Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO V


Envía el gobernador por Juan Ortiz



La relación que hemos dado de la vida de Juan Ortiz tuvo el gobernador, aunque confuso, en el pueblo del cacique Hirrihigua, donde al presente lo tenemos. Y antes la había tenido, aunque no tan larga, en La Habana, de uno de los cuatro indios que dijimos había preso el contador Juan de Añasco cuando le enviaron a que descubriese la costa de la Florida, que acertó a ser vasallo de este cacique. El cual indio, cuando en su relación nombraba en La Habana a Juan Ortiz, dejando el nombre Juan porque no lo sabía, decía Orotiz, y como a este mal hablar del indio se añadiese el peor entender de los buenos intérpretes que declaraban lo que él quería decir, y como todos los oyentes tuviesen por principal intento el ir a buscar oro, oyendo decir al indio Orotiz, sin buscar otras declaraciones, entendían que llanamente decía que en su tierra había mucho oro, y se holgaban y regocijaban sólo con oírlo nombrar, aunque en tan diferente significación y sentido.

Pues como el gobernador se certificase que Juan Ortiz estaba en poder del cacique Mucozo, le pareció sería bien enviar por él, así por sacarlo de poder de indios como porque lo había menester para lengua e intérprete de quien se pudiese fiar. Para lo cual eligió un caballero natural de Sevilla, nombrado Baltasar de Gallegos, que iba por alguacil mayor de la armada y del ejército, el cual, por su mucha virtud, esfuerzo y valentía, merecía ser general de otro mayor ejército que aquél. Y le dijo que, con sesenta lanzas que llevase en su compañía, fuese a Mucozo y de su parte le dijese cuán agradecidos estaban él y todos los españoles que consigo tenía de la honra y beneficios que a Juan Ortiz había hecho y cuánto deseaba que se ofreciese en qué gratificárselos; y que al presente le rogaba se lo diese, que para cosas que importaban mucho lo había menester y cuando le pareciese viniese a visitarle, que holgaría mucho, de lo conocer y tener por amigo. Baltasar de Gallegos, con las sesenta lanzas y un indio que lo guiase, salió del real en cumplimiento de lo que se le mandó.

Por otra parte, el cacique Mucozo, habiendo sabido la ida del gobernador Hernando de Soto con tanta pujanza de gente y caballos, y que había tomado tierra tan cerca de la suya, temiendo no le hiciesen daño en ella, quiso con prudencia y buen consejo prevenir el mal que podría venirle, y, para lo remediar, llamó a Juan Ortiz y le dijo: "Habéis de saber, hermano, que en el pueblo de vuestro buen amigo Hirrihigua está un capitán español con mil hombres de guerra y muchos caballos que vienen a conquistar esta tierra. Bien sabéis lo que por vos he hecho y cómo, por salvaros la vida y no entregaros al que os tenía por esclavo y os quería para matar, elegí caer antes en desgracia de mis deudos y vecinos que hacer lo que ellos contra vos me pedían. Ahora se ofrece tiempo y ocasión en que podréis gratificarme la buena acogida, regalo y amistad que os he hecho, aunque nunca yo lo hice con esperanza de galardón alguno. Mas, pues la ventura lo ha encaminado así, será cordura no perder lo que en ella nos ofrece. Iréis al general español y, de vuestra parte y mía, le suplicaréis que en remuneración de lo que a él y a toda su nación en vos he servido (pues por cualquiera de todos ellos hiciera lo mismo), tenga por bien de no hacerme daño en esta poca tierra que tengo y se digne de recibirme en su amistad y servicio, que desde luego le ofrezco mi persona, casa y estado para que la ponga debajo de su protección y amparo. Y porque vais acompañado, como a vos y a mí conviene, llevaréis cincuenta gentileshombres de mi casa y miraréis por ellos y por mí como nuestra amistad os tiene obligado."

Juan Ortiz, con regocijo de la buena nueva, dando interiormente gracias a Dios por ella, respondió a Mucozo que holgaba mucho se hubiese ofrecido tiempo y ocasión en que servir la merced y beneficios que le había hecho, no sólo de la vida, sino también de mucho favor, estima y honra, que de su mucha virtud y cortesía había recibido de todo lo cual daría muy larga relación y cuenta al capitán español y a todos los suyos para que se lo agradeciesen y pagasen en lo que al presente en su nombre les pidiese y en lo por venir se ofreciese; que él iba muy confiado que el general haría lo que de su parte le suplicase, porque la nación española se preciaba de gente agradecida de lo que por los suyos se hubiese hecho y así seguramente quedase con esperanza de alcanzar lo que enviaba a pedir al gobernador. Luego vinieron los cincuenta indios que el cacique había mandado apercibir, los cuales y Juan Ortiz tomaron el camino real que va de un pueblo al otro y salieron el mismo día que Baltasar de Gallegos salió del real a buscarle.

Sucedió que, después de haber andado los españoles más de tres leguas por el camino real ancho y seguido que iba al pueblo de Mucozo, el indio que los guiaba, pareciéndole que no era bien hecho usar de tanta fidelidad con gente que venía a les sujetar y quitar sus tierras y libertad y que de mucho atrás se habían mostrado enemigos declarados, aunque de aquel ejército hasta entonces no habían recibido agravios de que se poder quejar, mudó el ánimo de guiarles y a la primera senda que vio atravesar, dejando el camino real, la tomó, y a poco trecho que por ella anduvo, la perdió que no era seguida. Y así los trajo gran parte del día descaminados y perdidos, llevándolos siempre en arco hacia la costa de la mar con deseo de topar alguna ciénaga, cala o bahía en que, si pudiese, los ahogase. Los castellanos, como no sabían la tierra no sentían el engaño del indio, hasta que uno de ellos, por entre los árboles, de un monte claro por donde iban, acertó a ver las gavias de los navíos que habían dejado y vio que estaban muy cerca de la costa, de que dio aviso al capitán Baltasar de Gallegos. El cual, vista la maldad de la guía, le amenazó con muerte, haciendo ademán que lo quería alancear. El indio, temiendo no le matasen, por señas y palabras, como pudo, dijo que los volvería al camino real, mas que era menester desandar todo lo que fuera de camino habían andado, y así volvieron por los mismos pasos a buscarlo.