Comentario
SESION SEGUNDA
Hácese presente la escasez de armas que generalmente se
padece en todo el Perú y lo tocante a municiones de guerra
1. En esta sesión no tocaremos nada sobre las plazas situadas en la América Meridional que corresponden al mar del Norte, así porque con la frecuencia de embarcaciones que van de Europa a ellas no son las armas tan escasas, como porque en este particular no tenemos las más prolijas y ciertas noticias. Y así, pasando con nuestra relación directamente al reino del Perú, nos detendremos en puntualizarla, con las circunstancias que se requieren para que se pueda comprender su actual estado en el particular de cada especie, con la formalidad que recomienda la importancia del asunto.
2. Es tan común la falta de armas de todas especies en el Perú, que no es comprensible su escasez, a menos de haberlo experimentado, en las ocasiones en que se hace forzoso echar mano de ellas para ocurrir a las urgencias. Y a no haberse ofrecido tanto motivo como el de pasar a aquellos mares escuadra enemiga y a haberse de poner en defensa todas las ciudades y demás poblaciones, no hubiera sido fácil concebir la raridad de las que actualmente hay en todos aquellos reinos, ni podríamos atrevernos a juzgarlo, porque se hace inverosímil su corto número y calidad en una providencia tan indispensable para la defensa. En los fines del año de 1740 se pusieron en el mejor estado posible, para resistir la invasión de ingleses que se esperaba, todas aquellas costas y pueblos, para lo cual [las autoridades] alistaron la gente perteneciente a sus jurisdicciones y arreglaron las compañías, pero zozobraron todas las disposiciones al querer juntar armas de chispa y de corte para proveerlas a todas. En Guayaquil, viendo que no tenían otro recurso ni medio de conseguirlas sino el de enviar a comprarlas al reino de Nueva España, arbitraron por el cabildo, no obstante la rigurosa prohibición para que vayan navíos con cualquier pretexto a los puertos de aquel reino, en dar registro y comisión "por conviene" a uno, para que fuese a ellos y comprase el número necesario de armas de chispa, a fin de armar con ellas las compañías de infantería y caballería. Pero no se logró el fin, porque la embarcación se perdió en aquellas costas, y el que fue con el encargo no las encontró de venta, aunque pasó su diligencia a México. Y así se volvió sin ellas, y las milicias se quedaron como se estaban: armadas con lanzas y machetes de monte, que eran las que acostumbraban las de a caballo, y los de infantería, unos con lanzas, a manera de alabardas, y otros con arcabuces de mecha, que son las únicas [armas de fuego] de que se conservan algunas, pero aun de éstas tan pocas y en tan mal estado, que sólo sirven de formalidad a la vista, o de espanto a los que las ven de lejos.
3. La única compañía que tenía armas y se hallaba en buena disposición era la de forasteros, porque componiéndose toda de europeos, que son los que trafican, a ninguno le falta a lo menos escopeta, que llevan siempre consigo más por el gusto de cazar en los lugares donde hacen posada, que por la necesidad de ella para defenderse o guardar su hacienda. Y como en todas las ciudades y poblaciones grandes de aquellos reinos hay el mismo régimen de formar entre los forasteros una compañía, en todo [el territorio] es la única que se hallaba proveída de armas.
4. Las poblaciones desde Guayaquil hasta Lima estaban sobre este particular en un estado tan malo que en los cuerpos de guardia de cada una, donde se juntaban las milicias y se guardaban las armas, sólo se veían pedazos de palo con espigas de hierro atadas a la punta, queriendo ser lanzas; cañones viejos de escopetas y arcabuces antiguos sin llaves ni más cajas que un pedazo de palo contra el cual estaban amarrados con un cordel, de suerte que algunas veces los vimos. disparar teniéndolo uno y apuntado, mientras que otro le ponía fuego. Por este tenor estaba todo, de suerte que, aunque había gente, no podía hacer nada cuando llegase el caso de salir a función por falta de armas. No se ha de entender que era esto sólo en los pueblos pequeños, donde debía parecer menos extraño, sino en las ciudades y lugares grandes, como Piura, Lambayeque, Trujillo y las demás. Pues en Trujillo consistía el cuerpo de guardia principal, que estaba en las casas del Cabildo y Caja Real, haciendo frente a una de las fachadas de la plaza, en dos cañoncitos de a libra de calibre, de bronce, y hasta 10 ó 12 cañones de escopetas viejas y arcabuces antiguos, atados a pedazos de palo en la forma que queda dicho, y lo demás se reducía a lanzas, unas mal dispuestas, otras algo mejor, y, por la mayor parte, a palos largos, en la forma que se cortan del monte, con un pedazo de hierro agudo al extremo.
