Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA AVENTURA DEL AMAZONAS



Comentario

Luego mandó el Capitán que nos partiésemos de este asiento porque le parecía que había mucha gente, y que a la noche, según parecía, tenían ordenado de dar en nosotros: fue noche que mandó el Capitán que pasásemos atados a las ramas porque no se halló lugar para dormir en tierra, y esto fue permisión divina, que si hallaron que saltar en tierra pocos de nosotros quedaran o ninguno que pudiera dar nueva del viaje, según pareció; y es que estando como dicho tengo los indios vienen en nuestro seguimiento por tierra y agua, y así nos andaban buscando con muy grande estruendo y así allegaron los indios a nosotros y estuvieron hablando que los oíamos y víamos, y no permitió Nuestro Señor que nos acometiesen, porque a nos acometer no quedara ninguno de nosotros; y así tenemos por cierto que Nuestro Señor los cegó para que no nos viesen; y desta manera estuvimos fasta que vino el día, que el Capitán mandó que comenzásemos a caminar. Aquí conocimos que estábamos no muy lejos de la mar, porque llegaba la repunta de la marea, de lo que no nos alegramos poco en saber que ya no podíamos dejar de llegar a la mar.
En comenzando a caminar, como dicho tengo, dende a un rato descubrimos un brazo de un río no muy grande, por el cual vimos salir dos escuadrones de piraguas y muy gran grita y alarido, y cada uno de estos escuadrones se fue a los bergantines, y comenzaron a nos ofender y pelear como perros encarnizados; y si no fuera por las baranderas que se habían hecho atrás, saliéramos de esta escaramuza bien diezmados; pero con esta defensa y con el daño que nuestros ballesteros y arcabuceros les hacían fuimos parte, con el ayuda de Nuestro Señor, para nos defender; pero al cabo no salimos sin daño, porque nos mataron otro compañero llamado García de Soria, natural de Logroño; y en verdad que no le entró la flecha medio dedo; pero como traía ponzoña no duró veinte y cuatro horas, y dio el ánima a Nuestro Señor. Fuimos peleando desta manera desde que amaneció fasta que serían más de las diez, que no nos dejaron un momento holgar, antes cada hora había mucha más gente, tanto que el río andaba cuajado de piraguas, y esto porque estábamos en tierra muy poblada y de un señor que se llamaba Nurandaluguaburabara. Sobre la barranca había muy gran copia de gente, que estaba mirando la guazabara, así que como nos fuesen siguiendo íbannos poniendo en mucho aprieto, tanto que estaban ya cerca de los bergantines. Aquí se hicieron dos tiros muy señalados con los arcabuces, que fueron parte para que aquella gente diablada nos dejase; y el uno hizo el Alférez, que mató de un tiro dos indios, y de temor deste trueno cayeron muchos al agua, de los cuales no escapó ninguno, porque todos se mataron desde los bergantines: el otro hizo un vizcaíno llamado Perucho. Esta fue una cosa muy de ver, de cuya cabsa los indios nos dejaron y se volvieron sin socorrer a los que andaban por el agua: ninguno de éstos, como dicho tengo se escapó.

Acabado esto, el Capitán mandó atravesásemos a la banda siniestra del río por huir de lo poblado que parecía, y así se hizo: fuimos caminando por la dicha parte algunas leguas por tierra mucho buena, excepto que a la lengua del agua no había poblado, que todo parecía la tierra adentro; no supimos qué era la cabsa. Así fuimos costeando: vimos lo poblado en parte donde no nos podíamos aprovechar dello y más se parecía unas fortalezas sobre unos cerros y lomas peladas, que estarían del río dos o tres leguas; no supimos qué señor señoreaba esta tierra más de que el indio nos dijo que en aquellas fortalezas se hacían fuertes cuando les daban guerra; pero no supimos quién era el que se las daba.

