Época: Transformaciones pol
Inicio: Año 1336
Fin: Año 1416

Antecedente:
La primera fase de la Guerra de los Cien Años



Comentario

El periodo de plenitud vivido por la Corona de Aragón desde finales del siglo XIII se quebró a mediados del siglo XIV para dar paso a una profunda y larga decadencia que se prolongó durante el siglo XV. Consecuencia decisiva de este proceso fue la ruptura entre las directrices políticas de la monarquía y la voluntad de su base social.
El reinado bifronte de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) representa a un tiempo el último esplendor de la Corona de Aragón y las primeras manifestaciones de su declive (Peste Negra, crisis demográfica, socio-económica y política). Prosiguiendo la labor de sus antecesores, Pedro IV realizó una laboriosa política de reintegración de territorios mediterráneos que fructificó en las anexiones de Mallorca-Rosellón-Cerdaña (1349), Sicilia (1377) y los ducados almogávares de Atenas y Neopatria (1379-1388). Estos éxitos acrecentaron la Corona de Aragón, pero a costa de su agotamiento militar en la guerra naval contra Génova y en la pacificación de Cerdeña frente a los jueces de Arborea y la familia de los Doria (1353-1420).

En la Península Pedro IV colaboró con Alfonso XI en la Batalla del Estrecho, pero el expansionismo de su hijo Pedro I provocó el enfrentamiento con Castilla -Guerra de los Dos Pedros (1356-1365)-y el reconocimiento de la hegemonía castellana. Consecuencia de esta guerra fue la entronización de los Trastámara, en la que Pedro IV jugó un papel decisivo. En el interior, su política autoritaria le permitió derrotar a las "Uniones" de las noblezas aragonesa -batalla de Épila(1348)- y valenciana, y abolir el "Privilegio de la Unión" de 1283. Parte de este reforzamiento regio fue la reforma de la Corte -Ordenamientos de Corte (1344)-, origen de su apelativo de Ceremonioso. Sin embargo, Pedro IV no pudo evitar que las Cortes catalanas aprovecharan sus guerras exteriores para limitar aún más el poder real creando la "Diputación del General de Cataluña" (Generalitat), comisión permanente de las Cortes cuya función económica-control de los subsidios adquirió pronto carácter político.

El breve reinado de Juan I el Cazador (1387-1395) se define por un proceso de aristocratización consecuencia del cambio de mentalidad que experimenta Cataluña a finales del siglo XIV. Ello supuso la renuncia a la tradicional política mediterránea, la amistad con Francia y Castilla, el apoyo al Papado de Aviñón y la dejación de los problemas de Cerdeña y Sicilia.

Muerto Juan I sin heredero, subió al trono su hermano Martín I el Humano (1395-1410), que retomó la política mediterránea tras el paréntesis abandonista de su antecesor. El dominio sobre Sicilia y la ardua pacificación de Cerdeña frente al vizconde de Narbona y los Doria en la batalla de San Luri (1409), vencida por su hijo Martín el Joven, no ocultaron que la Corona de Aragón había perdido el dominio del Mediterráneo occidental a manos de potencias atlánticas como Castilla y Portugal. Martín I participó en el problema del Cisma apoyando al aragonés Benedicto XIII, lo que más tarde tendría importantes repercusiones. En el interior reforzó la autoridad real recuperando bienes enajenados a la Corona, pero no solucionó otros problemas latentes (remensas, conflictos políticos en Barcelona, presión del pactismo). Su muerte en 1410 sin heredero varón supuso el definitivo agotamiento del "Casal de Barcelona". Al no elegir un sucesor, Martín I abrió una crisis de amplísimas consecuencias.

Varios candidatos reclamaron el trono en 1410: Jaime, conde de Urgel; Alfonso, duque de Gandía; Luis de Anjou o Calabria; Fernando de Antequera; Federico, conde de Lunar; y Juan II de Castilla. Jaime de Urgel, natural y "llochtinent" (lugarteniente) de Martín I, parecía el candidato más claro, pero tenía enemigos en todos los reinos. Luis de Anjou y, más tarde, Fernando de Antequera fueron sus verdaderos rivales. Cataluña propuso la reunión de unas cortes generales, pero las luchas de bandos en Aragón y Valencia -Urrea (Anjou) contra Luna (Urgel) y Centelles (Anjou) contra Vilaragut (Urgel)-lo impidieron.

A mediados de 1411 el bando proangevino Urrea-Centelles fue abandonado por Luis de Anjou, hasta ese momento principal rival de Jaime de Urgel, y se vinculó entonces a Fernando de Antequera. Este contaba con el poder de Castilla, un gran prestigio, enormes recursos personales, un ejército preparado y el apoyo del papa aviñonés Benedicto XIII -el papa Luna- y de parte del clero catalano-aragonés (como el popular Vicente Ferrer). Fernando dominó militarmente Aragón -luego Valencia- y reunió un parlamento favorable en Alcañiz. Benedicto XIII propuso designar nueve compromisarios- tres por reino, excepto Mallorca- para resolver la sucesión. Las Cortes catalanas aceptaron la oferta, pero, muy divididas, no eligieron a sus representantes y aceptaron los propuestos por Aragón, cediendo al reino aragonés todo el protagonismo. Reunidos los compromisarios en Caspe, Fernando de Antequera fue elegido rey de Aragón en 1412 por los tres representantes aragoneses, dos valencianos (los aviñoneses Vicente Ferrer y su hermano Bonifacio) y uno catalán.

Al margen de polémicas, la entronización de los Trastámara en Aragón debe ser explicada en el seno de una contexto histórico especifico. Sólo así se comprende un acontecimiento en el que fueron decisivos la gran división interna de la Corona catalano-aragonesa, el poder y prestigio de Fernando de Antequera y el problema latente del Cisma, que en Aragón había alcanzado especial relevancia al ser un natural (Benedicto XIII) la cabeza del Pontificado de Aviñón. El respaldo de Castilla, las ventajas comerciales de la unión dinástica y el peligro de una guerra civil o de la desmembración de la Corona también favorecieron al castellano. El papel de Cataluña en Caspe vino definido por su propia debilidad interna, consecuencia de la crisis sufrida por el Principado durante el siglo XIV. Sin cohesión interna ni su proverbial peso político en el conjunto de la Corona, Cataluña no pudo tomar una decisión concreta ni imponerla, como otras veces, a Aragón y Valencia, interesados en la vinculación mercantil con Castilla. El Compromiso de Caspe simboliza la decadencia de una Cataluña incapaz de mantener su tradicional papel de motor de los destinos históricos de la Corona de Aragón.

La llegada de los Trastámara en la persona de Fernando I (1412-1416) envalentonó al pactismo catalán, crecido ante el carácter electivo del nuevo monarca y la debilidad del rey cuando estalló la rebelión de Jaime de Urgel. En las Cortes de Barcelona (1413) la Diputación del General de Cataluña logró un primer triunfo al convertirse en un organismo político paralelo a la Corona con intervención en el gobierno. Esta reacción feudalizante dio nuevos pasos con las constituciones señoriales "Com a Molts" (1413) y en las Cortes de Tortosa-Montblanch (1413-14), en las que Fernando I, sometida la revuelta urgelista, pudo sacudirse la presión de la oligarquía catalana y demostrar que los Trastámara seguirían la política de fortalecimiento regio iniciada por Pedro IV y Martín I. Fernando I mantuvo la vocación mediterránea de sus predecesores en Sicilia y Cerdeña y sentó las bases de la futura política italiana de Alfonso V gracias a su alianza con Benedicto XIII, al que retiró su apoyo en la cuestión del Cisma en 1416.