5. Los efectos de tan escasas prevenciones en todo aquel reino se experimentaron con la sensible pérdida de Palta en la invasión que padeció el año de 1741, día 24 de noviembre, por el vicealmirante Anson, pues con el corto número de gente que desembarcó en una lancha y [en un] bote se apoderó de ella y de todas las riquezas que encerraba, que entonces eran grandes, sin que se le pudiese hacer resistencia, porque no había fuerzas para ello, pues dos tiros que se dispararon de un pequeño fuertecillo que monta cuatro cañoncillos, en que consistía toda su defensa, fue menester que el mismo oficial real contador de Piura, don Nicolás de Salazar, con la ayuda de un negro esclavo suyo, los cargase de pesos fuertes por falta de otra munición. Pero aún no fue esto lo más, sino que habiéndose puesto en marcha para socorro de Palta el corregidor de Piura, que entonces lo era don Juan de Vinatea y Torres, con cosa de 150 hombres que pudo juntar por lo pronto para ir contra 50 que serían todos los ingleses, empezó a hacer tocar las calas, pífanos y clarines desde más de una legua antes de llegar a ellos, para darles aviso con el estruendo militar de que iba a recuperar el lugar, lo cual hizo con estratagema, para que, reconociendo los enemigos el socorro tan considerable que iba contra ellos, lo desamparasen, como lo consiguió, aunque, irritados los ingleses de ver que les iban a quitar la presa que ya habían hecho, se vengaron en pegar fuego al lugar al tiempo de partirse, y saqueando lo más precioso que había en él, dejaron reducido a cenizas todo lo demás. El día 12 de febrero del siguiente año de 42 volvimos a pasar por Piura, haciendo viaje a Lima para cumplir el orden que habíamos tenido del virrey, y preguntándole al corregidor cuál había sido la causa de no haber guardado silencio en su marcha, cuando fue con su gente a recuperar a Paita, para coger desprevenido al enemigo y sorprenderlo, respecto de que siendo los ingleses en tan corto número parece que no podía dudar de la victoria, nos satisfizo diciendo que entre toda la gente que llevaba no había 25 armas de fuego, y que todos los demás sólo llevaban picas y palos al hombro; [así que hubo de renunciar a la sorpresa], para que siendo vistos de los ingleses, temiesen y se retirasen. [El riesgo fue grande], porque si esta treta no le salía bien y antes, por el contrario, llegaban a percibir los ingleses las cortas fuerzas con que en realidad iba a atacarlos, no sólo hubieran hecho burla de él, pero con la confianza de la poca defensa en que se hallaba todo aquel país, hubieran cobrado nuevos ánimos y quizás intentando pasar a Piura a ejecutar lo mismo que en Palta.
6. Para mayor convencimiento de lo ya dicho será conveniente que, retrocediendo algo en nuestro discurso, volvamos a ver el socorro que recibió Guayaquil de toda la provincia de Quito, cuyos corregimientos concurrieron con una compañía cada uno, conforme se había acordado por la Audiencia [por temerse que fuese atacada por Anson]. La que formó la ciudad de Quito se componía de 72 hombres, y después de haberse recogido todas las armas de fuego que había en la ciudad (para lo cual, además de los rigurosos bandos mandando que todos los vecinos manifestasen las que tuviesen, enviaba el presidente a pedirlas cortesanamente, e iba en persona a solicitarlas de los más condecorados de la ciudad, y hasta el obispo salió a visitar las casas de los eclesiásticos para recoger las armas viejas que conservaban de la herencia de sus antepasados) sólo se pudieron juntar 60, unas antiguas, otras viejas, algunas modernas y en buen estado, y, por este tenor, unas cortas y otras largas. De suerte que, cual tenía una tercerola, cual una escopeta de caza, cual un arcabuz y cual una pistola, y aun así fue preciso que los 12 hombres restantes llevasen lanzas. Peor sucedió con la compañía de Latacunga, que, componiéndose de 50 hombres, sólo pudieron juntarse armas de fuego para 20. Y a este respecto en los demás corregimientos. En el de Guaranda tenía prontas el corregidor tres compañías, de las cuales bajó a Guayaquil la una, y sólo llevaba nueve armas de fuego, porque no había podido juntar más; lo mismo sucedió con las de Riobamba y otras, siendo lo peor que, del número de estas armas, no estaban de servicio la mitad.
