Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA AVENTURA DEL AMAZONAS



Comentario

Carta del tirano


"Muy magnífico y muy reverendo señor: más quisiéramos hacer a vuestra paternidad el recibimiento con ramos y flores que no con arcabuces y tiros de artillería, por habernos dicho aquí muchas personas ser más que generoso en todo; y cierto, por las obras hemos visto hoy en este día ser más de lo que nos decían, por ser tan amigo de las armas y ejercicio militar, como lo es vuestra paternidad, y así, vemos que la cumbre de la virtud y nobleza alcanzaron nuestros mayores con la espada en la mano. Yo no niego, ni todos estos señores que aquí están, que no salimos del Pirú para el río del Marañón a descubrir y poblar, dellos cojos, y dellos sanos, y por los muchos trabajos que hemos pasado en Pirú, cierto, a hallar tierra, por miserable que fuera, paráramos, por dar descanso a estos tristes cuerpos que están con más costuras que ropas de romeros: mas la falta de lo que digo, y muchos trabajos que habemos pasado, hacemos cuenta que vivimos de gracia, según el río y la mar y hambre nos han amenazado con la muerte; y así, los que vinieren contra nosotros, hagan cuenta que vienen a pelear con los espíritus de los hombres muertos; y los soldados de vuestra paternidad nos llaman traidores, débelos de castigar, que no digan tal cosa, porque acometer a D. Felipe, rey de Castilla, no es sino de generosos y de grande ánimo; porque si nosotros tuviéramos algunos oficios ruines, diéramos orden a la vida; mas por nuestros hados, no sabemos sino hacer pelotas y amolar lanzas, que es la moneda que por acá corre. Si hay por allá todavía nescesidad deste menudo, proveeremos. Y hacer entender a vuestra paternidad lo mucho que el Pirú nos debe, y la mucha razón que tenemos de hacer lo que hacemos, creo será imposible. A este efecto, no diré nada aquí dello. Mañana, placiendo a Dios enviaré a vuestra paternidad todos los traslados de los actos que entre nosotros se han hecho, estando cada uno en libertad, como estaban; y esto dígolo en pensar qué descargo piensan dar esos señores que ahí están, que juraron a D. Fernando de Guzmán por su Rey, y se desnaturaron de los reinos de España, y se amotinaron y alzaron con un pueblo y usurparon la justicia, y los desarmaron a ellos y a otros muchos particulares, y les robaron las haciendas; y ende más Alonso Arias, sargento de D. Fernando, y Rodrigo Gutiérrez, su gentil-hombre. Desos otros señores, para qué hacer cuenta no hay, porque es chafalonia; aunque de Alonso Arias tampoco la hiciera, si no fuese por ser extremado oficial de hacer jarcia. Rodrigo Gutiérrez, cierto, hombre de bien es, si siempre no mirase al suelo, que es insignia de gran traidor. Pues si acaso ahí ha aportado un Gonzalo de Zúñiga, padre de Sevilla, cejijunto, téngalo vuestra paternidad por un gran chocarrero, y sus mañas son éstas: él se halló con Álvaro de Hoyón en Popayán en la rebelión y el alzamiento contra Su Majestad, y al tiempo que iban a pelear, dejó a su Capitán y se huyó. Ya que se escapó desto, se halló en el Pirú en la ciudad de Sant Miguel de Piura, con Fulano de Silva, en un motín, y robó la caja del Rey, y mataron la Justicia, y asimismo se le huyó. Hombre es que, mientras hay que comer, está diligente, y al tiempo de la pelea, siempre huye, aunque sus firmas no pueden huir. De un hombre sólo me pesa que no está aquí, y es Salguero, que teníamos gran necesidad dél, que nos guardara este ganado, que lo entiende muy bien. Mi buen amigo Mimbreño y Antón Pérez y Andrés Díaz, les beso las manos; y a Monguía y Arteaga, Dios los perdone, porque si estuviesen vivos, tengo por imposible negarme. Cuya muerte o vida suplico a vuestra paternidad me haga saber: aunque también querríamos que todos fuésemos juntos, siendo vuestra paternidad nuestro Patriarca; porque, después de creer en Dios, el que no es más que otro no vale nada. Y no vaya vuestra paternidad a Santo Domingo, porque tenemos por cierto que le han de desposeer del trono en que está, y para esto, cesa un hil. La respuesta suplico a vuestra paternidad me escriba, y tratémonos bien, y ande la guerra: porque a los traidores Dios les dará pena, y a los leales el Rey los resucitará, aunque hasta agora no vemos que el Rey ha resucitado alguno, ni da vidas ni sana heridas. Nuestro Señor la muy magnífica y muy reverenda persona de vuestra paternidad guarde, y en gran dignidad acresciente. Desta nuestra fortaleza de la Margarita. -Besa las manos a vuestra paternidad, su servidor,

Lope de Aguirre."

