Comentario
II
En los cúes había estos sacerdotes siguientes
Había un sacerdote mayor, sobre todos los sacerdotes, llamado petámuti, que le tenían en mucha reverencia. Ya se ha dicho cómo se componía este sacerdote, que era que se ponía una calabaza engastonada en turquesas, y tenía una lanza con un pedernal y otros atavíos; y otros muchos sacerdotes que tenían este cargo, llamados curitiecha, que eran como pedricadores, y hacían las cirimonias, e tenían todos sus calabazas a las espaldas, y decían quellos tenían a sus cuestas toda la gente. Estos iban por la provincia a hacer traer leña, como está ya dicho. En cada cu o templo había su sacerdote mayor, como obispo, diputado sobre los otros sacerdotes. Llamaban a todos estos sacerdotes cura que quiere decir abuelo y todos eran casados, y veníanles por linaje a estos oficios y sabían las historias de sus dioses y sus fiestas.
Había otros sacerdotes llamados curizitacha o cuirípecha, que tenían cargo de poner encienso en unos braseros de noche y pilas en sus tiempos. Estos agora traen ramas y juncia para las fiestas.
Había otros sacerdotes llamados thiuimencha, que se componían y llevaban sus dioses a cuestas, y estos iban ansí con sus dioses a las guerras, y les llamaban de aquel nombre de aquel dios que llevaban a cuestas.
Había otros sacerdotes llamados áxamencha, que eran los sacrificadores, y desta dignidad era el cazonci y los señores, y eran tenidos en mucho.
Había otros, llamados hopitiecha, que eran aquellos que tenían a los que habían de sacrificar de los pies y de las manos, cuando los echaban en la piedra del sacrificio; había uno diputado sobre todos éstos.
Había otros, llamados patzariecha, que eran los sacristanes y guardas de sus dioses.
Había otros que eran atablaeros, y otros tañen unas bocinas y cornetas.
Otros eran pregoneros. Cuando traían los cativos de la guerra, venían cantando delante dellos, y llamábanlos hatapatiecha. Estaba uno diputado sobre todos éstos.
Había otros llamados quiquiecha, que llevaban arrastrando los sacrificados al lugar donde alzaban las cabezas en unos varales.
Había otros sacerdotes llamados hirípacha, que tienen cargo de hacer unas oraciones y conjuros, con unos olores llamados andúmucua, en las casas de los papas, cabe los fuegos que ardían allí, cuando habían de ir a las guerras.
III
De los oficios de dentro de su casa del cazonci
Todo el servicio de su casa era de mujeres y no se servía dentro de su casa sino de mujeres, pues tenía una diputada sobre todas las otras, llamada yreri, y aquélla era más familiar a él que las otras, y era como señora de las otras y como su mujer natural. Había dentro de su casa muchas señoras, hijas de principales, en un encerramiento, que no salían sino las fiestas a bailar con el cazonci. Estas hacían las ofrendas de mantas y pan para su dios Curicaueri. Decían que eran aquellas mujeres de Curicaueri. En éstas tenía muchos hijos el cazonci, y eran parientas suyas muchas dellas, y después casaba algunas destas señoras con algunos principales. Todas éstas tenían repartidos los oficios de su casa entre sí.
Una tenía cargo de guardar todas sus joyas, como era bezotes de oro y de turquesas, y orejeras de oro, y brazaletes de oro; llamábase ésta chuperípati, y ésta tenía otras mujeres consigo.
Era otra su camarera, con otras mujeres que le daban de vestir que servían de pajes.
Había otra que tenía cargo de guardar todos sus jubones de guerra de algodón y jubones de plumas de aves.
Había otra que era su cocinera, con otras mujeres que le hacían pan para él, y no digo para su mesa porque no comían en mesas.
Había otra que era paje de copa, llamada atari.
Otra que le traía la comida, que servía de maestresala.
Otra que hacía sus salsas, llamada iyámati; todas éstas, cuando le traían de comer, traían los pechos de fuera.
Había otra que tenía en cargo todas sus mantas delgadas, llamada siquapu uri.
Había otra que tenía en cargo todos los sartales que se ponía el cazonci en las muñecas, de piedra; y turquesas y plumajes.
Había otra mujer, diputada sobre todas las esclavas que tenía en su casa, llamada pazápeme.
Había otra que tenía en cargo las semillas.
Otra que tenía en cargo todo su calzado.
Había otra que tenía cargo de rescibir todo el pescado que traían a su casa.
Había otra que tenía cargo de hacelle mazamor(r)as al cazonci.