7. Lo dicho hasta aquí parece que es suficiente sobre este particular para formar idea de la necesidad en que aquello está, debiéndose entender que, sin ninguna diferencia, sucede lo mismo en toda la extensión de aquellos reinos, desde Quito hasta Chile, pues no es menos lo que en Lima se carece de ellas que en los demás parajes. Allí fue preciso, para armar los tres regimientos que levantó el virrey marqués de Villagarcía, dos de caballería de a 500 hombres y uno de infantería de 1.000 hombres, que se fabricasen en Lima las espadas para los primeros; pero, como no había quien lo supiese hacer con perfección, después de haber consumido en ellas muy considerables sumas, quedaron con temple tan malo que continuamente se rompían en los ejercicios, y tan pesadas que no se podían manejar. No hubo igual providencia para suplir la falta de armas de fuego, pues, aunque el virrey dispuso que se comprasen todas las que hubiese, sin poner más límite en los precios que la voluntad de los que las vendían, nunca se pudieron completar, a mucha diferencia, las que se necesitaban, y con particularidad las pistolas para la caballería, que no se les pudo proveer de ellas hasta que de Buenos Aires se remitieron [al inicio de 1743] las que había llevado la escuadra que comandaba don José Pizarro. Pero como era general la falta en todos aquellos reinos y fue preciso que quedasen algunas en Buenos Aires, otras en Chile, y que se remitiesen otras a Panamá, aunque se suplió con ellas lo más preciso, no lucieron en ningún paraje, y menos que en todos en las ciudades de Valles, adonde no alcanzaron, siendo el único paraje de lo interior del país adonde se enviaron, a la provincia de Tarma, por la urgencia que había de armar gente contra los indios sublevados. Pero para que mejor se conozca cuán escasas estaban, nos parece conveniente dar noticia de los socorros que el virrey envió para contener aquella sublevación, que aunque parecerán pequeños, porque en realidad lo son, eran cuantiosos respecto al estado en que se hallaban aquellos reinos.
8. El 21 de [junio] del año de 1742 le fue participada al virrey por el corregidor de Jauja [don Manuel Martínez] la noticia de haberse sublevado los indios chumchos, de las modernas conversiones en los Andes, y cortos días después, que eran en número de más de 3.000, pidiéndole socorro, al mismo tiempo, para contenerlos, el cual se le envió conforme se determinó por un "acuerdo extraordinario" que a este fin hizo el virrey el 22 del mismo mes, y consistió en 42 arcabuces, sin ninguna otra cosa más. Los corregidores de Jauja y Tarma repitieron con frecuencia las noticias del pernicioso progreso que iba haciendo la sublevación, y el 24 de julio adelantó el de Tarma que ya quedaban los indios sólo ocho leguas distantes de aquel lugar, y que si no se les enviaba un socorro suficiente, tanto para contener [a] los sublevados cuanto para sujetar a los propios indios de aquella jurisdicción, que daban muestras de no mirar con displicencia este alboroto y de estar inclinados a él, corría mucho peligro toda la provincia. Con cuyo temor, y viendo cuán de veras iba el asunto, se determinó el virrey a enviar 150 armas, además de las que tenía remitidas, y dos destacamentos de a 50 hombres, uno de caballería y otro de infantería, para que, con la gente del país, ayudasen a contenerlos, lo cual fue también determinado por otro "acuerdo extraordinario" que se había tenido el día 23 del mismo mes de julio, antes que el corregidor de Tarma participase la última noticia de estar ya tan inmediatos los indios. Este socorro, aunque no era correspondiente a las fuerzas que ya tenían los sublevados, no fue completo, porque los destacamentos se redujeron entrambos a 60 hombres, los 30 de caballería y los otros 30 de infantería; las providencias que llevaron sólo fueron cinco pabellones o tiendas de campaña cada uno [de los destacamentos, y] 180 balas y 180 cartuchos de pólvora entre los dos, a razón de tres tiros cada hombre, de cuyos libramientos fui yo testigo ocular por el respectivo al que contenía las 180 balas, y por el mismo sargento mayor de la infantería, a quien se le libraron entrambos, supe ser de la misma [cuantía] el de los cartuchos de pólvora.