A esta carta respondió el Provincial, y no he podido tener su traslado, mas de que en suma le decía que Monguía y Arteaga estaban buenos, y eran muy servidores del Rey; que ellos y todos se habían pasado a su servicio y como sus leales vasallos; y que le rogaba por Dios que dejase ya el hacer más daños en la isla; y principalmente le encargaba la honra de los templos y mujeres. Venida la tarde, el dicho Provincial se tornó a Maracapana, y sin haber hecho más de mostrar en la mar su venida, hizo más daño que provecho porque se dijo que, si no viniera, nunca el tirano matara a Don Juan el gobernador, ni a los demás que mató. Ya que había venido, si saltara en tierra aunque fuera lejos del pueblo, y se juntara con los vecinos de la isla, que muchos andaban al monte, pudiera ser que muchos soldados del tirano, viendo que tenían quien los favoreciese y recogiese con la voz del Rey en la isla, se le huyeran muchos que estaban contra su voluntad y no se osaban huir, porque no sabían la tierra, ni dónde guarescerse del tirano; y de otra manera no lo osaban hacer porque habían visto que los vecinos y gente de la isla los buscaron y trujeron al tirano algunos de los que se habían huido; y desta manera, por ventura, el tirano perverso se desbaratara o saliera de la isla más presto y con menos poder; pero en esto se ha de tomar el santo celo del Provincial, que su intención fue buena, y de aprovechar a todos, y lo demás atribuirlo a Dios que hace lo que él es servido. Este día que estuvo surto el navío del Provincial, fueron hallados escondidos entre unos cardones en la playa de la mar dos soldados del tirano, que dijeron algunos que se quisieron pasar al navío del fraile, y el tirano los mató luego sin confesión; el uno, llamado Juan de Sant Juan, y el otro Paredes. Partido desta isla, el Provincial fue luego con toda brevedad a dar aviso a Santo Domingo de la venida deste tirano, y de camino avisó la Burburata y toda aquella costa de tierra firme.

Y como el cruel tirano había quemado y echado a fondo los bergantines en que vino a la isla, teniendo por cierto que tomara el capitán Monguía el navío del Provincial y se lo trajera; y como su pensamiento le salió contrario, y viendo que en tres barcos que había tomado allí no podía ir toda la gente, porque eran pequeños, determinó de acabar un navío que tenía armado D. Juan, el gobernador de la isla, y enviando a buscar ciertos carpinteros que andaban huidos por la isla, los mismos vecinos se los trujeron, y los hizo trabajar en él fiestas y domingos hasta que se acabó, que tardaron más de veinte y cinco días; y en este tiempo quemó y derribó muchas casas y estancias de vecinos de la isla que se habían ido al monte, y los robaron mucha ropa y haciendas, y les mataron sus ganados. Mató en este tiempo el tirano a un Martín Díaz de Almendáriz, primo hermano del gobernador Pedro de Orsúa, al cual el dicho tirano, desde que mataron al dicho Gobernador, su primo lo había traído a manera de preso y desarmado; y habiéndole dado licencia para que se quedase en la isla, y el Martín Díaz se había ido del pueblo a una estancia, envió el tirano a ciertos soldados que le matasen, y ellos le dieron garrote y lo mataron; y dijo el tirano a sus soldados que había muerto a Martín Díaz porque tenía propuesto de no dejar enemigo por detrás, y que todo su contento era matar enemigos y poner la vida por sus amigos; y él no dejaba a unos ni a otros.

