Comentario
CAPÍTULO XX
Viene de paz el hermano del curaca Ochile y envían embajadores a Vitachuco
El día siguiente entró el ejército en Ochile en forma de guerra, puestos en escuadrón los de a pie y los de a caballo tocando las trompetas, pífanos y atambores, porque viesen los indios que no era gente con quien ellos podían burlarse. Alojado el ejército, trató el gobernador con el curaca Ochile enviase mensajeros a sus dos hermanos con recaudos de paz y amistad, porque, siendo los mensajes suyos, los recibirían mejor y darían más crédito a sus palabras. El cacique los envió a cada uno de los dos hermanos de por sí con las mejores palabras y razones que supo formar, diciéndoles cómo aquellos españoles habían venido a sus tierras y que traían deseo y ánimo de tener a todos los indios por amigos y hermanos, y que iban de paso a otras provincias y no hacían daño por do pasaban, principalmente a los que les salían a recibir de paz, que se contentaban no más de con la comida necesaria, y que, si no salían a servir, les hacían estrago en los pueblos, quemaban en lugar de leña la madera de las casas por no ir por ella al monte, derramaban con desperdicio los bastimentos que hallaban, tomando a discreción más de lo que habían menester, y hacían otras cosas como en tierra de enemigos. Lo cual todo se excusaba con admitirles la paz que ellos ofrecían y con mostrárseles amigos siquiera por su propio interés.
El hermano segundo, que estaba más cerca, cuyo nombre no sabemos, respondió luego dando gracias al hermano por el aviso que le enviaba, diciendo holgaba mucho con la venida de los castellanos a su tierra, que deseaba verlos y conocerlos, y que no iba luego con los mensajeros porque quedaba aderezando las cosas necesarias para mejor servirles y para recibirles con la mayor fiesta y solemnidad que les fuese posible, que dentro de tres o cuatro días iría a besar las manos al gobernador y a darle la obediencia. Entre tanto rogaba a su hermano aceptase y confirmase la paz y amistad con los españoles, que él desde luego los tenía por señores y amigos.
Pasados los tres días, vino el hermano de Ochile acompañado de mucha gente noble, muy lucida. Besó las manos del gobernador, habló con mucha familiaridad a los demás capitanes, ministros y caballeros particulares del ejército, preguntando quién era cada uno de ellos. Habíase tan desenvueltamente como si hubiera criádose entre ellos. Fueron muy acariciados de los españoles el cacique y todos sus caballeros, porque el general y sus ministros con mucha atención y cuidado regalaban a los curacas e indios que salían de paz, y a los que eran rebeldes tampoco se les hacía agravio ni daño en sus pueblos y heredades, si no era el que no se podía excusar tomando lo necesario para comer.
El tercer hermano, que era el mayor de edad y más poderoso en estado, no quiso responder al recaudo que su hermano Ochile le envió, antes detuvo los mensajeros, que no los dejó volver. Por lo cual los dos hermanos, con persuasión e instancia que el gobernador les hizo, enviaron de nuevo otros mensajeros con el mismo recaudo, añadiendo palabras muy honrosas en loor de los españoles, diciendo que no dejase de recibir la paz y amistad que aquellos cristianos le ofrecían, porque le hacían saber que no era gente con quien se podía presumir de ganar por guerra, que por sus personas eran valentísimos, que se llamaban invencibles, y, por su linaje, calidad y naturaleza, eran hijos del Sol y de la Luna, sus dioses, y como tales habían venido de allá de donde sale el Sol, y que traían unos animales que llamaban caballos, tan ligeros, bravos y fuertes que ni con la huida se podían escapar de ellos, ni con las armas y fuerzas les podían resistir. Por lo cual, como hermanos deseosos de su vida y salud, le suplicaban no rehusase de aceptar lo que tan bien le estaba, porque hacer otra cosa no era sino buscar mal y daño para sí y para sus vasallos y tierras.
Vitachuco respondió extrañísimamente con una bravosidad nunca jamás oída ni imaginada en indio que, cierto, si los fieros tan desatinados que hizo y las palabras tan soberbias que dijo se pudieran escribir como los mensajeros las refirieron, ningunas de los más bravos caballeros que el divino Ariosto y el ilustrísimo y muy enamorado conde Mateo María Boyardo, su antecesor, y otros claros poetas, introducen en sus obras, igualaran con las de este indio. De las cuales, por el largo tiempo que ha pasado en medio, se han olvidado muchas, y también se ha perdido el orden que en su proceder traían. Mas diranse con verdad las que se acordaren que, en testimonio cierto y verdadero, son suyas las que en el capítulo siguiente se escriben, las cuales envió a decir a sus dos hermanos respondiendo a la embajada que le hicieron.