9. Ya queda expresada que casi todas las armas que manejan las milicias de La Concepción se reducen a lanzas, para las cuales hay dentro del pequeño fuerte que tiene aquella ciudad una armería muy bien dispuesta. Pero no se encuentran en ella si no es tal o cual arma de fuego, y aunque aquéllas son suficientes para los reencuentros que se ofrecen contra los indios, porque éstos no usan tampoco otras si no es lanzas y flechas, no son bastantes para hacer oposición a las naciones que acostumbran las de fuego, cuya ventaja es considerable a las de aquel país, por lo cual se debe considerar que se disminuyen sensiblemente las fuerzas que pudiera tener La Concepción para los casos en que padezca alguna invasión por las naciones de Europa, por no tener armas correspondientes, ofensivas y defensivas.
10. A proporción de lo que experimentan aquellos reinos por lo respectivo a armas, es en todo lo demás perteneciente a municiones de guerra, porque todo falta. Cuando despachó Quito la tropa que había de socorrer a Guayaquil, ni se hallaban balas, ni prevención de baleros para hacerlas. Y no sé qué providencia se hubiera dado si, entre las muchas que llevaron consigo a aquellos reinos los franceses de la Academia de París, no hubiera sido una dos baleros con moldes de distintos calibres, que fue el único recurso que tuvo entonces el presidente [de Quito]; y el artífice de instrumentos matemáticos que la misma compañía francesa había llevado [Msr. Hugot], fue forzoso se empleara en fundir las que fueron necesarias. A vista de esto ya no se hará extraño que hubiese andado el virrey tan ceñido en los libramientos dados a la tropa para socorrer a Tarma y Jauja.
11. Lo mismo que pasaba en Quito con las balas de fusil, sucedía en Lima con las de artillería, las cuales fue forzoso que se hicieran de bronce, con el crecido costo que se deja considerar, porque aunque se intentó fabricarlas de hierro refundiendo para ello algunos cañones viejos, no se logró el fin mediante que las que se hacían sacaban tan poca resistencia que se desbarataban con el golpe del martillo, sin aplicar demasiada fuerza; y aunque el coste de las de bronce es muy crecido, sería soportable para la necesidad si, con el motivo de ser un metal propio para muchas obras, no hubiera un fraude considerable en ellas, por las muchas que se roban aún después de almacenadas y entregadas con la mayor formalidad y exactitud.
12. Las compañías de granaderos, y con particularidad los armamentos que se disponen para los navíos, no pueden usar de otras granadas que las de vidrio, por falta de las de hierro. Y a este respecto se arbitra allí en otras cosas de que se carece, supliéndose como se puede, porque no yendo de España, no lo hay en el país, y es lo principal el que falta la materia, pues todas las cosas que piden ser de hierro fundido no se pueden hacer si no es en donde se trabajan minas de él. Allí se pudiera dar cultivo a las que hay de este metal, aunque no fuera con otra mira que la de proveer de balas todas aquellas plazas, hacer artillería para guarnecer los puertos y parajes que necesitan algún género de fortificación para su defensa, y bombas para aquellos donde las armadas marítimas pueden llegar a batir las fortificaciones, de cuya providencia carecen todas, porque en ninguna de ellas hay morteros, ni se conoce su uso.
13. Lo único de que aquel reino está abastecido con mayor providencia es de pólvora, porque hay fábrica de ella en la jurisdicción de Quito y en Lima. La de Quito está en el asiento de Latacunga, y se puede hacer en cantidad como se quisiere, pero al presente es poca la que se fabrica, siendo la causa el que no se suministra de allí a otra parte más que a Guayaquil. Pero pudiera acrecentarse y proveerse de ella a Panamá, mediante que, por el nuevo camino de Esmeraldas, será fácil y pronta su conducción.
14. La fábrica de Lima, que es mucho más considerable, pertenece en propiedad a un particular de aquella ciudad, y de éste se toma la necesaria para el servicio del rey. De allí se proveen El Callao, Panamá, Valparaíso, La Concepción y Valdivia, en cuyos parajes suele llegar a escasear tanto, en ocasiones, que, habiendo llegado yo a La Concepción con el navío que mandaba, haciendo el corso en aquellas costas, a principios de mayo del año de 1743, para dejar en la plaza un destacamento de tropa del regimiento de Portugal destinado a guarnecerla, me representó el gobernador de ella la escasez que padecía, que era tanta que aún le faltaba para corresponder a ningún saludo, y en consecuencia de ello le socorrí con 16 quintales, que eran los que podía suministrarle; los ocho de ellos [de los] que se habían embarcado para dejarlos en Valdivia y no llegó el caso de que se cumpliera, y los otros ocho de la [pólvora] de mi navío.