En este tiempo, que fue día de Nuestra Señora de la Asunción, que llaman de Agosto, fue el dicho tirano con todos sus soldados en ordenanza a la iglesia mayor del pueblo a bendecir ciertas banderas de sus capitanes, y él iba delante de la ordenanza, como Capitán general; y acaso vido en el suelo un rey de naipes, al cual pateó y hizo pedazos, diciendo muchas blasfemias y palabras injuriosas en desacato del rey D. Felipe, nuestro señor, como otras veces lo solía hacer; y no solamente hacía esto, pero blasfemaba y renegaba de Dios, sumo Rey y Señor de todos; y ansimismo hacían otros muchos soldados amigos que, por le imitar y hacer placer, blasfemaban y renegaban continuamente de Dios y del Rey. Y acabadas de bendecir las banderas, las entregó a sus Capitanes y Alférez, y les dijo que aquellas banderas que les daba las pueden defender de todo el mundo, y que no les encargaba ni mandaba más de que mirasen por la honra de los templos y de las mujeres, y que, en lo demás, viviesen como les pareciese y en la ley que quisiesen, que a nadie le iría a la mano. Y aun estas dos cosas que les encargó de los templos, se creyó que las dijo más por no parescer del todo hereje, mal cristiano, como lo era, y para acreditarse en algo con los que estaban presentes, que no porque se entendiese dél que castigaría a ninguno que hiciese lo contrario, según su condición. Dijo aquí a sus soldados que él había hecho nuevo Rey, y que había de nacer nueva ley para en que viviesen sus secuaces y amigos, cosa, cierto, de gran espanto para los que eran cristianos y lo habían de ser o morir, porque en este tiempo gran ocasión había a una voz todos hacer pedazos aquel perverso tirano; mas como la fuerza de malvada gente que era de su opinión, era grande, y los bien intencionados pocos y bien desarmados, su malvada gente que tenía resistió por entonces la gente que contra él tenía indignación; y por mayor lástima tengo que agora andemos iguales, y por una medida y rasero llevados los que se mostraron ser servidores de Dios y del Rey, como los que entonces eran sustentadores de este tirano y de sus herejías y crueldades: porque, como testigo de vista, puedo decir que estos tales, según sus grandes maldades, las justicias de Su Majestad no habían de usar con ellos de ninguna clemencia, aunque, según se va entendiendo, hay tan pocos de éstos que hayan parado en bien, que ahogados, o despeñados, o muertos a manos de indios, hay pocos que se hayan escapado; y Dios, que es justo juez, da el castigo a cada uno como lo meresce y es servido; y esto no me quiero detener, que bien había que tratar, aunque no fuera sino decir cómo estuvo en esto remisa la justicia, digo en donde se desbarató el tirano, que fue en la gobernación de Venezuela.

Estándose acabando el navío, se dijo que el Alférez general del tirano, llamado Alonso de Villena, lo quería matar al dicho tirano y alzar bandera por el Rey; y dando parte desto a ciertos soldados del dicho tirano para que le ayudasen, ellos se lo dijeron, y, enviando a matar el dicho tirano a su Alférez, él lo sintió y se huyó al monte. Y lo que desto se cree y tuvo por cierto en la isla Margarita, y después de ido el tirano se platicaba, fue que, temiéndose de su muerte el dicho Alonso Villena, y que el dicho tirano lo quería matar, que estaba enojado con el Villena, por el peligro se quisiera apartar de su compañía, y no lo osaba hacer, porque era uno de los trece que fueron en matar al buen gobernador Pedro de Orsúa, y había sido siempre muy de ánimo en toda la tiranía, y por temor que las justicias de Su Majestad después lo matarían; y así, teniendo ya determinada y aún aparejada su ida, por escapar la vida si pudiese, dijo a ciertos soldados que él quería matar al tirano, que le ayudasen; y díjolo tan en público, que por fuerza el tirano lo hobo de saber; y luego se huyó, como lo tenía bien acordado, y esto hizo a fin de que después, cuando por las justicias de Su Majestad fuese hecha información de su vivir, pudiese hacer este cargo de servicio al Rey, para descuento de sus maldades, y no para que hobiese efecto lo que decía, sino aspaviento; porque si él quisiera de veras servir a Vuestra Majestad, no lo dijera tan público ni se huyera luego, ni aguardara al tiempo que el tirano se quería embarcar para salir de la Margarita, que es bien claro que, porque no tuviese tiempo para lo buscar, aguardó entonces. Y así el tirano, airado de la huida deste, tomó sospecha de otros, diciendo que eran con el Villena, y sin tener más claridad sino su dañada sospecha, mató asimismo a un Alférez de su guardia, llamado Domínguez, que era amigo del dicho Villena, y matole a puñaladas un Juan de Aguirre, que era mayordomo del dicho tirano, y lo echaron de la fortaleza abajo; y por lo mismo, a otro soldado, llamado Loaysa, también de sus marañones, ahorcó; y a una mujer de un vecino de la isla, llamada Ana de Rojas, la ahorcó del rollo de la plaza, y le tiraron muchos arcabuzazos, porque dijeron al tirano que el Villena entraba muchas veces en su casa de esta mujer, y que allí se concertaba el motín. Envió asimismo a matar al marido de la dicha Ana de Rojas, que se llamaba Diego Gómez, que era un hombre viejo y enfermo, que estaba curándose en una estancia, una legua del pueblo. Mataron a él y a un fraile dominico que con él estaba, dándoles garrote y robando cuanto estaba en la estancia; y volvieron al pueblo, donde el tirano perverso mandó a estos sus diabólicos ministros que, pues ya habían muerto un fraile, que matasen a otro su compañero, que allí estaba en el pueblo, que era asimismo dominico, con el cual este malvado tirano se había confesado; y luego, a la hora, lo mataron estos perversos sayones, y lo metieron en una casa; y cuando lo querían matar, el fraile les rogó que le dejasen primero encomendarse un poco a Dios, y, tendiéndose en el suelo boca abajo, rezó el salmo de Miserere mei y otras oraciones; aunque los perversos tiranos no le dieron mucho espacio; y, levantándose del suelo, se encomendó a Dios, y les dijo que aquella muerte él la tomaba por Dios, que se la diesen la más cruel que pudiesen; y así le dieron garrote, el cordel por la boca, hasta que se la hicieron pedazos; y como no se ahogaba presto le pasaron el cordel al pescuezo. Créese que el dicho fraile murió mártir, por algunas reprensiones que en la confesión debió de dar al dicho tirano. Pasando aquesto, mandó ahorcar el tirano a un fulano Somorostro, vecino de la isla, que era un hombre viejo, porque cuando llegó el tirano a la isla, se había ofrecido a ir con él, y al tiempo de la partida le pidió licencia para quedarse y él se la dio, pero quedó colgado del rollo.

