Comentario
Madurez en España
Aunque Fernández de Oviedo tenía veinticuatro años cuando regresa a España, como vamos a ver, podemos decir que sus experiencias en medios cortesanos, sus viajes por Italia, su afición por leer y por escribir, han hecho de él un hombre maduro, que ha tenido responsabilidades importantes, aunque fueran humildes, como es disponer de las llaves de las cámaras de señores --duques, príncipes, reinas-- que le permiten alentar ambiciones. Su historia inmediata parece confirmar esta suposición, porque acompañando a la reina Juana de Nápoles, desde Palermo a Valencia, pasa a Zaragoza, donde a la sazón está el Rey Fernando. Este nuevo contacto con la corte será un indirecto camino para las Indias, porque sus empleos se van encadenando, hasta que es catapultado a América. Veamos.
Fernando el Católico recuerda a Fernández de Oviedo, de cuando había sido paje del Príncipe D. Juan, y al saberlo recién llegado de Nápoles, acompañando a la Reina Viuda de este reino, y estando recién llegado el Duque de Calabria, lo destina a su servicio. Esta consolidación (1503) de status es simultánea con su matrimonio, pues se casa con Margarita Vergara, dentro de un profundo enamoramiento, que le durará toda la vida. Sus escritos revelan esta admiración y pasión por la esposa16 y el tremendo dolor por su muerte, porque ya quedó enferma al parir su primer hijo --muerto-- y pereció por causa del segundo parto.
Al servicio, pues, del Duque de Calabria, marcha con él a la campaña del Rosellón --cuando los franceses apresaron Salses-- que organizó el Rey Católico, recuperando Salses y sitiando a Narbona. Pero siguiendo también a su señor, ordena seguramente todos los libros que, procedentes de la Biblioteca d'Aragona, formada por el Rey Alfonso V, trajo el Duque de Calabria. Entre ellos --cuyo catálogo conocemos-- se encontraban muchos que luego cita en sus obras, como Plinio. Es, pues, esta coyuntura también una ocasión de ilustrarse.
La muerte de Isabel la Católica (26 de noviembre de 1504), a la que tantos elogios hace Fernández de Oviedo, determina muchos cambios en España, y tiene también consecuencias para la vida y fortuna del futuro cronista. Aunque sigue al servicio del Duque de Calabria, no es con la sujeción anterior, y se acerca lo más posible al Rey Católico, que sigue siéndolo de Aragón y regente de Castilla, por el testamento de Isabel, pero que va a tener dificultades con su yerno, el hermoso Felipe de Flandes, como esposo de la heredera del reino de Castilla, Juana, que ya había dado señales, antes de esta fecha, de enajenaciones y alteraciones. Fernando, para contrarrestar a su yerno, se casa con la francesa Germaine de Foix, y tras una entrevista con Felipe, en Valladolid, marcha a su reino patrimonial en 1506, seguido por Fernández de Oviedo, al que había encargado en 1505 que escribiera una lista, nómina o catálogo de los monarcas de España. La incansable actividad de tomar notas y escribir, de que ya había dado muestras Fernández de Oviedo, producirá una de sus obras17.
Su antiguo protector --Fr. Diego de Deza-- fue nombrado Inquisidor, y se acordó de Fernández de Oviedo y sus habilidades con la pluma y su buen orden y le designó Notario Público y Secretario del Consejo de la Santa Inquisición en aquel mismo 1506, pero el cargo le duraría poco tiempo, ya que en 1507 cesa en él. Pero ya estaba encaminado en una profesión que le gustaba, y el 14 de diciembre18 obtiene una de las notarías públicas de Madrid (por traspaso de un notario), lo que indica que había adquirido algunos bienes, suficientes para pagar los gastos de transferencia. En este cargo permanecería hasta 1511.
En estos años va a cambiar nuevamente de estado, pues contrae nupcias con Catalina Rivafecha, de la que no aparecen en ninguno de sus escritos los encendidos elogios que tuvo para Margarita. La boda había tenido efecto en 1508, año del cual se ha encontrado un protocolo suyo, notarial, en que aparece su pulcra letra y su meticulosidad en la ordenación de los índices. En 1509 Catalina le da otro hijo. Aunque su trabajo al lado del Duque de Calabria había concluido, le afectó mucho (si bien no se atreve a dejar constancia por escrito, por fidelidad a Fernando el Católico) la orden de prisión que el Rey dio contra él, que fue confinado (por diez años, hasta 1522) en el Castillo de Játiva.