15. Los parajes húmedos y cálidos, como Guayaquil y Panamá, deben ser socorridos frecuentemente de esta munición, porque la cualidad del temperamento la echa a perder en poco tiempo, no obstante las precauciones que se tienen para reservarla de la humedad.
16. Por todo lo que queda dicho, se vendrá en conocimiento de la general falta de armas y municiones de guerra que hay en todos aquellos reinos, y que para proveerse de las necesarias no tienen más recurso que el de España. Por lo cual sería conveniente (a nuestro parecer) que por una vez se les suministrasen las precisas a costa de la Real Hacienda, y que se diesen tales disposiciones que, mediante ellas, se mantuviesen existentes siempre y en buen estado de servicio, porque sin esta circunstancia no se conseguiría el fin de encontrarlas en la ocasión de haberlas menester, por el sumo descuido con que miran estas cosas los gobernadores, corregidores, oficiales reales y otros ministros que debieran celar en ello. Y para que, según los parajes y capacidad de los que las necesitan, se pueda hacer la asignación y dar las órdenes más conducentes a su subsistencia, hemos juzgado al propósito el manifestar nuestro sentir, arreglado al conocimiento que tenemos de aquellas partes y al celo con que desearíamos que estuviesen en un estado tal que no tuviesen que temer aquellas costas de las empresas que maquina contra ellas la ambición y la malicia de los enemigos de Su Majestad, que ya que no basta su poder a apropiarse alguna parte de aquellos dilatados países, logra hacer considerables robos en sus poblaciones y destruirlas siempre que las diferencias de los monarcas les ofrecen la oportunidad para ello.
17. Las ciudades y poblaciones grandes que están en las serranías, no necesitan tanta providencia de armas como las que están vecinas a la marina, que es donde ejecutan sus hostilidades los piratas y corsarios. No obstante, siempre convendría que hubiese en ellas algún número determinado de armas, existentes tanto para socorrer a las poblaciones de la costa cuando lo necesitasen, cuanto para contener a los infieles que están en sus cercanías, y aun para hacer entrada en aquellas tierras que ocupan, cuando y como conviene, a fin de sujetarlos, reducirlos y poder auxiliar a los misioneros. Quito necesita tener esta providencia más que otra ciudad de las [serranas] porque toda la parte del Oriente confinante a aquella provincia es habitada de indios gentiles, y en la del Occidente tiene los dos puertos considerables de Atacames y Guayaquil, que debe socorrer en caso de invasión, porque en toda ella no hay más defensa que la de mantener bien guardadas estas dos puertas; tan esencial es uno y otro [puerto], cuanto que perdido el primero peligra la ciudad y aun la provincia entera, y perdido el segundo, no sólo hay el mismo peligro, sino que también se pierde un astillero tan admirable como aquél,
y unas montañas tan ricas de maderas como las que tiene en su jurisdicción. Por esto convendría que se le asignasen a Quito las armas correspondientes para poner en campaña 1.000 hombres, los 500 de infantería y otros 500 de caballería, número suficiente para toda aquella provincia. Pero fuera de éstas, se le deberían asignar a Guayaquil en particular las correspondientes para poder armar 500 hombres de sus patricios, los 300 de infantería y los 200 de caballería.
18. Atacarnes tendría bastante por ahora con las armas necesarias para 200 hombres: 100 de cada especie.
19. Piura necesita 400 por mitad; las 300 se deberían guardar en la ciudad capita, y los 100, por mitad, mantenerse siempre en Paita.
20. Lambayeque otras tantas, también por mitad.
21. Trujillo sería conveniente que tuviese otras 400 en la misma conformidad.
22. Guarmey tendría suficiente con 200 armas para 200 hombres, y otras tantas Chancay, y lo mismo cada uno de los siguientes [lugares]. Mas para que se vea lo que todos suman, volveremos a referir los antecedentes y se irán poniendo por su orden.
Armas para [Armas] para
infantería caballería
Quito 500 500
Guayaquil 300 200
Atacames 100 100
Piura 200 200
Lambayeque 200 200
Trujillo 200 200
Guarmey 100 100
Chancay 100 100
Pisco 100 100
Nasca 100 100
Ilo 50 150
Arica 100 50
Coquimbo 200 200
Valparaíso 400 200
La Concepción 300 300
Valdivia 600 300
Chiloé 300 000
3.850 3.000
23. Todo suma 3.850 armazones de fusiles y bayonetas para otros tantos infantes, y 3.000 carabinas, pares de pistolas y espadas para la caballería. Con esta providencia estarían todos los puertos guardados y en un estado admirable para resistir a cualquier enemigo que los quisiese invadir, y la gente que [acudiera] a su socorro, hallaría las necesarias cuando no las llevase, o dejaría las lanzas para tomar otras más aventajadas.