Había otra que guardaba las mantas grandes, llamadas quapímequa, que eran para ofrenda a sus dioses.
Había otra, llamada quataperi, que era guarda destas mujeres.
Había un viejo para guarda de todas.
Había otra que tenía cargo de guardar toda la sal que traían a su casa, que se ponía en unos troxes.
Sus hijos tenían sus casas, cada uno por sí, desde que los daba a criar, y llegábanse los parientes de aquella mujer, cuyo era el hijo, y hacíanle sementeras y mantas y él les daba de sus esclavas y esclavos que dejaban de sacrificar de las guerras, llamados teruparaqua euaecha.
Tenía mucha gente con sus principales, que le hacían sementeras de axí e fríjoles e maíz de regadío y maíz temprano, y que le traían fructas, llamados ahtzípecha.
También tenían desta gente por los pueblos, los señores y señoras, y hoy en día se los tienen dellos. Son sus parientes dellos esclavos de las guerras que tomaron sus antepasados o que ellos rescataban por hambre, que les dieron algún maíz prestado, o los tomaban con algunos hurtos en sus sementeras, o esclavos que compraron de los mercaderes, de los cuales agora se sirven en sus sementeras y servicio de sus casas.
Tenía otros diputados para sus pasatiempos que le decían novelas, llamados uandozinquarecha, y muchos truhanes, que le decían guerras y cosas de pasatiempo.
Cuando algún señor había de hablar con el cazonci, quitábase el calzado, y poníase unas mantas viejas, y apartados dél le hablaban. Iba muchas veces a las guerras con su arco e flechas que llevaba en la mano, y cuando caía alguna vez enfermo traíanle en una hamaca los valientes hombres y los señores.
Iba alguna vez a caza de venados, y otras veces enviaba la gente. Tenía sus baños calientes, donde se bañaba con sus mujeres, todos juntos. Todo su ejercicio era entender en las fiestas de los dioses, y de mandar traer leña para los cúes y de inviar a las guerras. Todos estos señores no tenían otra virtud sino la de la liberalidad, que tenían por afrenta ser escasos. Cuando entraban en su casa, que inviaba algún cacique de algún pueblo, hacíanles dar mantas a los mensajeros y camisetas. Repartían muchas veces mantas a la gente en sus fiestas y banquetes, que hacía a todos los señores.
Había una persona principal en la cibdad, que sabía todas las sementeras del pueblo, cúyas eran, y éste oía todos los pleitos de sementeras y tierras, y las daba a cuyas eran.
IV
De las entradas que hacían en los pueblos de sus enemigos
Antes de que partiesen a la guerra, por la fiesta de Hanziuánsquaro, mandaba traer el cazonci leña para los cúes por toda la provincia, y en la vigilia de la fiesta, estaba alzaba toda aquella leña en grandes rimeros en el patio. Entonces un sacerdote llamado Hirípati, y cinco de los sacrificadores y cinco de otros sacerdotes llamados curitiecha, hacían unas pelotillas de olores en una casa que estaba en su casa del cazonci y poníanlas en unas rajas de encima y después ponían todas aquellas pelotillas de aquellos olores en unas calabazas y dábanles unas cazuelas y unos cañutos de sahumerios y llevaban aquellas cazuelas al hombro cinco sacerdotes llamados thiuimencha, y ansí iban todos estos a las casas de los papas, y poníanse a las puertas de aquellas casas los sacrificadores, y colgaban allí sus calabazas, a las entradas de las puertas, y iban los sacerdotes que llevaban los dioses a cuestas, y tocaban sus cornetas en los cúes altos, y a la media noche miraban una estrella del cielo, y hacían un gran fuego en aquellas casas de los papas, y ponían unas rajas cerca de aquellos fuegos, y allí ponían sus calabazas, y venía aquel sacerdote llamado hirípati y llegábase al fuego, y tomaba de aquellas pelotillas de olores, y hacía la presente oración al dios del fuego: "Tú, dios del fuego, que aparesciste en medio de las casas de los papas, quizá no tiene virtud esta leña que habemos traído para los cúes, y estos olores que teniemos aquí para darte: rescíbelos tú que te nombran primeramente mañana de oro, y a ti Uurendecuauécara, dios del lucero, y a ti que tienes la cara bermeja, mira, que con grita trujo la gente esta leña para ti." Acabada esta oración, nombrada todos los señores de sus enemigos por sus nombres a cada uno, y decía: "Tú señor, que tienes la gente de tal pueblo en cargo, rescibe estos olores y deja algunos de tus vasallos, para que tomemos en las guerras"; y ansí nombrada los sacerdotes y sacrificadores de los pueblos de los enemigos, que decían que éstos tenían la gente puesta sobre sus espaldas, y ansí nombraba todos los señores, empezando desde México, y por todas las fronteras, y acabando ésta su oración, que duraba mucho, llegábanse los otros sacerdotes y sacrificadores, a aquellos fuegos, que los levantaba el primer sacerdote, que hacía la oración, que estaban durmiendo, y poníanse todos en las manos aquellas pelotillas de olores, y entonces hacían la cirimonia de la guerra, de salir aquellos sacerdotes llamados cuirípecha, a echar encienso en los braseros, con la cirimonia y orden que se dijo en la fiesta de Curicaueri de Sicuíndiro, y hacían todas estas cirimonias, porque sus dioses diesen enfermedad en los pueblos de sus enemigos, donde habían de ir a conquistar, y hacían la presente oración: "¡Oh dioses del quinto cielo, cómo no nos oiréis de donde estáis, porque vosotros sois solos reyes y señores, y vosotros solos limpiáis las lágrimas de los pobres!"