Como sabemos, en Italia, Fernández de Oviedo había conocido a Gonzalo Fernández de Córdoba, feliz Gran Capitán de la guerra en Calabria. Hombre de buena memoria, el soldado no había echado en olvido su conocimiento, y es posible que hubiera tenido noticias de las actividades literarias, o como hábil escribidor, del futuro cronista. Quizá por esta razón, cuando Fernando el Católico le llama de su retiro de Loja, para que se haga cargo de nuevas campañas en Italia, el Gran Capitán piensa en Fernández de Oviedo como útil secretario, y para este cargo lo reclama. Fernández de Oviedo nos dice escribí por algunos meses para el Gran Capitán. Sí, por poco tiempo, porque el Rey vuelve de su acuerdo, y Gonzalo Fernández de Córdoba licencia a su gente, la dispersa, unos a Italia, algunos a diferentes ocupaciones, y otros a las Indias, de los cuales fui yo uno, por mis pecados, como confiesa Fernández de Oviedo, aunque esta aparente queja quizá no sea sincera, pues la fama de las riquezas indianas, o del porvenir que allí podría fraguarse cada uno, crecía año a año.
Oviedo, al que veremos siempre procurando aprovechar las coyunturas, transformándolas en favorables, si no lo eran, no pierde el tiempo, y posiblemente la dispersión acordada por el Gran Capitán no fue hecha sin apoyar a sus antiguos servidores. Fernández de Oviedo, al regresar a Madrid, procura relacionarse con el Bachiller Conchillos, persona influyente en general en los asuntos públicos, pero esencialmente en los indianos. Consigue de él que le nombre su representante de los intereses que tenía en Indias --eran sustanciosos-- y, encadenándose las cosas, que le designe Veedor de Castilla del Oro, para cuya gobernación se preparaba una nueva gobernación. El salario no sería pequeño --70.000 maravedís--, del cual consigue un adelanto de 35.000, para sus gastos de traslado.
La primera experiencia indiana
Las Indias, que serían su fortuna definitiva, no se le iban a presentar tan placenteras, con una serie de problemas que en realidad no tenían que ver con las Indias en sí, sino con las acciones de los españoles, de los hombres del mundo europeo en el orbis novus. Seis años iba a durar esta primera experiencia, de 1514 a 1520, dividida entre las propias Indias y Europa, pero todo motivado por razones indianas.
En 1512 Fernando el Católico decide poner orden en las cosas del Darién (al que se le ha dado el pomposo nombre de Castilla del Oro) designando Gobernador a Pedro Arias de Ávila, más conocido como Pedrarias Dávila, que fue valiente partícipe en la guerra granadina y deportista consumado, por lo que se le apodó también El Gran Justador. Estaba emparentado con los Moya, que habían acogido en su casa, como infanta, a la Reina Isabel, y a sus setenta y dos años era aún un hombre activo. Severo y autoritario, no se sabía de sus dotes de inflexibilidad, y crueldad, porque esto se probaría en su estancia en las Indias, como veremos. Al anuncio de la gran expedición que se preparaba, muchos --entre ellos Fernández de Oviedo-- se alistaron y pasaron a Sevilla, para el embarque, en 1513, aunque éste no tendría efecto hasta el 4 de abril de 1514. Fernández de Oviedo había conseguido, aparte de la representación de Conchillos, la misión de Escribano General. La expedición iba pletórica de hombres que luego serían nombres notorios en Indias: Hernando de Soto, Diego de Almagro, Hernando Luque, Sebastián de Belalcázar. Pedrarias iba a sustituir a Núñez de Balboa, Adelantado de la Mar del Sur, es decir, encargado de exploraciones por la costa del Pacífico. La llegada se efectúa en junio de aquel mismo año, comenzando Pedrarias su gobierno. Este gobierno se mostró duro para todos: los españoles que iban por el ansia de riqueza, de hallazgo de minas --en la Castilla del Oro-- se negaron a trabajar la tierra, los indios huyeron y muy pronto los víveres escasearon, agravado esto por un incendio de los depósitos de alimentos traídos de España. Muchos murieron, otros se volvieron a España o pasaron a Santo Domingo o Cuba. La tiranía de Pedrarias se hizo imposible, y como dice Amador de los Ríos19 Cansado Oviedo de presenciar las crueldades de Pedrarias, así en los indios como en los españoles, formó la hidalga decisión de volver a España, para dar noticia a su rey y vivir en tierra más segura para su conciencia y vida. Esta decisión la puso en práctica en octubre de 1515, cuando apenas llevaba catorce meses en el Darién. Al saberlo, Pedrarias envió también a apoderados suyos, temeroso de las denuncias que pudiera hacer Fernández de Oviedo.