24. No hemos incluido aquí El Callao ni Lima, porque éstos necesitan mucho mayor número, mediante que aquella ciudad está obligada a socorrer con ellas [a] otras que las necesitan y que la plaza del Callao, además de las propias para su guarnición, es preciso que tenga las correspondientes para los armamentos marítimos. Esta y las de Panamá, Guayaquil, Valparaíso, La Concepción y Valdivia, necesitan balas de hierro, cuyo número ni se puede determinar, ni ser excesivo el que se envíe, aunque sea algo crecido, pues no teniendo otra parte de donde poderlas recibir que de estos reinos [de España], conviene siempre el que estén bien proveídos de ellas.
25. El modo de conservar y guardar estas armas es teniendo armerías en todos los parajes donde las deba haber, a imitación de las que hay en Panamá, Guayaquil, Lima, El Callao, Valparaíso, La Concepción y Valdivia, con una persona destinada para limpiarlas y cuidarlas, como también lo tienen todos los lugares donde hay armerías.
26. Las que hubiesen de estar en países cálidos y húmedos, como Guayaquil y Atacames, se deberían tener pavonadas, y para que no se enmoheciesen, todas en fundas de bayeta forradas por de dentro, a fin de que se conservasen mejor.
27. El modo de que siempre existiesen y de que estuviesen en buen ser, sería el de que se hiciese cargo de ellas a los gobernadores y corregidores, a quienes se les habían de entregar con asistencia de los oficiales de la Real Hacienda y del ayuntamiento de cada parte, con inventario muy por menor de sus especies, calidades y marcas, con toda claridad y distinción, para que por el mismo inventario las volviesen a entregar cuando concluyesen su gobierno. Y se debería ordenar que, aun antes de dar la residencia cada sujeto de éstos, desde el punto que cesase en el empleo, hiciese la entrega de ellas para que se pasasen [al] que entraba en su lugar; que si le faltase alguna o estuviese en mal estado, había de ser de su cargo el poner otra del mismo tamaño, especie y calidad, pero que hasta que lo tuviese cumplido no pudiese dar la residencia, ni salir de la ciudad, y que se le embargasen todos sus bienes. Pero que luego que lo cumpliese se le diese libertad, sin que se pudiese por este motivo descontarle de su hacienda cosa alguna, ni con título de diligencia, ni con algún otro colorido, y que pudiese dar la residencia de su gobierno.
28. Todo este rigor, que parece grande, se necesita para que pusiesen cuidado los gobernadores y corregidores en un asunto tan importante, y para que dedicasen a ello su atención por algunos ratos, retirándola de los demás fines en que la tienen embebida, [fines] únicamente de beneficio propio, como se dirá en su lugar. Y aunque parece agravio contra estos jueces el hacerles pagar las que se dañasen, pudiéndolo ocasionar el tiempo y no la omisión, no lo es, mediante que para un corregidor que en el término de cinco años hace un caudal de 50.000 pesos, poniendo su utilidad en una cosa moderada, ¿de qué pérdida puede serle el desembolso de 100 pesos, que será lo que le costarán cinco fusiles, costeados y puestos allá? No se les debe consentir, por ningún modo, el que se indulten en dar un tanto por las armas que les faltaren al tiempo de su entrega, aunque sea en una suma mucho mayor que la que pueden valer, y antes se ha de prohibir esto con graves penas, pues no siendo así, nunca podrán existir las armerías completas, porque hecho el ejemplar una vez, todos descuidarán, y con el seguro de que por tanta cantidad se libertan, sucederá lo mismo que está pasando con las residencias, y en pocos años no habrá rastro de tales armas, ni señal de haberlas habido. Y aunque entreguen el dinero que se quisiese asignarles como equivalente, se expenderá en otros fines, y no en el legítimo a que pertenece, por no haber recurso inmediato para hacerlo, lo que no sucederá sabiendo los gobernadores y corregidores que se hallan con este cargo, y tendrán cuidado, cuando van de España, de llevar consigo algunas armas de todas especies a fin de reemplazar las que les falten cuando concluyan su tiempo, y aquellos a quienes les sobraren las venderán a otro que no tenga bastantes con las que llevó, o a su mismo sucesor si es sujeto de aquellos países [o] que no ha ido recientemente de España. Y de este modo, sin ley que les obligue a ello, se hará costumbre el llevarlas, como se practica con la Recopilación de Indias y otros libros que les está mandado tener cuando se reciban en sus oficios.