Y decía estas mismas palabras, a las cuatro partes del mundo y al infierno, y hacían la cirimonia del encienso dos noches, y después de haber acabado sus oraciones, echaban todas aquellas pelotillas de olores en los fogones que ardían delante de los cúes, y este día, que este sacerdote llamado hirípati hacía estas oraciones, a la misma hora las hacían en toda la provincia los otros sacerdotes de este oficio llamados hirípacha. Llegada pues la fiesta de Hanziuánsquaro, ataviábase el cazonci, y enviaba por toda la provincia que viniese la gente de guerra, y llevaban los correos llamados uaxanocha, este mandamiento del cazonci por toda la provincia, y llegando a los pueblos, juntaban la gente, y amonestábanles que obedeciesen al cazonci y que no pasase ninguno su mandamiento, y que se aparejasen todos, y todos estaban esperando estos correos que enviaba el cazonci, y hacían todos aquella noche la cirimonia de la guerra y ponían encienso en los braseros, y los sacerdotes llamados thiuimencha llevaban su dios más principal del pueblo al cu o templo y luego por la mañana se partía el cacique con su gente, que él iba por capitán, y llevaba sus principales que contasen la gente y no iba ninguna mujer, mas todos eran varones y llevaban su provisión para el camino, y cotaras harina para beber en un brebaje, y jubones de algodón, rodelas y flechas y repartíanse toda la gente de los pueblos, para ir a las fronteras. Unos iban a la frontera de México, que peleaban con los otomíes, que eran valientes hombres, y por eso los ponía Motezuma en sus fronteras: otros iban a las fronteras de los de Cuynaho, y cada cacique llevaba su senda, que es que llevaba su escuadrón con sus dioses y alférez, y ansí se llegaban donde estaba la traza del pueblo que iban a conquistar llamada curuzétaro, que era que las espías sabían todas las entradas y salidas de aquel pueblo, y los pasos peligrosos y dónde había ríos. Estas dichas espías lo trazaban todo donde asentaban su real, y lo señalaban todo en sus rayas en el suelo, y lo mostraban al capitán general, y el capitán a la gente; y antes que peleasen con sus enemigos, iban aquellas espías y llevaban de aquellas pelotillas de olores, y plumas de águilas, y dos flechas ensangrentadas, y entraban secretamente en los pueblos, y ascondíalo en algunas sementeras, o cabe la casa del señor, o cabe el cu, y volvíanse sin ser sentidos, y eran aquellos hechizos para hechizar el pueblo. Entonces poníase cada uno en su escuadrón y hacían entradas y saltos donde anclaba la gente en las sementeras, o en el monte de noche, y porque no diesen voces, atábanles las bocas con unas como xáquimas de bestias, y ansí los traían al real y traían aquellos a la cibdad, y salíanlos a recibir los sacerdotes llamados curitiecha, y otros llamados hopitiecha con unas calabazas a las espaldas y unas lanzas al hombro. A la entrada de la cibdad, donde había dos altares donde ponían los dioses que traían de la guerra, y halagaban los cativos estos sacerdotes, que venían atados en unas cañas en el pescuezo, y saludábanlos y empezaban a cantar con ellos hasta traellos delante del cazonci, y dábanles a todos de comer y después metíanlos en una cárcel llamada curuzéquaro, donde estaban hasta la fiesta [en] que los habían de sacrificar. Esta manera susodicha tenían en sus entradas.