En España, Oviedo pasa por Sevilla y se entrevista con el Rey --que no olvidaba los servicios prestados por él a su casa-- en Plasencia, pero no toma decisiones, y lo encamina a Conchillos para que él estudie el asunto. Una desgracia imprevista dejará al futuro cronista sin interlocutor, porque el 23 de enero de 1516 muere el rey Fernando. Quedaba como regente el Cardenal Cisneros y desde Gante el heredero --el joven Carlos, de dieciséis años--, designaba como co-gerente a su preceptor, el flamenco Adriano de Utrecht, dignidad de la Iglesia. ¿Qué postura adoptaría Fernández de Oviedo? Había varias alternativas: quedarse en España y buscar fortuna; regresar a Indias renunciando a la lucha, con todos los riesgos que esto suponía, y continuar con denuedo en su empeño. De momento decide esto último y pasa a Flandes para entrevistarse con el nuevo rey de España --Carlos--, aunque éste no había sido todavía proclamado como tal, pero era el indudable futuro monarca, y ya estaba rodeado de personas que lo asesoraban, como el italiano Mercurino Gattinara. Muchos de los antiguos colaboradores de los Católicos Reyes, desplazados por Cisneros, habían marchado también a Flandes, lo cual significaba que Carlos y los suyos estaban enterados de lo que se hacía en España. Entre las cosas que luego se demostró que no le gustaban a Carlos estaba la aplicación de un gobierno teocrático (lo que Giménez Fernández --1593-- llama Plan Cisneros-Las Casas para la reformación de las Indias), consistente en encomendarlo a frailes jerónimos. Carlos de Gante le escucha, y debió quedar prendido de su habla y conocimientos, pues lo remite a los regentes (Cisneros y Adriano), con orden de que se le paguen los gastos. Confiando en esto, regresa Fernández de Oviedo a España, pero ni es recibido, ni se le abonan los gastos. Es entonces cuando, quizá desengañado o desorientado sobre el camino a seguir, se dedica a labores literarias, redactando las aventuras del caballero Claribalte, o sea un libro de Caballería20. Pero algo sí había ganado, y le sería muy útil en lo porvenir: el conocimiento y amistad con Carlos, al que llamará ya César en muchos de sus escritos. Había transcurrido en todo ello el año 1516. El 1517 se presentaba prometedor.
Prometedor porque Carlos desembarca en España, y Fernández de Oviedo toma nuevo contacto con él, o al menos se hace visible, acompañándolo dos años después a su viaje a Barcelona. Para los que entendían en cosas indianas se abría un horizonte de esperanzas; entre ellos se contaba el clérigo Bartolomé de las Casas21, que proponía se le concediera una gobernación en Cumaná, segregada de la del Darién22, donde se aplicaría un sistema pacífico de contacto con los indios, sin intervención de nadie más que de eclesiásticos. La petición le fue concedida.
Paralelamente, Fernández de Oviedo concibe una idea semejante, pero absolutamente laica, o mejor: caballeresca. Pretendía que se pusieran a su disposición 100 caballeros de Santiago --para lo cual era necesario que a él se le concediera la Cruz de la Orden-- para realizar la conquista de otro territorio, desgajado también de la gobernación del Darién. Muchas razones aconsejaron al Consejo real el negarse a la petición, por lo cual Fernández de Oviedo renueva su denuncia contra Pedrarias, consiguiendo que se le destituya, designando en su lugar a Lope de Sosa, entonces en Canarias. De rechazo consigue la designación de Regidor perpetuo de Santa María de la Antigua, la Escribanía General y el nombramiento de receptor de multas. No hace falta resaltar que Oviedo sigue manifestando su capacidad de maniobra, y que su voz es convincente, y saca partido en cada ocasión.