Estando ya casi de camino el tirano, y el navío echado al agua, que se había acabado, mandó ahorcar una mujer de la isla que se decía fulana de Chaves, porque de su casa se le huyó un soldado de los que en esta isla se le allegaron, porque decía que esta mujer lo supo y no le avisó. Muchos de los soldados de la isla, que se habían ofrecido de salir con él, viendo sus crueldades y maldades, se le habían ya huido. Era tan cruel y malo este tirano, que a los que no le habían hecho mal ni daño, los mataba sin causa ninguna; y a otros que él no tenía voluntad ni causa de los matar, porque ninguno se escapase dél sin que tuviese qué contar, los afrentaba. Y mandó que le trajesen un mancebo que estaba en la isla, que no le había venido a ver; y en pena de su descuido, mandó que le rapasen la barba, lavándosela primero con orines hediondos, y le mandó que pagase al barbero, y le hizo traer cuatro gallinas por paga. Y a otro soldado de los suyos, como era un fulano Cayado, que no era hombre de que él hacía cuenta, ni le quería matar, porque se descuidó un día en ir al escuadrón, le mandó asimismo rapar la barba en el rollo de la plaza, y que se la lavasen con el mismo lavatorio que al otro.

Estando ya acabado el navío del todo, y el tirano que se quería partir de la isla, vino un Francisco Fajardo, vecino de un pueblo que se dice Caracas, en la gobernación de Valenzuela, con ciertos indios flecheros y enerbolarios, en socorro de los vecinos de la isla, y se puso en un monte, media legua del pueblo, entre las estancias, y dijeron que por esto no las quemó y destruyó el tirano, que lo tenía determinado de lo hacer, y no osó enviar gente a ello, porque no se le huyesen, que algunos lo habían comenzado a hacer, y si entonces le acometiera el Fajardo, se pasara la más gente del tirano, aunque por temor de que se le habían de huir algunos, hizo el tirano meter sus soldados todos en la fortaleza, a fin de que ya que viniesen a dar en él con los indios flecheros, con este alboroto no pudiese ninguno huir; y así hizo un portillo, a las espaldas de la fortaleza hacia la mar, y por allí hacía embarcar toda la gente uno a uno. En ese tiempo, estando el perverso tirano en la playa de la mar, y la gente ya toda embarcada, que sólo él y algunos amigos suyos quedaban en tierra, llegó a él un soldado de sus marañones, y bien su amigo, y de los más prendados, que se llamaba Alonso Rodríguez, almirante, y le dijo al tirano que se desviase un poco más a tierra, que se mojaba con las olas de la mar; y sin más razones y ocasión, echó mano a su espada, y le dio una cuchillada que casi le derribó un brazo en el suelo; y luego mandó que fuesen a curar a dicho soldado, y ya que lo querían hacer, se arrepintió, y tornó a mandar que le diesen garrote, y así lo hicieron, y lo mataron sin confesión; y luego este tirano fue con algunos de sus amigos a casa de un clérigo, llamado Contreras, cura de la isla, y lo trajo a los navíos y lo embarcó y llevó consigo, harto contra la voluntad del dicho clérigo.