Yendo caminando, mandó el Capitán que saltásemos en tierra por tomar alguna recreación y ver la disposición de aquella tierra que tanto a nuestras vistas agradaba; y así paramos días en este dicho asiento de donde el Capitán mandó que se fuesen a ver la tierra dentro de una legua por ver y saber qué tierra era; y así fueron, y no caminaron una legua cuando los que iban dan la vuelta, dicen al Capitán cómo la tierra iba siempre mejorando porque era todo sabanas y los montes como dicho habemos, y parecía mucho más rastro de gente que venía por allá a caza y que no era cosa de pasar adelante: y así de la vuelta el Capitán se holgó.

Aquí comenzamos a dejar la buena tierra y sabanas y tierra alta, y comenzamos a entrar en tierra baja de muchas islas, aunque pobladas no tanto como las de arriba. Aquí dejó el Capitán la tierra firme y se metió en las islas, por las cuales fue caminando, tomando de comer a donde veíamos que sin daño se podía hacer; y por ser las islas muchas y muy grandes, nunca pudimos tornar a tomar la tierra firme de una ni de la otra parte fasta la mar, en que iríamos por entre las islas doscientas leguas, todas las cuales, y aún ciento más sube la marea con mucha furia, en que por todas son trescientas de marea e mil y quinientas sin ella; de manera que se montan las leguas que hemos andado por este río, desde donde salimos hasta la mar, mil y ochocientas leguas, antes más que menos.

Yendo caminando por nuestro acostumbrado camino, como salíamos muy faltos y con harta necesidad de comida, fuimos a tomar un pueblo, el cual estaba metido en un estero; hora de pleamar mandó el Capitán enderezar allá el bergantín grande; acertó a tomar el puerto bien y saltaron los compañeros en tierra; el pequeño, no vido un palo que estaba cubierto con el agua, y dio tal golpe que una tabla se hizo pedazos, tanto que el barco se anegó. Aquí nos vimos en muy grandísimo aprieto, tanto que en todo el río no le tuvimos mayor, y pensamos todos perecer, porque de todas partes nos golpeaba la fortuna; porque como nuestros compañeros saltaron en tierra, dieron en los indios y los hicieron huir, y creyendo que estaban seguros comienzan a recoger comidas. Los indios como eran muchos revuelven sobre nuestros compañeros y danles tal mano que los hacen volver donde estaban los bergantines, los indios en su seguimiento; pues en los bergantines poca seguridad tenían, porque el grande estaba en seco, que había bajado la marea, y el pequeño anegado, como he dicho; y así estábamos en esta necesidad sin tener remedio sino de sólo Dios y el de nuestras manos, que era el que nos había de valer y sacar de la necesidad en que estábamos; y luego el Capitán ordenó de poner y dar luego remedio como no recibiésemos daño, y fue de manera que mandó dividir la gente, que fue que la mitad de todos los compañeros peleasen con los indios y los otros varasen el bergantín pequeño y se adobase; y mandó luego que el grande se pusiese en alto de manera que nadase, y quedó dentro el Capitán con solamente los dos religiosos que veníamos en su compañía y otro compañero a guardar el dicho bergantín, y para defensa de los indios por la parte del río: así estábamos todos, no sin tener poco en que entender, de manera que teníamos guerra por tierra y fortuna por agua; plugo a Nuestro Señor Jesucristo ayudarnos y favorecernos como siempre a fecho en todo este viaje, y que nos ha traído como gente perdida, sin saber dónde estábamos ni dónde íbamos, ni qué había de ser de nosotros. Aquí se conoció muy particular y generalmente que usó nuestro Dios de su misericordia, pues sin entender ninguno cómo hizo la merced divina y con su inmensa bondad y providencia divina se remedió y se socorrió, de manera que el bergantín se adobó y se echó una tabla; y a este mismo tiempo huyó la gente de guerra, y en tres horas que se tardó la dicha obra no dejaron de pelear. ¡Oh inmenso y soberano Dios, cuántas veces nos vimos en trances de agonía tan cercanos a la muerte, que sin tu misericordia era imposible alcanzar fuerzas ni consejo de los vivos para quedar con las vidas! De este pueblo sacamos alguna comida, y vino tan justo el día con la necesidad, que la noche cerrada y nosotros acabados de embarcar todo fue uno. Esta noche dormimos en el mesmo río en los bergantines. El día siguiente tomamos puerto en un monte. Aquí pusimos por obra de aderezar el bergantín pequeño de manera que pudiese navegar, que tardamos en la dicha obra diez y ocho días, y de nuevo se tornaron a hacer aquí clavos, donde de nuevo nuestros compañeros no trabajaron poco; pero había muy gran falta de comida: comíamos el maíz por granos contados. Asimismo estando en esta necesidad, mostró Nuestro Señor el particular cuidado que tenía de nosotros pecadores, pues quiso proveer en esta necesidad como todo lo demás que tengo dicho; y fue así, que un día sobre tarde apareció que venía por el río una danta muerta, tamaña como una mula, y visto por el Capitán, mandó a ciertos compañeros que se la trujesen y tomasen una canoa para traerla, y la trujeron y se repartió por todos los compañeros; de manera que a cada uno le cupo de comer para cinco o seis días, que no fue poco sino mucho remedio para todos. Esta danta venía recién muerta, porque estaba caliente y no traía ninguna herida.