Hábil también para conseguir adelantos, logra que se le paguen 15.000 maravedíes, en 1520, con lo cual se embarca con su familia camino de las Indias, pasando por Canarias, donde se entera de que Sosa le precede, sigue para Santo Domingo, y allí recibe la noticia de que Sosa ha muerto y que, por lo tanto, sigue Pedrarias de Gobernador. Se detiene en Puerto Rico --Isla de San Juan se la llamaba entonces-- y sigue, no sin temor, hasta el Darién. Con sorpresa tiene un gran recibimiento, al menos muy cortés, que no le engaña. Todos tienen miedo de lo que haya dicho en la Corte, de las provisiones y órdenes que traiga. Pero, por el momento, su ánimo se tranquiliza.
No sabía Fernández de Oviedo lo que había ocurrido en su ausencia, mientras estaba en España. Una vez cumplidos los trámites de cortesía, Pedrarias pasó a presentar sus respetos a la nueva esposa del nuevo regidor perpetuo de Santa María de la Antigua --capital hasta hacía poco de la gobernación de Castilla del Oro--. Esta sería la primera y desagradable sorpresa que recibiría Fernández de Oviedo, que había una nueva capital, al otro lado del istmo, sobre la costa del Pacífico. Había sido decisión de Pedrarias --en lo que demostraba su talento estratégico-- el trasladar el centro de futuras exploraciones a la otra banda de Tierra Firme, siguiendo la orientación dada por Vasco Núñez de Balboa (al que había ejecutado con fútiles pretextos). De hecho, Pedrarias se convertía en el Adelantado de la Mar del Sur y a él cabría la gloria de haber iniciado las exploraciones hacia el sur-sur-este (futuro Perú) y hacia el noroeste. Triste noticia para Oviedo, que veía que su ciudad, de la que iba a ser regidor perpetuo, caería en el olvido y que a sus expensas se engrandecería la nueva capital, Panamá23.
Tres años duros le esperaban a Fernández de Oviedo en su lucha contra Pedrarias (que no ignoraba las gestiones que el futuro cronista había hecho contra él en España), que si seguía de Gobernador era porque Lope de Sosa había fallecido.
Fernández de Oviedo se dispone a resistir todo lo posible, a aceptar o presentar batalla. Por ello, ante la amenaza de despoblación de Santa María, se pone a construir una casa de piedra, como expresión de su voluntad de permanencia en ella. No se trata de una interpretación que haga el historiador de hoy, sino que lo dice el propio interesado:
E assí como otros la desamparaban (a Santa María), comencé yo a labrar e dexé yo de la traza e dineros a mi muger para que hiciese mi casa24.
Yo hice una casa en la ciudad de Sancta María del Antigua del Darién... que me costó quince mil pesos de buen oro, en la cual se pudiera aposentar un príncipe, con buenos aposentos, altos e baxos e con un hermoso huerto de muchos naranjos e otros árboles, sobre la ribera de un gentil río que pasa por aquella cibdad.25
Pero Pedrarias lo reclama para Panamá, pues como Veedor de fundiciones (lo que hoy llamaríamos inspector) tenía que estar presente en las que ya se venían retrasando en Panamá. Oviedo no tiene más remedio que ir a cumplir esta nueva servidumbre impuesta por la flamante capitalidad. Se le ocurre entonces iniciar un juicio de residencia contra Pedrarias, pero éste, con un grande y previsor tacto político, le hace una merced, que realmente era una trampa: le designa su teniente en Santa María, en sustitución de un tal Estete. Era un modo de que Oviedo se enfrentara con sus conciudadanos, como en efecto sucedió, porque él era enemigo de los amancebamientos (Corral, un hombre prominente de la colonia, tenía tres hijos con la hija de un cacique del interior, y el deán Zalduendo no era un modelo de continencia), de las borracheras, de la corrupción. Le tocaba a Fernández de Oviedo ocupar puestos de responsabilidad, él que hasta entonces se había hallado en su torno pero no en el centro del vértigo político. Este año de 1521 traería a Fernández de Oviedo una nueva tristeza: su segunda esposa moría el 10 de noviembre. Su gobierno fue en términos generales muy fructífero y ordenado, pues se estableció un comercio de manufacturas con los indios, especialmente de las islas, que rindió muy pronto más de 50.000 pesos. Pero aquellos a los que multaba, expulsaba