29. Ahora resta proponer el modo con que se podrá saber si las armerías existen siempre en un mismo ser, y esto se conseguirá disponiendo que los presidentes de las provincias hagan visitas en todos los parajes donde hubiere armerías una vez cada ocho años, la que habrán de practicar antes de recibirse en sus empleos, para que vayan hechos capaces del estado en que están las que pertenezcan a cada uno, y puedan empezar su gobierno con las disposiciones conducentes al reemplazo de lo que hubieren echado [de] menos. Con este régimen, el presidente de Quito visitará a Atacames y Guayaquil sin que se les siga atraso, ni perjuicio en ello, porque haciendo regularmente su viaje, cuando van de España, por Panamá, no es extravío el que toquen en Atacames, y pasen después a Guayaquil, como que está en la derrota de su camino.
30. Los presidentes de Chile visitan regularmente a La Concepción, puesto que deben residir allí los seis meses del año, y los otros seis en Santiago, de donde bajan frecuentemente a Valparaíso. Y así sólo se les aumentará la penalidad de visitar a Chiloé y a Valdivia.
31. Al general de las armas del Perú, que es gobernador del Callao, pertenecerán las visitas de todas las armerías restantes, desde Piura y Paita hasta donde empieza la jurisdicción de los reinos de Chile. Por lo tocante a las que están desde Piura hasta Lima, con precisión ha de pasar por ellas al tiempo de conducirse a aquella ciudad cuando va a tomar la posesión de su empleo, con que sin emprender expresamente viaje con este fin, lo puede hacer; y lo mismo los virreyes, pues también han de pasar por ellas. Y por lo respectivo a las demás que están desde Lima hacia el Sur, es cosa que en el término de cuatro meses lo pueda concluir, cuyo tiempo no le haría falta para atender a otros negocios de su cargo, porque en el que durase su ausencia, si era antes de recibirse, debía continuarlos el que acababa, o el que estuviese de interino ocupando aquel empleo, y si fuese después de haberse recibido en él, se podría disponer que quedase en su lugar el teniente general de la caballería por lo que tocase al gobierno de las armas, y el maestre de campo del Callao por lo correspondiente al de esta plaza.
32. Tenemos dicho antes que la entrega de las armerías por los corregidores que acaban, y el recibo en los que entran, se había de hacer con la autoridad de los oficiales reales e intervención de los ayuntamientos, para que, como interesados éstos, no consintiesen en que por aquéllos se disimulase nada. Y para que con más rigor celasen este asunto, convendría ordenar que los ayuntamientos fuesen responsables de las faltas que hubiese y encontrasen los presidentes y gobernadores en sus visitas, conociéndose que provenían de no haberse hecho las entregas de las armerías con la formalidad y rectitud necesaria, en cuyo caso se les debería privar de los oficios de regidores y poner tenientes en sus lugares, ínterin que completaban las armas; pero no se les había de gravar en cosa alguna contra sus bienes, haciendas, ni caudales, ni sacar indultos con título de diligencias. Los alcaldes ordinarios deberían concluir su año como tales y si fuesen regidores, quedar igualmente privados de los oficios hasta que se habilitasen por medio del reemplazo de las armas que se hubiesen echado [de] menos, o estuviesen en mal estado.
33. A cada una de estas armerías sería conveniente destinarle dos o tres baleros con moldes, para que se fundiesen de todos tamaños las [balas] que fuesen necesarias, y una porción de piedras [de chispa] propias para cada especie de armas, porque allá no las hay, y suele haber ocasiones en que la piedra para una escopeta de caza vale cuatro reales de aquellas moneda; a este precio, y después a dos, vendieron los criados de los franceses que fueron en nuestra compañía porciones que llevaban para el uso de sus armas y diversión de la caza; en Lima las vimos valer a real y medio, y a dos, moneda de aquel país. Con que, por tanta estimación como allí tienen, y lo muy raras que son, se debería observar con ellas el mismo régimen que con las armas, cuidando de que no las abstrajesen y pusiesen en su lugar otras piedras inútiles, y de que no las partiesen para hacer dos de una, como tal vez podría suceder. Pero observándose todo con la precisión y puntualidad que llevamos manifestada, estamos persuadidos a que nunca descahecerían las armerías, y que siempre estarían aquellos reinos en buen estado para defenderse.