Acabado de adobar el bergantín y clavos, para adobar el grande partimos de este asiento y fuimos caminando y buscando aparejos o playa para los sacar y adobar lo necesario. Día de San Salvador, que es la transfiguración de Nuestro Redentor Jesucristo, hallamos la dicha playa que buscábamos, a donde se adobaron de todo entrambos bergantines y se les hizo sus jarcias de yerbas y cabos para la mar, y velas de las mantas en que dormíamos, y se les pusieron sus mástiles: tardose de hacer la dicha obra catorce días de continua y ordinaria penitencia por la mucha hambre y poca comida que había, que no se comía sino lo que se mariscaba a la lengua del agua, que eran unos caracolejos y unos cangrejos bermejuelos del tamaño de ranas; y éstos iban a tomar la mitad de los compañeros y la otra mitad quedaban trabajando: desta manera y con este trabajo concluimos la dicha obra, que no fue pequeña alegría para nuestros compañeros, los que tenían echado aparte tan gran trabajo.

Salimos de este asiento a ocho días del mes de agosto, bien o mal proveídos según nuestra poca posibilidad, porque muchas cosas nos faltaban de que teníamos necesidad; pero como estábamos en parte que no lo podíamos haber, pasábamos nuestro trabajo como mejor podíamos. De aquí fuimos a la vela guardando la marea, dando bordos a un cabo y a otro, que bien la había según por donde el río era andado, aunque íbamos entre islas, pues no estábamos en poco peligro cuando aguardábamos la marea; pero como no teníamos rejones, estábamos amarrados a unas piedras. Echábamos por portalles y teníamonos tan mal que nos acontecía muchas veces garrar y volver el río arriba en una hora más que habíamos andado en todo el día. Quiso nuestro Dios, no mirando a nuestros pecados, de nos sacar de estos peligros y hacernos tantas mercedes que no permitió que nos muriésemos de hambre ni padeciésemos naufragio, del cual estábamos muy cerca muchas veces hallándonos en seco, ya todos en el agua, pidiendo a Dios misericordia; y según las veces que tocaron y se dieron golpes puédese creer que Dios, con su poder absoluto, nos quiso librar porque nos enmendásemos o para otro misterio que su Divina Majestad guardado (tenía) que así los hombres no alcanzamos. Fuimos caminando continuamente por poblado, donde nos proveíamos de alguna comida, aunque poca, porque los indios la tenían alzada; pero hallábamos algunas raíces que llamaban inanes, que a no las hallar, todos pereciéramos de hambre: así salimos muy faltos de bastimentos. En todos estos pueblos nos esperaban los indios sin armas, porque es gente muy doméstica, y nos daban señas cómo habían visto cristianos. Estos indios están a la boca del río por donde salimos, donde tomamos agua, cada uno un cántaro, y unos a medio almuz de maíz tostado, y otros menos y otros con raíces, y de esta manera nos pusimos a punto de navegar por la mar por donde la aventura nos guiase y echase, porque nosotros no teníamos piloto ni aguja, ni carta ninguna de navegar, ni sabíamos por qué parte o a qué cabo habíamos de echar. Por todas estas cosas suplió nuestro maestro y redentor Jesucristo, al cual teníamos por verdadero piloto y guía, confiando en su Sacratísima Majestad que Él nos acarreara y llevara a tierra de cristianos. Toda la gente que hay en este río que hemos pasado, como hemos dicho, es gente de mucha razón y hombres ingeniosos, según que vimos y parecían por todas las obras que hacen, así de bulto como dibujos y pinturas de todas las colores, muy vivísimas, que es cosa maravillosa de ver.