Salió el tirano de la isla Margarita un domingo, después de medio día, postrero de Agosto, del año de mil y quinientos sesenta y un años; habiendo estado en ella cuarenta días, y dejándola tan perdida y asolada y robada de servicio de ganados y comida y otras cosas, que los que en ella quedaban, no se pueden sustentar sino con mucho trabajo, y habiendo hecho las crueldades y maldades que he dicho, y otras muchas más. Mató el tirano por el río, antes de llegar a esta isla, veinte y cinco hombres, y entre ellos al gobernador Pedro de Orsúa, y a D. Juan de Vargas, su teniente, y a Doña Inés, y a un Alonso de Henao, clérigo, y a un Comendador de Rodas. Todos los demás fueron, su Príncipe, almirantes, capitanes, alféreces y sargentos y otros oficiales que este perverso tirano hizo y deshizo, y en matando uno destos, hacía otro en su lugar, y los bienes, armas y servicio de todos los que mataba iban a los herederos forzosos, que eran los amigos y privados del tirano, a quien los repartía todos, y con esto los tenía propicios y llegaba cada día más. Mató en la isla Margarita otros catorce de sus marañones, y once de los vecinos della, con los dos frailes y dos mujeres, que son por todos cincuenta personas las que mató hasta que salió de la isla, sin otros dos indios ladinos que allí mató, y a todos los más dellos sin confesión. Metió en la isla, cuando entró en ella, doscientos hombres, o muy pocos más, con noventa arcabuces y veinte cotas; quedáronsele en la dicha isla, entre muertos y huidos, y otros dejados por la voluntad del tirano, con los que pasaron al fraile con Monguía, cincuenta y siete hombres. Allegáronse allí once o doce soldados. Halló en la isla cincuenta arcabuces y muchas lanzas y espadas, y seis tiros de artillería, los cinco, falconetes de bronce y uno de hierro. Por esta cuenta, sacó de la isla Margarita hasta ciento sesenta hombres, y algunos de los que se le huyeron, llevaron algunos arcabuces, como hasta diez, y quedarle han hasta ciento treinta arcabuces, y las seis piezas de artillería ya dichas. Llevó desta isla casi cien piezas de indios e indias, de las mejores que pudo haber. Llevó tres caballos y un macho, y todos los aderezos de caballos de silla que pudieron haber; porque como supo que ya en Nombre de Dios y en Panamá estaban avisados, y que él no era parte para ir por allí, como había pensado, determinó de irse a la Burburata, y atravesar toda la gobernación de Venezuela, y al Nuevo reino de Granada, y de allí al Pirú, aunque también le salió esta cuenta mala, como la otra primera, como adelante se dirá. Las sillas que de aquí sacó eran para muchos caballos que pensaba tomar en la gobernación de Venezuela.

Salió el tirano, como habemos dicho, de la isla Margarita, un domingo, postrero día de Agosto, con la gente y armas y municiones que habemos contado, y llevaba toda su gente repartida en cuatro navíos, los tres barcos pequeños, y el uno grande, que era el que había acabado de hacer en la Margarita; y en cada uno destos navíos repartió la gente de quien él más se fiaba, a quien encomendó la guardia dellos; y los otros pequeños seguían al en que él iba, que era mayor y más ligero. Antes de llegar a la Burburata, tuvieron muchas calmas y vientos muy contrarios, por manera, que tardó en llegar a la Burburata, desde la dicha isla Margarita, ocho días, que es camino que comúnmente se anda en dos o tres días. En todo el viaje no acaesció caso de muertes, más de que el perverso tirano y sus amigos traidores, como no tenían el tiempo como ellos querían, blasfemaban de Dios y de sus Santos, y de los tiempos y vientos. Decía unas veces el tirano, enojado desto, que no creía en Dios si Dios no era bandolero; que hasta allí había sido de su bando, y que entonces se había pasado a sus contrarios. Amenazaba de muerte a los pilotos y hombres de la mar que llevaba en los navíos: pensaba que le llevaban engañado, que en ellos estaba la falta del tiempo, y enojado con ellos, decía, que si Dios había hecho el cielo para tan ruin y civil gente, que no quería ir allá. Y otras veces, alzando los ojos hacia el cielo, decía: "Dios, si algún bien me has de hacer, agora lo quiero, y la gloria guárdala para tus Santos." Y diciendo estas y otras blasfemias y herejías, llegó a la Burburata, un domingo, a los siete de Septiembre deste año; y en el puerto halló un navío de mercaderías, que sus dueños, viendo venir al tirano, lo echaron a fondo con parte de la carga, que no pudieron sacar, y el tirano le mandó poner fuego y se quemó hasta el agua.