o castigaba, no estaban contentos, en especial Corral y Zalduendo. El detonante fue una sublevación india --entre los caciques levantados se contaba el suegro de Corral--. Este consiguió que los que se habían presentado voluntarios para ir a castigar a los sublevados, se retiraran, y así el capitán Murga y unos pocos soldados fueron muertos por los indios. Oviedo abrió proceso al Bachiller Corral, en el que se probó que había estado en connivencia con los indios, luego era un traidor. Oviedo le aprisionó y lo envió con grillos a España, porque si pasaba el proceso a la superior instancia de Pedrarias, sabía que todo estaría perdido. Así las cosas, sus enemigos acuerdan asesinarlo, encomendando la tarea a un tal Simón Bernal, criado del Deán Zalduendo
Oviedo había mandado aderezar un barco para ir a Nombre de Dios, para completar la residencia contra Pedrarias, pero antes de salir, estando en plática, a la puerta de la Iglesia de San Sebastián, con el Alcalde de Santa María, Simón Bernal... Pero mejor es que leamos lo que el mismo Oviedo relata sobre ello26:
Quando este llegó (Simón Bernal) donde el alcalde e yo nos paseabamos delante de la iglesia, quitose el bonete, acatandome, e yo abaxé la cabeza, como quien diçe: bien venido seays; y arrimose a una pared frontero de la iglesia. Y el alcalde en esta sazón me rogaba que diesse la vara del alguacilazgo de aquella ciudad a un hombre de bien (porque yo tenía poder para proveer de aquel oficio, quando conviniesse, en nombre del alguacil mayor, el bachiller Enciso por su absencia, que estaba en España y era amigo); e dixe al alcalde que me placía de hacer lo que me rogaba, porque me parecía que era buena persona aquel, para quien me pedía la vara del alguacilazgo. Y en este momento llegó por detras el Simón Bernal con un puñal luengo y muy afilado, aunque tenía otra espada ceñida, e diome una gran cuchillada en la cabeza y descendió cortando por debaxo de la oreja siniestra e cortome un pedazo grande de la punta e hueso de la quixada y entro hasta media mexilla, e fue tan grande e honda herida que me derribó e dio conmigo en tierra; y al caer diome otras dos cuchilladas sobrel hombro izquierdo: e todo tan presto que antes que el alcalde le viesse ni yo me reconociesse, era hecho todo lo dicho.
Mientras el criminal huía, Fernández de Oviedo fue llevado a su casa, en tal estado que el barbero-cirujano dijo que no valía hacerle curas, pues era muerto. La fortaleza física de Oviedo venció los males causados, mientras el agresor estaba escondido, pues ni siquiera Zalduendo quiso acogerlo en sagrado, en su iglesia. Apenas pudo hablar, el malherido Oviedo hizo testamento y promesa de perdón a todos. El juez Aragoncillo mandó prender a Bernal y ordenó se le mutilara de castigo, pero en la cárcel el condenado murió desangrado. Entretanto, los enemigos de Oviedo habían pedido --urgidamente-- a Pedrarias que reclamara para su autoridad el juicio, pero el mensajero llegó cuando Bernal era ya muerto.
Apenas tuvo fuerzas, Fernández de Oviedo comprendió que no podía lograr nada contra Pedrarias, por lo que decide marchar a España, pero sin decirlo a nadie. ¿Cómo hacerlo? Mandó aparejar un navío --donde embarcó a su familia (se había casado por tercera vez, aunque no sabemos el nombre de esta esposa)-- diciendo que iba a Nombre de Dios, y se encaminó hacia Cuba, donde Velázquez le atiende. Había iniciado su viaje el 13 de julio de 1523, tras casi diez años de experiencia indiana. De Cuba pasó a Santo Domingo, donde halló al Almirante Diego Colón --su antiguo compañero al servicio del Príncipe Don Juan--, al que contó todos los excesos de Pedrarias, con gran escándalo de Don Diego. Colón le invita a tomar parte en el viaje que dispone para entrevistarse en España con el Rey Carlos, y Oviedo acepta, saliendo para España el 16 de septiembre (1523).
Cada una de las travesías (Santa María-Cuba, Cuba-Santo Domingo, Santo Domingo-Sanlúcar) fueron pésimas, a punto varias veces de naufragio, como si fuera su sino en viajes atlánticos. El 15 de noviembre pisaba nuevamente tierras españolas, no como un regresado, sino para continuar su lucha y comenzar nuevas empresas literarias.