del príncipe D. Enrique, y así, en 1449 se doblaba el cabo Bojador; en 1456, el veneciano Ca'da Mósto, al servicio de Portugal, descubrió el archipiélago de Cabo Verde. Hasta que las naves lusitanas no traspasaron la línea equinoccial, el instrumento náutico utilizado fue el astrolabio7, que con gran precisión señalaba la situación de la estrella polar, pero a partir del ecuador ya no se podía manejar, la estrella que servía de guía no era visible. ¿Qué hacer?; ¿paralizar la empresa ya iniciada, o por el contrario, buscar nuevos medios técnicos para continuar la búsqueda de nuevas sorpresas, nuevas gentes, nuevas tierras que se esperaba que continuasen apareciendo a los ojos de los nautas lusos, como había ocurrido hasta entonces? En esa incertidumbre, el rey Juan II llama a Lisboa al geógrafo de más renombre que en aquel momento se conocía en Europa, a Martín Behaim, de Nüremberg8, quien ideó navegar más al sur de la línea ecuatorial, valiéndose de la posición del Sol. Pigafetta dice en su Relación que Magallanes conocía un mapa de Behaim, tratando con esta afirmación de resaltar los conocimientos cartográficos del capitán general; pero lo dudamos, ya que las relaciones, no muy amistosas entre aquél y la Corte portuguesa, imaginamos que fueron un obstáculo para tener acceso fácilmente a los archivos de la corona.
En 1487, Bartolomé Díaz -ese gran marino al que la historia no ha reconocido debidamente su empresa, y ha quedado reducido a un segundo plano, eclipsado por la personalidad de Vasco de Gama- logró doblar el cabo de las Tormentas9. Con ello, quedaba abierta la ruta hacia Asia. El Océano, en el extremo meridional de África, presentaba grandes peligros y temores, de ahí el nombre de las Tormentas o Tormentoso, ... pero había que llegar a las islas de la Especiería. El Rey encomendó a Pedro Covilhà10 una delicada misión. Éste se trasladó a El Cairo, y desde allí, y a bordo de una embarcación árabe, surcando el mar Rojo, logró arribar a Calicut11, en la costa india de Malabar, importante mercado de las especias. Desde allí, regresó nuevamente a la costa oriental africana, descendiendo hasta el Zambeze12.
El informe que Covilhà entregó al Monarca animó a éste a preparar una gran expedición al mando de Vasco de Gama13. Por segunda vez se dobló el cabo de las Tormentas, y se logró -por vía marítima- llegar a Calicut y Goa. Al regreso, el valor de las especias se hizo realidad; después de descontar los gastos totales de la expedición, el beneficio líquido de la venta de los fardos de especias, que venían en las bodegas de las naos, ascendió a 800.000 ducados.
Venecia no se resignó a perder el pingüe mercado de las especias, e intentó, por todos los medios boicotear el comercio lusitano en el Índico, pero a pesar de todo, no logró sus propósitos. Portugal había logrado adueñarse del comercio del clavo, la pimienta y la nuez moscada.
Nombrado Alfonso de Alburquerque, primer virrey de la India (1508)14, éste extendió el imperio portugués en la costa del SE de Asia, ocupando Goa, en 1510, y las costas de Ceilán y de Malaca, en 1511. Malaca era el centro receptor donde se recibían las especias que venían de las Molucas; solamente faltaba el último intento para llegar a la Especiería.
Y una nueva inquietud para los portugueses instalados en Malaca; ¿por qué esperar las mercancías allí, y no ir directamente a las ricas islas? Con esa finalidad, zarparon unas naves, y en ellas, entre la tripulación dos hombres, Magallanes y su amigo Francisco Serrão (Serrano)15, quien jugará un papel importante, con sus opiniones, en el proyecto magallánico. Las tormentas y la mar embravecida dispersaron los barcos, Magallanes no logró llegar a las Molucas; sí, en cambio, Serrano, quien tras mil penalidades logró arribar a la isla de Ternate. Los portugueses lo habían logrado: las islas de la Banda, Amboína, Ternate, iban a ser exploradas directamente por los europeos.