Salimos de la boca de este río por entre dos islas, que había de la una a la otra cuatro leguas por medio río, y todo él junto, según arriba le vimos, tendrá de punta a punta sobre cincuenta leguas: mete en la mar el agua dulce más de veinte y cinco leguas; crece y mengua seis o siete brazos. Salimos, como dije, a veinte y seis días del mes de agosto, día de San Luis; e hízonos tan buen tiempo, que nunca por río ni por la mar tuvimos aguaceros, que no fue poco milagro que Nuestro Señor Dios obró con nosotros. Comenzamos a caminar con entrambos bergantines, unas veces a vista de tierra y otras veces que la veíamos, mas no que supiésemos dónde, y el mismo día de la Degollación de San Juan en la noche se apartó el un bergantín de otro, que nunca más nos podimos ver, que pensamos que se hubiesen perdido, y al cabo de nueve días que navegábamos metiéronnos nuestros pecados en el golfo de Paria, pensando que aquél era nuestro camino, y como nos hallamos dentro, quisimos tornar a salir a la mar: fue la salida tan dificultosa que tardamos en ella siete días, todos los cuales nunca dejaron los remos de las manos nuestros compañeros, y en todos estos siete días no comimos sino fruta a manera de ciruelas, que se llaman hogos; así que con mucho trabajo salimos por las bocas del Dragón, que tales se pueden llamar para nosotros, porque por poco nos quedáramos dentro. Salimos desta cárcel; fuimos caminando dos días por la costa adelante, al cabo de los cuales, sin saber dónde estábamos, ni dónde íbamos, ni qué había de ser de nosotros, aportamos a la isla de Cubagua y ciudad de la Nueva Cádiz, donde hallamos nuestra compañía y pequeño bergantín, que había dos días que había llegado, porque ellos llegaron a nueve días de septiembre y nosotros llegamos a once del dicho mes con el bergantín grande, donde venía nuestro Capitán: tanta fue el alegría que los unos con los otros recebimos, que no sabré decir, porque ellos nos tenían a nosotros por perdidos y nosotros a ellos.

De una cosa estoy informado y certificado: que así a ellos como a nosotros nos ha hecho Dios grandes mercedes y muy señaladas en nos traer en este tiempo, que en otro los maderos que andan por la costa no nos dejaran navegar, porque es la más peligrosa costa que se ha visto. Fuimos también recebidos de los vecinos desta ciudad como si fuéramos sus hijos, porque nos abrigaron y diéronnos lo que habíamos menester.

Desta isla acordó el Capitán de ir a dar cuenta a su Majestad deste nuevo y gran descubrimiento y deste río, el cual tenemos que es Marañón, porque hay desde la boca hasta la isla de Cubagua cuatrocientas cincuenta leguas por la altura, porque así lo hemos visto después que llegamos. En toda la costa, aunque hay muchos ríos, son pequeños.

Yo, Fray Gaspar de Carvajal, el menor de los religiosos de la Orden de nuestro religioso Padre Santo Domingo, he querido tomar este poco trabajo y suceso de nuestro camino y navegación, así para decirla y notificar la verdad en todo ello, como para quitar ocasiones a muchos que quieran contar esta nuestra peregrinación o al revés de como lo hemos pasado y visto; y es verdad en todo (lo) que yo he escrito y contado, y porque la prodigalidad engendra fastidio, así, superficial y sumariamente, he relatado lo que ha pasado por el Capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su compañía y compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de don Francisco Pizarro, Marqués y Gobernador del Perú. Sea Dios Loado. Amén.