Comentario
CAPÍTULO VII
Muy contentos se fueron a jugar al patio del juego de pelota; estuvieron jugando solos largo tiempo y limpiaron el patio donde jugaban sus padres.
Y oyéndolos, los Señores de Xibalbá dijeron: -¿Quiénes son esos que vuelven a jugar sobre nuestras cabezas y que nos molestan con el tropel que hacen? ¿Acaso no murieron Hun Hunahpú y Vucub-Hunahpú, aquellos que se quisieron engrandecer ante nosotros? ¡Id a llamarlos al instante!
Así dijeron Hun Camé, Vucub Camé y todos los Señores. Y enviándolos a llamar dijeron a sus mensajeros: -Id y decidles cuando lleguéis allá: "Que vengan, han dicho los Señores; aquí deseamos jugar a la pelota con ellos, dentro de siete días queremos jugar; así dijeron los Señores, decidles cuando lleguéis", fue la orden que dieron a los mensajeros. Y éstos vinieron entonces por el camino ancho de los muchachos que conducía directamente a su casa; por él llegaron los mensajeros directamente ante la abuela de aquéllos. Comiendo estaba cuando llegaron los mensajeros de Xibalbá.
-Que vengan, con seguridad, dicen los Señores, dijeron los mensajeros de Xibalbá. Y señalaron el día los mensajeros de Xibalbá: Dentro de siete días los esperan, le dijeron a Ixmucané.
-Está bien, mensajeros, ellos llegarán, respondió la vieja. Y los mensajeros se fueron de regreso.
Entonces se llenó de angustia el corazón de la vieja. ¿A quién mandaré que vaya a llamar a mis nietos? ¿No fue de esta misma manera como vinieron los mensajeros de Xibalbá en ocasión pasada, cuando vinieron a llevarse a sus padres?, dijo su abuela, entrando sola y afligida a su casa.
Y en seguida le cayó un piojo en la falda. Lo cogió y se lo puso en la palma de la mano, y el piojo se meneó y echó a andar.
-Hijo mío, ¿te gustaría que te mandara a que fueras a llamar a mis nietos al juego de pelota?, le dijo al piojo. "Han llegado mensajeros ante vuestra abuela", dirás; "que vengan dentro de siete días, que vengan, dicen los mensajeros de Xibalbá; así lo manda decir vuestra abuela", le dijo ésta al piojo.
Al punto se fue el piojo contoneándose. Y estaba sentado en el camino un muchacho llamado Tamazul, o sea el sapo.
-¿A dónde vas?, le dijo el sapo al piojo.
-Llevo un mandado en mi vientre, voy a buscar a los muchachos, le contestó el piojo al Tamazul.
-Está bien, pero veo que no te das prisa, le dijo el sapo al piojo. ¿No quieres que te trague? Ya verás cómo corro yo, y así llegaremos rápidamente.
-Muy bien, le contestó el piojo al sapo. En seguida se lo tragó el sapo. Y el sapo caminó mucho tiempo, pero sin apresurarse. Luego encontró a su vez una gran culebra, que se llamaba Zaquicaz.
-¿A dónde vas, joven Tamazul?, díjole al sapo Zaquicaz.
-Voy de mensajero, llevo un mandado en mi vientre, le dijo el sapo a la culebra.
-Veo que no caminas aprisa. ¿No llegaré yo más pronto?, le dijo la culebra al sapo. -¡Ven acá!, contestó. En seguida Zaquicaz se tragó al sapo. Y desde entonces fue ésta la comida de las culebras, que todavía hoy se tragan a los sapos.
Iba caminando aprisa la culebra y habiéndola encontrado el Vac, que es un pájaro grande, al instante se tragó el gavilán a la culebra. Poco después llegó al juego de pelota. Desde entonces fue ésta la comida de los gavilanes, que devoran a las culebras en los campos.
Y al llegar el gavilán, se paró sobre la cornisa del juego de pelota, donde Hunahpú e Ixbalanqué se divertían jugando a la pelota. Al llegar, el gavilán se puso a gritar: ¡Vac có! ¡Vac-có! [¡Aquí está el gavilán!], decía en su graznido. ¡Aquí está el gavilán!
-¿Quién está gritando? ¡Vengan nuestras cerbatanas!, exclamaron. Y disparándole en seguida al gavilán, le dirigieron el bodoque a la niña del ojo, y dando vueltas se vino al suelo. Corrieron a recogerlo y le preguntaron: -¿Qué vienes a hacer aquí?, le dijeron al gavilán.
-Traigo un mensaje en mi vientre. Curadme primero el ojo y después os diré, contestó el gavilán.
-Muy bien, dijeron ellos, y sacando un poco de la goma de la pelota con que jugaban, se la pusieron en el ojo al gavilán. Lotzquic le llamaron ellos y al instante quedó curada perfectamente por ellos la vista del gavilán.
-Habla, pues, dijeron al gavilán. Y en seguida vomitó una gran culebra.
-Habla tú, le dijeron a la culebra.
-Bueno, dijo ésta y vomitó al sapo.
-¿Dónde está tu mandado que anunciabas?, le dijeron al sapo.
-Aquí está el mandado en mi vientre, contestó el sapo. Y en seguida hizo esfuerzos, pero no pudo vomitar; solamente se le llenaba la boca como de baba, y no le venía el vómito. Los muchachos ya querían pegarle.
-Eres un mentiroso, le dijeron, dándole de puntapiés en el trasero, y el hueso del anca le bajó a las piernas. Probó de nuevo, pero sólo la baba le llenaba la boca. Entonces le abrieron la boca al sapo los muchachos y una vez abierta, buscaron dentro de la boca. El piojo estaba pegado a los dientes del sapo; en la boca se había quedado, no lo había tragado, sólo había hecho como que se lo tragaba. Así quedó burlado el sapo, y no se conoce la clase de comida que le dan; no puede correr y se volvió comida de culebras.
-¡Habla!, le dijeron al piojo, y entonces dijo el mandado: -Ha dicho vuestra abuela, muchachos
"Anda a llamarlos; han venido mensajeros de Hun-Camé y Vucub Camé para que vayan a Xibalbá, diciendo: 'Que vengan acá dentro de siete días para jugar a la pelota con nosotros, que traigan también sus instrumentos de juego, la pelota, los anillos, los guantes, los cueros, para que se diviertan aquí', dicen los Señores." "De veras han venido", dice vuestra abuela. Por eso he venido yo. Porque de verdad dice esto vuestra abuela y llora y se lamenta vuestra abuela, por eso he venido.
-¿Será cierto?, dijeron los muchachos para sus adentros, cuando oyeron esto. Y yéndose al instante llegaron al lado de su abuela; sólo fueron a despedirse de su abuela.
-Nos vamos, abuela, solamente venimos a despedirnos. Pero ahí queda la señal que dejamos de nuestra suerte: cada uno de nosotros sembraremos una caña, en medio de nuestra casa la sembraremos: si se secan, esa será la señal de nuestra muerte. ¡Muertos son! , diréis, si llegan a secarse. Pero si retoñan: ¡Están vivos!, diréis, ¡oh abuela nuestra! Y vos, madre, no lloréis, que ahí os dejamos la señal de nuestra suerte, dijeron.
Y antes de irse, sembró una [caña] Hunahpú y otra Ixbalanqué; las sembraron en la casa y no en el campo, ni tampoco en tierra húmeda, sino en tierra seca; en medio de su casa las dejaron sembradas.