34. En esta providencia se ofrece el reparo de que, habiendo armas en aquellas ciudades y puertos, será de temer en ellos que con cualquiera motivo de inquietud en sus vecindarios, podrán éstos apoderarse de ellas y sublevarse. Pero a esto se satisface con que, si dependiese únicamente de las armas tales resoluciones, no dejarían de experimentarse en el Perú, aun no habiéndolas de fuego, mediante que no hay país en ninguna parte del mundo donde la gente haga más uso de las armas que en aquéllos, porque no se verá hombre que deje de llevar siempre consigo un puñal, o a quien le falta espada larga, que son las bastantes para poner en práctica una depravada resolución cuando, pervertido, el ánimo quiere romper los vínculos de la obediencia. Estas armas, que por sí son provocativas y no tienen al presente otras superiores que las contengan, no han llegado a inducir los genios de aquellas gentes a sublevarse, con que parece no hay razón que persuada a que sucederá cuando se provean de otras aquellas ciudades, mayormente debiendo ser los jueces y los leales más dueños de las armerías que los inquietos y desobedientes, y si éstos llegasen a querer apoderarse de ellas, no hemos de suponer a los otros tan faltos de resolución que dejen de precaverse con tiempo para sujetarlos cuando los antecedentes den motivos de sospecha.
35. Si este reparo fuera de consideración, no se podrán tener armerías en ningunas ciudades ni puertos, porque en todos militan las mismas circunstancias cuando no son plazas de armas. Es así que no se hace obstáculo para que las haya aún en las de reinos donde los genios de sus habitantes son más belicosos, inquietos y altivos que los de aquellas gentes, con que no debe ser de consecuencia para aquellos países, además de que, aun cuando este riesgo fuese cierto (lo que no sucede) se debería reflexionar cuál de los dos convendría precaver: si el de los enemigos, por dejarlos indefensos, que es evidente, o el de las inquietudes de los propios vasallos, que es remoto y tan poco regular como que no ha llegado el caso de que se experimente. Parece en toda razón que no cabe duda en la decisión, y que sería contra todo lo natural el exponer los reinos al peligro de que sean conquistados o destruidos por los enemigos, con el fin de evitar toda ocasión de que los propios [vasallos] se alboroten, lo cual, aunque efectivamente sucediese, podría remediarse siempre, ya volviendo ellos mismos a dar la obediencia, o ya sujetándolos con la gente que se podría evitar de otra provincia, de otra ciudad o de otro pueblo. Pero lo más concluyente de este asunto, y que se debe advertir, es que, aunque en los primeros años después que se conquistaron aquellos reinos, y aún en estos últimos, ha habido alborotos e inquietudes, nunca han pasado de particulares querellas, pretendiendo tomar venganza cada uno del partido contrario, pero sin pensar en faltar a la obediencia del príncipe, ni en usurparle la sumisión que es correspondiente a su soberanía.
36. Las armas no son directamente el origen de los disturbios, ni contribuyen, guardadas con economía y buen uso, a la desobediencia, porque aquéllos proceden de la inclinación de los hombres, y un país en donde con generalidad se carece de ellas, no está menos expuesto que otro, en donde las hay, a padecer inquietudes, porque las fuerzas naturales de sus gentes son siempre excesivas a fuerzas semejantes en los que deben sujetarlos, como también [a] las fuerzas acrecentadas por la invención de los hombres. Entre súbditos y superiores, son siempre superiores las de aquéllos que las de éstos, de modo que si se priva de armas a unos reinos, como el Perú, por el temor de que se subleven, debería privárseles [también] de aquellas fuerzas que les proveyó [la] naturaleza, o que ya tienen por la industria, porque tanto harán con éstas cuando falten otras superiores que los contengan, como con aquéllas. Y así, por ninguna parte que bien se reflexione sobre este particular, se hallará razón para dejar indefenso un reino a los insultos de los enemigos extraños, por precaver el riesgo, que no hay motivo de temer, en los patricios [y demás] vasallos, los que nunca han dado más pruebas que las de una firme lealtad, que es lo que hasta aquí se ha experimentado en aquellas gentes, bien que esto sea provenido de la mucha libertad y poca sujeción a pensiones con que viven.